​MOSTACHONES

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Mostachones



Siempre que nos íbamos del pueblo, al final del verano, nos llevábamos a la ciudad una longaniza y un chorizo de la Felipa, una bolsa de magdalenas, a veces mantecados, y no faltaban nunca los mostachones de los Candidín.


Aún recuerdo cómo olía el horno al que me mandaba mi abuela todas las mañanas a comprar el pan, situado antaño por detrás de la iglesia de Cetina. La penumbra al correr la cortina para entrar, Milagros que salía a atenderte, las pastas recién hechas en las bandejas, las tortas cubiertas de azúcar y las barras de cuarto esperando que las metieran en las bolsas de tela específicas con las que íbamos antes a buscarlas.


Siempre había creído que los mostachones eran únicos en el pueblo de mi abuelo, que se los habían inventado allí y no podían conseguirse en ninguna otra parte, por eso nos los llevábamos a Barcelona como algo muy especial. Pero, por lo visto, se conocen en otros lares.


«Mostachón» viene de mostaceum, que en latín hispánico significa «bizcocho redondo» y es un dulce antiquísimo que se elaboraba antiguamente en conventos y castillos. A mí me encantaba mojarlos en leche bien fresquita, era la única forma de que me tomara esa bebida que salía de las vacas y llegué a ir a recoger con una lechera a la calle Sigüenza.


¿Y tú, los has probado alguna vez? ¿También creías que eran propios de tu pueblo?

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