CAPÍTULO 9: PIEL DE SERPIENTE

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IX  PIEL DE SERPIENTE



La joven Penny disfrutó del paseo a caballo desde el pueblo hasta el rancho La Suerte. Sin duda, la idea de volver a ver a Tom le proporcionaba un estado de excitación muy agradable. Le extrañó su ausencia en la entrada del rancho y cabalgó al paso hasta la casa principal. Justo detrás se encontró la figura de espaldas del hombre cavando una fosa al lado de las sepulturas de su familia.

Al sentir los cascos del caballo de Penny, el muchacho se giró lentamente. Su rostro registraba las marcas de los puñetazos recibidos y el cuello vilmente marcado por el látigo del mexicano Cabrera. El brazo derecho se sostenía en un rudimentario cabestrillo colgado de un sencillo pañuelo y un vendaje muy básico rodeando su cabeza henchida de hematomas.

- Pero, ¿qué ha pasado aquí? ¿Quién te ha hecho esto, Tom?

- No me he caído de mi yegua, sin duda… Qué más da…

- Tiene que verte el médico, deja que te ayude, pero…

La joven se quedó muda al ver el cadáver del viejo Jeremy al que Tom pretendía dar sepultura.

- Tenemos que avisar al sheriff, ¿qué ha pasado?

- Penny, ya no es tiempo de explicaciones.

En ese momento, Tom perdió el equilibrio y la consciencia y se desmayó en brazos de la joven Penny Leiton.

La muchacha le echó agua de su cantimplora para reanimarlo

- Tom, Tom… no te mueras, reacciona… Tom, por favor, no te mueras ahora que te he conocido –le dijo Penny con angustia y auténtico temor.

Tom sorbió del agua ofrecida y sus labios amoratados y agrietados se movieron para susurrar:

- Solo estoy cansado, ayúdame para entrar a casa, no pienso morirme tan pronto.

- Claro, Tom, descansarás y te pondrás bien –contesto la muchacha con voz entrecortada.

 A las dos horas, Tom despertó y se encontró a medio metro los ojos azules y vigilantes de Penny.

- ¿Me he muerto, miss Leiton?

- No diga tonterías, señor Benet.

- Porque si al morir viera eternamente esos ojos, no me importaría.

- ¿Cómo te encuentras?

- Mucho mejor, solo estoy algo magullado, pero gracias a ti mucho mejor. Y huelo a comida.

Penny le acercó una bandeja con una crema de verduras y dos huevos con tocino que el joven devoró en pocos minutos.

- Si cabalga igual que cocina, seguro que tendremos campeona de la carrera. Una pena que no haya podido entrenar hoy subida a lomos de Mikado.

- Debo irme, es muy tarde, Tom, y mi padre me echará en falta. No olvide ponerse sus botas piel de serpiente… Me ha dado tiempo a sacarles brillo con la grasa sobrante del tocino –comentó Penny con las botas en la mano, mirando de forma inquisidora al muchacho.

Tom se quedó pensativo ante el tono con el que la muchacha dijo la frase.

Penny se despidió desde la puerta.

- Cuídate mucho, Tom. No sé bien lo que está ocurriendo aquí, pero te aprecio. Por cierto, si sigue la propuesta de correr con tu yegua… me encantaría, aunque no haya entrenado.

- Tal vez tu padre se enoje si no ganas.

- Mi padre tiene suficiente con estar asustado. Y creo que razones no le faltan. Adiós, Tom, ¿hasta mañana?

- Hasta mañana, no le fallaré, ni mi yegua tampoco.

Tom se quedó observando las botas rojas de piel de serpiente. Brillaban como el rostro sereno de la mujer que acababa de cuidar de él.

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