Quiero contar mi primera experiencia con el tabaco. De chaval, con diez años y con la cuadrilla de colegas de la carretera Maranchón, con el dinero que sacábamos de vender hierros al tío Luciano, logramos reunir las doce cincuenta pesetas que es lo que valía una cajetilla de PIPER MENTOLADO, que compramos en la señora María, diciendo que nos lo habían encargado. Una mentira piadosa.
En nuestra base de reuniones, que no era otra que una caseta realizada con cartones detrás de unos corrales, allí guardábamos el paquete de tabaco y de vez en cuando nos reuníamos para fumarnos un cigarrillo, cosas de la edad. Tal era la aventura que el humo fue divisado por quien no debía, es decir mi padre. No le faltó tiempo para personarse en el lugar, pero antes nos dio tiempo a esconderlo junto a un matorral, al verlo venir.
La ronda de preguntas de que si habíamos fumado fue negativa por parte de todos, merodeando el lugar, uno dijo, por aquí no está, lo que nos delató y al final lo encontró. Me echaron una bronca y un castigo además, mi padre se nos fumó todos los días un cigarrillo de nuestro paquete, que por cierto, le daba la tos al no estar acostumbrado al mentol, ya que él fumaba el clásico cuarterón el de liar con papelillos.
Un año más tarde compré un PAXTON era una pasada, este no lo descubrieron, valía treinta y cinco pesetas. Luego con quince años probé a tragarme el humo de un Winston y la sensación fue tan mala que ya no probé más el tabaco, debido a la tos que me entró.
Experiencias vividas en mi juventud y de darme cuenta por mi mismo de lo perjudicial que es el tabaco.
JALON
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