OÍR NOLAJ. CAP 6. EL ESQUILO

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Foto tejar (1)


El comienzo del verano lo marcaba lo que se conocía en el pueblo por el nombre de El esquilo. Con la llegada del calor, las ovejas necesitaban un buen corte de lana para estar fresquitas. De esa tarea se encargaban los esquiladores, que venían desde muy lejos.


El día del esquilo era un día de fiesta para muchos del pueblo. Zaino no iba al colegio, y Pita y Cati tampoco, ya que sus familias tenían ovejas y, según ellos, debían ayudar en el esquilo.


Las familias que tenían rebaños de ovejas se ponían de acuerdo para señalar el día del esquilo. Los pastores de cada familia llevaban sus ovejas a una gran explanada, cerca de unos corrales de piedra, cercanos al pueblo a los que llamaban parideras. Zaino imaginaba que eran como los hospitales de las ovejas, donde nacían.

- Ya han llegado los esquiladores, mañana será el día del esquilo y...

- Así que no vendrás al colegio –interrumpió el maestro a Zaino.


Cati y Pita también le anunciaron su ausencia. El maestro, como era costumbre, se había auto invitado a la cena del esquilo.


El día del esquilo comenzaba muy temprano. Al amanecer se levantaban todos: los esquiladores, pastores, mujeres, hombres y los más pequeños. Aquel esquilo les correspondía alojarse a los esquiladores en la casa de Zaino. Desde hacía algunos años le llamó mucho su atención el esquilador jefe. Se llamaba León, el Tío León, un hombre muy mayor, con la cara casi negra y unas manos enormes. Lo que más impresionaba a Zaino eran las dos únicas arrugas de la frente del Tío León. Eran profundas como el valle del pueblo. No hablaba mucho el Tío León, pero tenía una mirada que a Zaino le asustaba y le hacía retemblar por dentro.


El principio del esquilo no se lo perdían los pequeños. Allí estaban Cati, Pita y Zaino, embobados entre el ruido de las máquinas de cortar la lana y el balido de las ovejas. ¡Con qué destreza los esquiladores ataban las patas de las temerosas ovejas y las rasuraban! Otros hombres recogían los vellones de lana y los juntaban según fuera su color. Lana blanca a un lado y lana marrón y negra a otro montón.


Tampoco Zaino lograba comprender muy bien esto de separar por colores la lana, ¿acaso eran más valiosas las ovejas blancas que las negras?


El principal cometido de los pequeños era el de vigilar los cestos de la comida, especialmente el cesto de las magdalenas que había hecho la mamá de Zaino y que, entre oveja y oveja, menguaba misteriosamente.

- Vais a ir a la paridera más cercana a hacer un encargo. Traeréis un saco en el que hay metido un esmeril, que sirve para afilar las tijeras. Ya lo tendrá preparado un pastor que está allí. ¡Tened cuidado, pesa mucho! –les indicó el esquilador más joven.


Los tres se sintieron muy importantes ante tan delicado encargo. Y ya lo creo que pesaba el dichoso saco. Lo cogieron como pudieron y lo llevaron hasta el corral.

-¡Uf, cómo nos ha costado! –exclamo Pita, frotándose las manos por el esfuerzo.

- ¡Supongo que el esmeril éste será una cosa muy importante! –comentó Cati

- Es lo más importante del esquilo. Abridlo vosotros mismos –les animaron todos los esquiladores.


Ansiosamente desataron la cuerda que cerraba el saco.


Vaya risas que sonaron en la nave. Y qué cara se les quedó a los tres. En el saco sólo había un trozo de viga de hierro roñoso que no servía para nada.


El joven esquilador les dijo que era una broma que hacían a todos los niños y niñas de los pueblos donde trabajaban.


Y así, entre risas y “magalenas” –como decía Pita– transcurrió la mañana del esquilo.


Ya por la tarde, Zaino no dejaba de observar al Tío León. Pero cada vez que éste miraba al niño, Zaino se ponía nervioso y disimulaba mirando hacía otra parte.


Al terminar de esquilar a una de las ovejas, el Tío León, que no hablaba mucho, con la máquina en su enorme mano se dirigió hacia el morenillo y le dijo:

- Ahora le toca el turno a los más pequeños.


Zaino, instintivamente, se echó mano a su cabeza palpándose el pelo negro. Creyó que estaba molestando al Tío León y había decidido cortarle el pelo con la máquina de esquilar. Su pelo iría a parar a un vellón de lana y luego formaría parte de algún pesado colchón.


El Tío León detuvo entonces la máquina.

- Ya hemos terminado con las ovejas, sólo quedan los corderillos. ¿Quieres probar tú?


Tras una pausa, el pequeño tragó saliva y movió la cabeza afirmando.


Fue algo estupendo. Él, el pequeño Zaino, con la máquina en la mano acariciando a los corderillos y quitándoles un peso de encima.


Cati y Pita, que habían ido a hacer pis detrás del corral, llegaron en ese momento y abrieron tanto los ojos que se les formaron dos arrugas como al tío León. Vaya suerte que tenía Zaino.


El maestro apareció a la hora de cenar en casa de Zaino y cuando le contaron que Zaino había esquilado, le felicitó y le dijo que lo comentaría en la clase al día siguiente.


Después de la cena los esquiladores contaban historias de su tierra. Como al Tío León no le gustaba mucho hablar, decidió salir a la calle a ver las estrellas, pero antes acarició el pelo de Zaino:

- Hasta el próximo año, pequeño.


El chaval vio tan cerca las dos arrugas del Tío León que ya no le asustaron nunca más.


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