MAMARRACHOS Y MAMARRACHAS

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Según tengo entendido y he aprendido hace poco, al principio en los idiomas solo existían dos géneros, el de los seres animados y el de los seres inanimados.


En nuestro caso, nuestra lengua madre el latín se forma del indoeuropeo, nuestra lengua abuela. En este idioma solo se diferencia entre lo que se movía y podía preocuparnos por constituir una amenaza, como eran los animales y, lo que estaba quieto y por tanto nos preocupaba poco.


A partir de los seres animados nace el femenino. Tanto en la reproducción familiar como ganadera este hecho adquiere gran relevancia. No es lo mismo tener tres vacas y un toro que al revés, o dos varones y una hembra, el hecho es importante tanto en cuanto a la reproducción como a la alimentación, por ello desde el genérico, que hoy hemos dado en llamar masculino surge el femenino, para poder diferenciar, no para complicar y entorpecer la comunicación, sino para especificar.


Los alumnos, son alumnos, si necesitas especificar número por sexos recurrirás al femenino, sino es extender inútilmente la comunicación. El idioma es el idioma y no tiene nada que ver con la política, el feminismo o la igualdad.


El lenguaje inclusivo es a mi entender una soberana mamarrachada que, estoy seguro en siglos venideros causara hilaridad a nuestros descendientes y que en nuestros días debería causar sonrojo, sobre todo a nuestros políticos, que son los únicos que lo usan diariamente para sus pretenciosos intereses partidistas.


Una misma palabra puede desempeñar distintas funciones gramaticales; sustantivos, adjetivos, adverbios.


“Los niños”, no es un mero masculino, puede ser un genérico o un masculino. La polifunción de las palabras es común en todos los idiomas.


El masculino tal y como nos lo quieren hacer ver en el idioma inclusivo, es un engaño de los sin sentido y, los mamarrachos y mamarrachas deberían de dejar de perder el tiempo en crear distinciones equivocas en algo que el idioma y las personas corrientes desestiman y desprecian en su comunicación diaria.


En estos tiempos que se habla de economizar energía, deberíamos hacer lo mismo con el lenguaje. Las palabras deben servir solo para entendernos y no para crear afinidades políticas ni disensión entre las gentes.


Feminizar inútilmente las palabras es un derroche de verborrea y palabrería, un despilfarro que no ayuda a la comunicación y ridiculiza diariamente a los políticos y comunicadores de nuestros días.


Yo, al lenguaje inclusivo le llamaría excluyente, por ser casi exclusivo de aquellos que por un motivo u otro tratan de ser influyentes.

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