ORATORIA

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        Al hablar, como al cantar, nos convertimos en un instrumento musical. Ciertas personas son capaces de seducir con la palabra, un poco de viento que brota del temblor de la garganta y un leve acompañamiento de compas de la lengua es suficiente.


      La oratoria es el arte de fascinar a los demás con el discurso. Esta nace a la par que la democracia. En política, la democracia es un invento extravagante si lo extrapolamos a la mayoría de las especies que pueblan la tierra, en ninguna de ellas se suelen dar los debates, las votaciones, los consensos, los acuerdos por mayoría. Este estrafalario sistema de organización intenta trenzar una convivencia apoyada no en la fuerza sino en un delicado entramado de acuerdos y diálogos incesantes. Por eso llamamos parlamento, a ese espacio donde se engendran las leyes y responden nuestros gobernantes.


       Para compartir y convivir hay que cultivar la escucha: necesitamos reflexiones serenas y cuidadosas, esas voces discretas y fundadas que, ante el griterío, pueden terminar por guardar silencio, tímidas e intimidadas. En un clima de hostilidad, hablar en publico puede ser un ejercicio aterrador.


       Tomar la palabra ante una audiencia es una experiencia cotidiana que muchos consideran impactante. Hablar en un funeral, tras una celebración, en un homenaje….. deseamos que pase pronto nuestra perorata, releemos continuamente el guion que hemos forjado en nuestra mente…. queremos terminar, que acabe, para algunos una experiencia bloqueante.


      El arte de hablar bien, que no tiene, ni debe , porque ser mucho, se forja en las palabras que nutren el pensamiento. Entreteje ironía y poesía, allá donde palpita el sentido del discurso. Hila significados y revela matices…. no, no es el lenguaje que actualmente oímos en nuestro parlamento, sobresaltado, histérico, insultante, tratan de reducir la oración a una frase ingeniosa o a un llamativo titular.


          Por desgracia, la política destemplada y vociferante de nuestros días recurre con demasiada frecuencia a estas argucias, que sistemáticamente aplauden los de un bando y abuchean los del otro. Cuando no somos capaces de resolver los conflictos moviendo los labios, acabamos por enseñar los dientes.


       No es lo mismo atronar que sonar afinado. Encontrar una frase poderosa, divertida e ingeniosa es uno de los grandes placeres de la vida: “ La dicha que hay en los dichos”.

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