OÍR NOLAJ. CAP 3. ¡QUE LE VALGA, QUE LE VALGA AL TÍO LAFARGA!

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A Zaino y sus amigos la aventura en el tren les había cambiado la forma de entender muchas cosas de la vida. Aprendieron a luchar por lo que merecía la pena.


Una de las razones que más les merecían la pena eran los juegos. Sobre todos ellos siempre recordarán el juego que inventaron a principios de aquel verano.


En las calurosas noches de estío solían reunirse en la plaza muchos niños y niñas del pueblo. En esa época de vacaciones había casi tantos veraneantes como niños del lugar.


El juego de inicio solía ser con un balón, una especie de fútbol. Una de las imaginarias porterías se encontraba muy cerca de la única ferretería del pueblo. Se llamaba ferretería Lafarga, como su dueño, el señor Lafarga, un anciano muy querido. El tío Lafarga se sentaba en un sillón de paja en el balcón de su casa. Allí tomaba el fresco de la noche mirando las estrellas. Alguna vez las vio muy de cerca: cuando el balón del Tanis le golpeaba la cabeza. El tío Lafarga se ponía muy serio durante un instante y, cuando creían que ya no les devolvería su balón, pronunciaba su retahíla:


- Válgame, válgame, Dios… otra vez el balón.


Al momento lo lanzaba tan lejos como era capaz.


Toda la cuadrilla esperaba debajo del balcón, en la acera, justo en la puerta de la ferretería. Desde allí, como si de la línea de salida se tratara, todos corrían tras el inquieto balón.


Hartos de tanto fútbol, una noche decidieron sentarse en la acera del tío Lafarga. No se ponían de acuerdo para elegir el juego.


- Lo mejor es que juguemos al botebolero, así sudaremos mucho y luego nos metemos en la fuente –decía Pita, siempre dispuesto a los chapuzones veraniegos.


- No digas tonterías, el último día que lo hicimos llegué con los zapatos calados a casa –decía Azucena– y mis padres me castigaron con regar durante una semana todas las plantas.


Todos se quedaron muy serios, comprendiendo la gravedad del castigo. Y es que los padres de Azucena: Hortensia y Jacinto, regentaban una floristería.


La idea de jugar al botebolero les gustaba, pero no se decidían. Y fueron surgiendo juegos: la maritonta la guirria, balón quemado, el zorro-pico-taina, el veo veo, la taba...


- Hacemos un corro y cantamos coplillas –propuso Zaino.


-Ya nos sabemos de sobra todas las canciones, seguro que lo dejamos a los dos minutos –replicó “el Cejas”, que era un pésimo cantor.


Así que lo de cantar en corro tampoco les acababa de convencer.


Pita, con desgana y sin saber qué hacer, lanzaba una y otra vez el balón hacia lo alto y, con precisión de buen portero, lo recogía de nuevo en sus manos. Lo lanzó una vez más y... el balón no cayó. Lo había cogido el viejo ferretero.


- ¡Válgame, válgame Dios!, estos niños que no se ponen de acuerdo para jugar.


Lanzó el balón casi hasta el pequeño jardín que flanqueaba la iglesia, enfrente de la ferretería.

Zaino fue el primero en reaccionar y corrió hasta el balón.


- ¡Que le valga, que le valga al tío Lafarga! –dijo cantando ante la sorpresa de todos. Después enganchó a Tanis por el brazo y le lanzó nuevamente la pelota al tío Lafarga, en su balcón.


- ¡Que le valga, que le valga al tío Lafarga! –cantó éste imitando a Zaino, y volvió a lanzar el balón muy lejos.


En esta ocasión Zaino y Tanis fueron de la mano a por el balón y cantando la cancioncilla fueron a pillar a otro compañero.


Otro niño hacía de tío Lafarga. Cada vez eran más los que, unidos por las manos, tenían que recoger el balón y volver a tocar a otro. Cuando sólo quedó una niña por capturar, Cati, ésta se colocó en medio del corro que formaron y cantaron la canción dedicada al ferretero. Cati en la siguiente ronda era la encargada de hacer de tío Lafarga. Los niños y niñas siguieron durante un buen rato jugando y cantando: “que le valga, que le valga, al tío Lafarga, que le valga, que le valga al tío Lafarga...”.


Esa noche fue una de las más divertidas del verano. La pandilla había inventado un juego que les encantaba. Aunque en realidad, el tío Lafarga, el creador del juego, ya se había quedado dormido.

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