Acaba el verano y con él también termina esta columna llena de palabras que he aprendido a lo largo de los años en el Alto Jalón, y en especial paseando con mis abuelos por estas tierras durante mis estancias estivales en la Cetina de los ochenta. (leer más)
Siempre que nos íbamos del pueblo, al final del verano, nos llevábamos a la ciudad una longaniza y un chorizo de la Felipa, una bolsa de magdalenas, a veces mantecados, y no faltaban nunca los mostachones de los Candidín. (leer más)
Cuando vives en distintos lugares de España e incluso en otros países, los insultos propios de la zona son unas de las primeras palabras que se cuelan en el aprendizaje durante la socialización, pero curiosamente en mi juventud no me quedé con ningún improperio característico del Alto Jalón. (leer más)
Por lo general, cualquier persona sabe identificar fácilmente lo que es un pino o una palmera. A otras, sobre todo si son de ciudad, tal vez les cueste más reconocer un castaño, un olmo o un nogal al verlo, pero si nos hablan de un quejigo, ¿sabemos lo que es? (leer más)
Uno de mis veranos en Cetina, me advirtieron mis amigas que no saliera a la calle en Santa Ana porque tiraban unas cosas al pelo que se enganchaban y a una niña le habían tenido que rapar la cabeza al no poder quitárselas. (leer más)
Hace más de treinta años, el 15 de agosto, repetían para los veraneantes en Cetina la romería de Santa Quiteria, que en realidad es en mayo, y la gente se acercaba hasta la ermita para disfrutar de una gran celebración, donde repartían gratis chocolate espeso y limonada para beber. (leer más)
El sustantivo peña tiene muchas acepciones, pero en mi juventud solo habría conocido una de ellas si no hubiera tenido contacto en mi infancia con el Alto Jalón. (leer más)
La palabra de hoy la descubrí subida a un tren que lleva a Madrid y pasa por varios pueblos del Alto Jalón donde desde la estación se ve un edificio muy característico: estrecho, alto, con un par de pequeñas ventanas y una especie de torre en el centro. (leer más)
Aunque hablemos todos el mismo idioma, dependiendo de la zona en la que nos encontremos, oiremos palabras diferentes para denominar un mismo objeto. Los distintos dialectos enriquecen la lengua y le dan colorido. (leer más)
Hace justo un año, aprendí una de esas palabras que desearías que no existieran, porque las palabras se crean para designar una realidad, y la realidad que describe esta palabra no es precisamente grata. (leer más)
Cuando llegué de la gran ciudad para vivir en el pueblo de mi abuelo, me faltaba vocabulario para designar las diferentes aves que vería a partir de entonces a diario, desconocía ciertos nombres de árboles y plantas con las que me topaba continuamente por mis paseos por el campo. (leer más)