Vista del castillo de Villel de Mesa entrando al pueblo por el camino de arriba. Aquí fueron recibidos Don Quijote y Sancho Panza por los malvados duques sin nombre. (Foto: Asun González).
Allá en los lejanos tiempos de la Transición, cuando se quiso cambiar todo para no tener que cambiar nada, uno de los cambios sin cambio fue el de la división administrativa. El armatoste decimonónico de las provincias, que heredaba la entelequia medieval de los reinos, pareció bien a aquellos padres de la democracia de historial democrático tan dudoso. Y así, en general, a la hora de crear el estado autonómico pseudofederal —pero bien centralizado— mantuvieron las divisiones regionales antiguas, si bien les brotaron de entre las manos algunas anomalías como unir León con Castilla o separar Cantabria, Madrid, La Rioja... Cosas.
En lo que al Alto Jalón atañe, nuestra comarca acabó sumando las esquinas de tres de esas comunidades que surgieron como por arte de birli birloque: Aragón, Castilla y León y… Castilla La Mancha. Pardiez, que es ésta ocurrencia brava, mi buen Sancho. «Castilla La Mancha», nada menos. Supongo que antes que «Castilla sin Madrid» pareció mejor apellidar la región con el nombre de su comarca más célebre, menospreciando todas las demás, que son muchas. Me pregunto qué habría pasado si el señor Miguel de Cervantes hubiera decidido acordarse del nombre del pueblo de Don Quijote y hubiera resultado ser el albaceteño Cotillas… ¿Cómo habrían llamado aquellos transicionistas a la Castilla ex Nueva? ¿Castilla-Cotilla?
Como fuere, el escritor alcalaíno puso con su libro a La Mancha en el mapa y luego los políticos han puesto la Ruta del Quijote hasta en la sopa. Y es que, como también ocurre con el Camino de Santiago, empieza a resultar difícil encontrar algún pueblo en el que no topes con el cartelito de la Ruta del Quijote, así sea en toda la anchura que se despliega entre la Sierra Morena y Barcelona, lo que es media España. Este afán sólo puede responder a cierta obsesión por hacer caja en nombre del famosísimo caballero, pues a decir verdad en la novela protagonizada por Alonso Quijano y Sancho Panza apenas hay alusiones directas a lugares concretos: las lagunas de Ruidera con el cercano castillo de Peñarroya y una imprecisa cueva de Montesinos (hoy día se puede visitar una cueva con ese nombre cerca de Ruidera, pero no se parece nada a la del libro); una vaga referencia a Sierra Morena, donde Don Quijote queda haciendo penitencias; el pueblo de Puerto Lápice; y… Barcelona. Sí, la capital catalana es el lugar mejor descrito de todo el libro. Aparte de esto casi nada más, fuera de algún comentario impreciso al Toboso, al Campo de Criptana y a Zaragoza.
Otra vista del castillo villelero, esta vez desde el caserío del pueblo. (Foto: Asun González).
No obstante, encontramos un sitio importante en la novela cuya ubicación ha sido objeto de especulaciones y controversias durante siglos: el solar de los malvados duques, ésos malnacidos que pretenden reírse del caballero y el escudero y al final son ellos, buen ejemplo de su clase corrompida, los que quedan en ridículo. En los dominios de estos duques malhadados se sitúa ese lugar mítico que es objeto del presente artículo y que, como pronto quedará demostrado, sólo puede encontrarse en nuestra fértil comarca altojalonera. Me refiero, claro está, a la sin par Ínsula Barataria.
Y adelanto la hipótesis: que el castillo de los duques no es otro que el de Villel de Mesa, propiedad de unos marqueses a los que Cervantes cambió el nombre. Y que la Ínsula Barataria que gobernó Sancho no es sino el vecino pueblo de Calmarza. Pronto quedará el lector convencido de esta verdad innegable, aunque imagino que la primera objeción vendrá de los que digan que poco antes de llegar al dicho castillo alcanzaron Sancho y Don Quijote nada menos que el río Ebro, el cual Cervantes describe hablando de «la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus líquidos cristales». Pues me parece a mí qué con estas palabras sólo puede estar refiriéndose al río Mesa y que la confusión con el Ebro se debe a un error del escritor. Luego hablaremos más sobre este asunto.
