LA SUERTE TENÍA UN PRECIO - CAPÍTULO 1 - REGRESO A ARCOBRIVILLE

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I  REGRESO A ARCOBRIVILLE


Los más de seis pies que medía Tom Benet se irguieron tras arrodillarse ante las sepulturas de tierra de su madre y hermano. Se sacudió el polvo de las rodilleras y contempló el cielo azul salpicado por alguna nube alta y un par de buitres volando cerca.

- No hay nada que comer por aquí, verdad, ¿Mikado?

Mikado relinchó y siguió saboreando el heno fresco de su almuerzo.

Mientras la yegua pastaba, Tom le acarició la extensa cicatriz de sus cuartos traseros y se quedó pensativo.

“Demasiado plomo, demasiadas casualidades en la muerte de Gus, si me pudieras contar lo sucedido aquella noche…”.

Gus Benet había muerto hacía tres meses en un fatal accidente, arrollado por el tren correo de las diez y cuarto de la noche, que no paraba en Arcobriville. Después de que su madre le escribiera un telegrama al sheriff de Cetin City, Tom acudió al funeral de su hermano y decidió quedarse una temporada por el poblado del condado de Jalons Valley. Su octogenaria madre se encontraba delicada de salud aunque siempre fue fuerte y trabajadora y hasta los días finales ayudó a Tom con las tareas del rancho.

“La familia tan grande ahora se ha reducido hasta la mínima expresión. Los tíos y primos habían emigrado a las zonas de la fiebre del oro. En Arcobriville solo quedaba su caballo, al que simplemente llamaba caballo y Mikado, la vieja yegua familiar. Aunque no era familia, Jeremy, el anciano pastor de ovejas, así era considerado por la amistad y lealtad desde que era un niño. Jeremy desoía los consejos y como había dormido más noches a la intemperie, rodeado de ganado y lobos, prefería acomodarse en el pajar acompañado de varias botellas de whisky. Su pasión por la bebida no le había impedido ser un buen pastor y una magnífica persona.

Y poco más tenía en este mundo Tom Benet. Pero aún le quedaban ganas de pelear por hacer realidad el sueño de su madre: conservar el rancho que junto a su padre habían adquirido al casarse y al que bautizaron con el nombre de La Suerte.

La Suerte se situaba sobre una suave loma, a unas tres millas del centro del pueblo. Otros tres ranchos familiares se establecían en línea junto al de Tom, en la margen derecha de Jalons Valley, compartiendo servicios de riego, pastos y algunos aperos comunes. Jamás habían sufrido problemas entre ellos.

El rancho de los Martínez era el de mayor extensión, unos doscientos acres en total y un buen equipo de cowboys dirigido por el mayor de los tres hermanos Martínez, a cuál más robusto y tozudo, como la tierra que labraban y las más de quinientas vacas que alimentaban en su extenso pastizal.

Lindando con el rancho Martínez se situaba el de la viuda Aspen, cuyo marido perdió la vida a manos de un jugador de naipes profesional en el salón del pueblo, no hacía más de medio año. La viuda Aspen contaba con tres vaqueros y un capataz holgazán recién llegado a Arcobriville.

El tercero de los ranchos pertenecía a Joe “Plomo”, un veterano de guerra, conocido por ese apelativo no por nada relacionado con las armas sino más bien por lo hablador que se mostraba, pero tanto o más como eficiente conductor de ganado con reconocida fama por toda la zona.

El ganado vacuno y lanar convivían en la zona pacíficamente con los pequeños sembradores de cereales y los madereros de la zona norte, que habían encontrado en la tala y transporte del pino blanco “Arcobriville” una veta considerable de ganancias.

En realidad, aquella tierra siempre había valido el precio que cada corazón le otorgaba. Últimamente, algo estaba cambiando en el ambiente del pueblo. Las continuas reuniones del Grupo Ferroviario con las autoridades y gente influyente del pueblo desataban todo tipo de comentarios y rumores, así como la llegada de un nuevo equipo de trabajadores que decían llamarse “los petroleros”, pues su trabajo consistía en detectar el oro negro y sacarlo mediante pozos profundos, tan a menudo causante de todo tipo de disputas por sus terrenos.

- Te digo, querido Tom, que no me gustan nada esos petroleros. ¿Has visto qué pintas tienen? ¿Necesitan llevar las pistoleras bajas? Te digo que no me gusta nada el asunto. Y menos me gusta su jefe, Lex Baxter, esa comadreja no puede engañar a nadie, maneja a su antojo al sheriff Turner, a los alguaciles, a los comerciantes…

- Para, Jeremy, no seas tan mal pensado, no estamos rodeados de tan mala gente, son nuestros vecinos de Arcobriville.

- No me gusta –insistió Jeremy–. He escuchado que quieren comprar todos los ranchos de la margen derecha para sacar ese líquido negruzco asqueroso.

- También dicen que ese líquido asqueroso, bien refinado, hace funcionar lámparas que pueden alumbrar largo tiempo y hasta esparcirse en el suelo de las ciudades como pavimento duro. ¿Te imaginas ver por la noche en Arcobriville?

- Sandeces, la noche debe ser oscura y el suelo es suelo y debe ser pisado por los caballos y yeguas, y nada más. Si dicen que hasta han inventado máquinas a vapor para arar las tierras, ¿te imaginas?

Tom tomó del hombro al inquieto Jeremy, que estaba enrojeciendo llevado por su mal humor.

- Les llaman tractores, Jeremy. El progreso… Y también dicen que ese líquido puede lubricar engranajes…

- Déjalo ya, Tom, a este paso todo dependerá de ese oro líquido, no me gusta… Los pastores y vaqueros constituimos una raza más dura y fuerte que las propias piedras. Sin embargo, a esos petroleros no les encuentro raza alguna por más que los miro. No me gusta esa gente, Tom… Por aquí estamos acostumbrados a ovejas y vacas.

- Vengo de Cetin City, ahí sí que no se podía ni mirar a este cielo azul o te clavaban un plomo en el pecho o un cuchillo en la espalda, pero esa historia terminó. La vida siempre nos da segundas oportunidades… Que cada uno se gane la vida como pueda y los petroleros que lleven las pistoleras como deseen, mientras no desenfunden sin criterio. Y Lex Baster campa a sus anchas, como siempre, es dueño del único Drugstore, del periódico local, el máximo accionista del banco y tiene el dinero que produce nuestra tierra y ganado, pero son las reglas de este juego. Hombres que ansían el poder y otros, simplemente, la libertad.  

- Bien dicho, muchacho…

Los dos se miraron y acabaron sonriendo cuando Tom le propuso a su viejo amigo:

- Cambiemos de tema… Si te apetece, acerquémonos al salón de Belinda y lubriquemos nuestros gaznates resecos de tanta conversación.

- Esa oferta nadie la puede rechazar –sentenció Jeremy.


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