Gastada la salud y mermado el entendimiento,
demasiados ratos dormido, por no tener sueños,
convencido de nada y religioso por miedo,
la vida asustada y escondida entre los ruidosos huesos.
Con gestos siempre pausados esbozando el movimiento,
los profundos surcos del rostro ocultan emociones y sentimientos.
Aldeano, recogido y viejo, casi sin proponérselo,
como únicos cómplices, la soledad y el tiempo.
De esta guisa estaba mi ánimo
cuando dio por visitarme uno de mis nietos.
Mozo apuesto y bastante jaranero,
me trajo un poco más de todo lo que ya tengo,
y agradecí su compañía, como un regalo nuevo.
Hablamos, comparando antes y ahora,
lo que él hace habitualmente a diario
con lo que yo guardo en el recuerdo.
Conversamos sin coincidir durante horas,
difícilmente podríamos ponernos de acuerdo,
yo miro con los ojos de la añoranza,
y él solo vislumbra nuevos proyectos.
Los dos testarudos, anclados en lo nuestro,
como contrapunto, ninguna razón de peso,
las mismas cosas, hechas en distintos momentos,
los mismos anhelos y distintos presupuestos.
Él lo tiene más difícil, no comprende aquellos tiempos,
entonces las cosas costaban, hoy solo tienen un precio.
Habla deprisa, sin tomar aliento,
contándome sus intenciones de divertimento.
Abstraído, le oigo sin escucharle,
con la imaginación alcanzo a verlo:
Ataviado con su uniforme guerrero,
viviendo la vida a vasos, sin sed ni deseo,
buscando la osadía desde el apiñamiento,
convirtiendo todo el aire en música de viento.
Exhibiendo sus incipientes vanidades,
con procaz soltura y precoz desenvolvimiento,
nosotros desde la distancia, los medimos,
raramente nos fijamos y pocas veces los vemos.
Sin dejarlo terminar, le interrumpo y sermoneo:
“Apreciar y hacer aprecio,
valorar lo que tenemos,
no querer ser lo que no somos,
y no tratar de ser geniales a cada momento.
Un poco de serena humildad no vendría mal,
tanto a mozos como a viejos”.
Veo en sus ojos que no me entiende,
espera por respeto que concluya mi perorata,
y me susurra quedo al oído,
como el que trasmite un gran secreto:
“No sabes lo mejor,
si escotamos suficiente,
y todo sale como prevemos,
para este finde traemos
al mismísimo Señor del Cielo.”
Tan insolente atrevimiento me deja perplejo,
nos despedimos con dos protocolarios besos,
y nos separamos, cada uno por su camino,
yo turbado y abatido, él ufano y convencido.
En la cama no puedo conciliar el sueño
con el ceño fruncido y el gesto torcido
entre cábalas, he concluido
y espero no estar confundido:
Para ciertos asuntos mundanos, es San Pedro el representante divino,
el Pescador, antes que santo, fue hombre licencioso y muy corrido,
y no creo que se deje embaucar, por unos cuantos cretinos.
¡Ellos estuvieron en Caná, y allí del agua hicieron vino!
JALON
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