EL SOLSTICIO DE INVIERNO EN LOS MENHIRES DE IRUECHA NOS TRANSPORTA AL NEOLÍTICO

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Solsticio de iruecha


El pasado 22 de diciembre, la pequeña localidad soriana de Iruecha se convirtió en testigo de un fenómeno ancestral: el solsticio de invierno. Un grupo de vecinos se congregó para presenciar el amanecer en torno a dos menhires, estructuras megalíticas que han perdurado a lo largo del tiempo y que, con precisión milimétrica, marcan la salida del sol en este evento astronómico.


Este momento mágico fue capturado en fotografías que revelan la majestuosidad del sol emergiendo lentamente entre las sabinas de la sierra del Solorio.


A las 8:30 de la madrugada, el sol inició su ascenso, iluminando el paisaje y proyectando sombras sobre los menhires. Estos dos monolitos antiguos, erigidos por nuestros antepasados neolíticos, sirvieron como marcadores precisos del solsticio de invierno. Este acontecimiento marca la transición desde las horas decrecientes de luz hasta las noches más cortas y los días más largos, un momento crucial en el calendario agrícola de las civilizaciones antiguas.


Durante el Neolítico, un periodo histórico en el que el hombre abandonó su vida nómada para establecerse como sociedad agrícola, el solsticio de invierno adquirió una importancia trascendental. Los menhires no solo funcionaban como marcadores astronómicos, sino que también delimitaban un recinto sagrado. Este espacio ha perdurado a lo largo de los milenios, transformándose en la ermita de San Roque, orientada hacia el suroeste.


Iruecha (2)



Estos menhires, con su disposición cuidadosamente planificada, no solo indican los solsticios, sino también los equinoccios de primavera y otoño. El conjunto de estas estructuras forma un observatorio solar, un legado arqueoastronómico que revela la profunda conexión que nuestros antiguos ancestros mantenían con el cosmos.


Es plausible que en estas fechas marcadas por el solsticio, los habitantes del Neolítico llevaran a cabo rituales dedicados al sol, elemento vital para su agricultura incipiente. Además, estos lugares podrían haber sido testigos de ceremonias en honor a sus difuntos, conectando la vida agrícola con las creencias espirituales de la comunidad.


El legado de Iruecha, con sus menhires y la ermita de San Roque, nos recuerda la capacidad asombrosa de las antiguas civilizaciones para comprender y honrar los ciclos naturales que regulan la vida en la Tierra. Cada solsticio de invierno, el amanecer entre los menhires de Iruecha nos transporta a un pasado lejano, donde la observación del cielo guiaba las prácticas diarias y las creencias de una sociedad emergente.

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