El caso es que llegados al río que sea siguen adelante nuestros protagonistas hasta topar en mala hora con ciertos duques campechanos que no dudan en mofarse a sus anchas del pobre hidalgo y su escudero. Estos aristócratas de mala ralea los llevan a un castillo que no puede ser sino el mismo de Villel. Y es que en el Ebro, corriente arriba de Zaragoza, en un tramo largo no encontraremos un solo castillo en condiciones. Pero en el Mesa sí. El de Villel, pueblo que además se encuentra en una ruta más lógica para dos viajeros que vienen de La Mancha. Eso sí, nadie se llame a error: el castillo del que se habla en la novela tiene que ser la fortaleza medieval, no el palacio que hoy vemos a sus pies, que es obra del siglo XVIII, mucho tiempo después de la publicación del Quijote.
Al cabo de muchas bromas y chanzas bastante desagradables, los duques deciden otorgar a Sancho el gobierno de cierta Ínsula Barataria que en la novela se describe como «lugar […] de los mejores que el duque tenía», y qué duda cabe de que ha de ser Calmarza, un magnífico lugar y muy cerca del castillo, como ocurre en la ficción. Allí se describe esta ínsula como cercada y si bien es cierto que nuestra Calmarza actual no conserva murallas, sí queda el testimonio de la gran torre llamada de los Palafox, lo que demuestra que antaño fue fortaleza importante. Lo que no es, es ínsula, desde luego, si acaso península bordeada por el Mesa. Pero es que en la novela queda claro que esa Barataria (llamada así por el «barato» o poco mérito con el que le dieron el gobierno a Sancho) tampoco es, en verdad, una isla.
La torre de Calmarza, último y maltratado vestigio de sus defensas. Quizá el gobernador Sancho Panza se alojara en esta misma atalaya. (Foto: Asun González).
¿Qué más pruebas hacen falta? Pues la geográfica, y vuelvo al principio. Cuando al fin escapan el caballero y el escudero de la dudosa hospitalidad de los duques siguen Ebro abajo camino de Zaragoza, ciudad a la que finalmente no acuden por asuntos que no tienen que ver con el de este artículo. Ahora bien, el camino real de aquella época entre el centro peninsular (de donde vienen los dos manchegos) y Zaragoza pasaba bien por Calatayud, bien por Daroca. Y en los dos casos desembocaba directo en la capital aragonesa sin pasar antes por ningún pueblo, ninguno en absoluto, a orillas del Ebro. Ambos ramales, sin embargo, sí podían atravesar antes por el valle del Mesa.
Este punto, más que cualquier otro, demuestra el error al nombrar el río. Por añadidura, al comienzo del capítulo XLIV, justo antes de partir Sancho para su gobierno, señala Cervantes que en esta parte del libro Cide Hamete (a quien el alcalaíno atribuye la autoría de la historia) «no le tradujo su intérprete como él le había escrito». Por tanto, si Cervantes tuvo que trabajar con el manuscrito árabe original, no resulta extraña la confusión. Siguiendo esta línea deductiva, las aventuras posteriores de los dos amigos correrían Mesa abajo hasta llegar al Piedra y luego al Jalón, desde donde sí podrían desembocar en el Ebro antes de alcanzar éste Zaragoza.
Dejo aquí esta certeza para mayor bien de nuestro patrimonio altojalonero: que la Ínsula Barataria es Calmarza y el castillo de los duques el de Villel. Y que es el Alto Jalón, por tanto, sitio central de los haberes sanchoquijotescos. Al que quisiera desmentirlo, búsqueme que me encontrará y lo retaré a duelo y que decida Dios cuál es la verdad verdadera.
JALON
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