OÍR NOLAJ. CAP 10. LA TÍA MELISA

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Si por las noches le asaltaba a Zaino alguna pesadilla, siempre solía aparecer en algún momento del sueño una vieja de aspecto descuidado, espalda encorvada en forma de escarpia, pelo blanco y liso y una saya negra, que el pequeño suponía que le llegaba hasta el suelo. Y digo suponía porque la vieja Melisa no salía nunca de su destartalada casa. Solamente abría la hoja superior de la puerta para asomarse de vez en cuando a la calle y, cuando lo hacía, la mamá de Zaino aprovechaba para llevarle sopa o cualquier otra cosa de comer. Melisa no pedía, pero las vecinas, que sabían en las condiciones tan malas en las que vivía, le daban lo que podían. Así iba pasando la vida, junto a un perro que entraba y salía por un ventanuco en la parte trasera de la vivienda.

La madre de Zaino le había comentado en alguna ocasión que de joven, Melisa, había sido muy guapa y rica.


- Está loca, me ha dicho mi padre –comentó con voz intrigante Cati.

- Yo creo que es una bruja –dijo “el Cejas” entornando los ojos–. Me la imagino saliendo por las noches en busca de los contenedores de basura y se me pone el flequillo de punta.


Durante algunas noches del verano, a los de la pandilla les encantaba jugar a contar historias de miedo y siempre salía a relucir la Tía Melisa. Como siempre que sucedía eso, Zaino llegó a su casa deseando de meterse a la cama y dormirse lo antes posible para que el nuevo día le borrara las historias de miedo.


Nada más retirar la cortina de hilos de plástico de la entrada de casa, casi se topó con una tela negra. Una saya, una saya muy negra. La saya negra de la Tía Melisa. Los ojos se le desorbitaron y la boca se le quedó seca. Junto a la vieja estaba su madre con un papel en la mano, leyendo. No pudo decir nada, ni mirarle a la cara más de un segundo. Subió las escaleras a toda velocidad y se metió en la cama. Aquella noche durmió vestido.


Al día siguiente, el tema de conversación de la pandilla seguía siendo el mismo y Zaino se tenía que esforzar en contar con todo tipo de detalles su fugaz encuentro con la Tía Melisa.


- La mamá de Zaino estaba leyendo una carta que había recibido de un pariente lejano.

- ¿Es que no sabe leer? –preguntó Azucena.

- Claro que no, ni escribir tampoco, como no pudo ir al colegio... –respondió sentenciando Pita, mientras botaba su balón.

- Lo que sí es una sorpresa es que tenga familia y viva así, tan mal, ¿no? –dijo Tanis.

- Pues es verdad, la gente suele vivir con su familia –afirmó Cati.

El sonido de una ambulancia era tan poco frecuente como escuchar ahora el trino de un pájaro en una ciudad, por eso todos corrieron para seguir a la furgoneta ambulante.

- ¡¡¡Oír Nólaj!!!


Se dirigía hacia la calle de Zaino, hacia la calle de la Tía Melisa. Al poco rato pudieron ver los niños la cara pálida de la viejecilla y sus ojos cerrados. Estaba tendida sobre una camilla y cubierto su cuerpo por una sábana blanca. Así, sin su sayo negro ya no parecía la Tía Melisa, sino cualquiera de vuestras abuelas.


La Tía Melisa pasó unos cuantos días en el hospital y, cuando ya casi había olvidado Zaino el sayo negro de la Tía Melisa, su madre le dijo que esa tarde regresaría a casa. Las vecinas habían entrado y limpiado toda la casa. Una le llevó unos platos; otra, una mesa, sillas, cortinas; el alcalde había prometido traerle una estufa para el invierno, incluso al perro le dieron un buen baño.


Cuando la Tía Melisa regresó del hospital, medio pueblo estaba esperando en la puerta de su casa. Al bajar del coche que la trajo, los de la panda se miraron asombrados al verla con un vestido de flores. Zaino conocía bien ese vestido, era de su madre.


A los pocos días, Zaino y su pandilla jugaban a las cartas con Melisa en el poyo de piedra, junto a la puerta de su casa.


Mucho más tiempo tuvo que pasar para que en las pesadillas de Zaino no apareciera una saya negra.   


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