DESPEDIDAS

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No supe cuales fueron vuestras últimas palabras. Recomendaciones telefónicas del estilo: “No hace falta que vengas mañana” o “ Oye, no me apetece ir, discúlpame con ellos, nos vemos el fin de semana”. Tonos cariñosos y a la vez autoritarios. Si, pero daban por supuesto un mañana, un pasado mañana.


Fueron adioses desprevenidos. No estaba a vuestro lado cuando os hizo un requiebro la vida, no os pude estrechar la mano, no sentí vuestro aliento, ni os cerré los ojos. Murieron sin mí.

Tanto tiempo después ese pensamiento todavía escuece: no estabas, faltaste, te perdiste la despedida.


Nada les hacía tanto disfrutar como hablar. Heredaste y compartiste esa forma de mirar el mundo a través de un velo de palabras.


Hoy muchas veces al responder al teléfono, crees que vas a escuchar esos timbres y esas inflexiones que permanecen grabadas en la memoria de tus oídos, a los muertos los sepultamos o los quemamos, pero nunca enterramos su voz.


Los egipcios hace miles de años, tenían por costumbre escribir cartas a los suyos en el más allá y depositarlas en sus tumbas. Simulaban un dialogo, la muerte era un mero cambio de domicilio. En nuestros días los creyentes de todas las religiones piden y rezan para que atiendan sus demandas, los ateos hablamos con los que han partido.


Cuando se acercan estas fechas navideñas, que ellos tanto disfrutaban y que tu compartías criticando, no puedes evitar la humedad en los ojos. Sabes que no estarán esos regalos que uno encargaba y el otro compraba y preparaba.


El más joven y emotivo disponía el orden de apertura y antes de que mis manos torpes deshicieran envoltorios y cintas, el de más edad con sus pequeños y cegatos ojos los abría en su mente y hacia gestos de sorpresa y admiración.


Por experiencia sabes que no elegimos las ultimas veces que hablamos con alguien, se estremece la memoria cuando se piensa en ello, forma parte del pasado y nada lo puede cambiar, pero sé que les debo un adiós. Por eso el dialogo continua, porque los muertos se quedan enteros dentro de nosotros, se esculpen dentro.


No desaparecen de nuestro mundo, impregnan el futuro a través de la huella que dejan en los vivos. En nuestras frases respiran las suyas, como los antiguos egipcios creemos que hablar y escribir es una manera de cobijar la vida.


Ahora que ha pasado un tiempo, he inventado mis propias ceremonias del adiós, he vendado con palabras el hueco que dejaron las despedidas robadas.


“ Se pueden escribir cartas y escuchar las voces del silencio, pero ahora ya sé que hablar con los muertos es algo menos que una conversación, pero mucho más que un monologo”.


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