Cuando pensamos en patrimonio nos viene a la cabeza, de inmediato, lo más espectacular y aparatoso del catálogo: castillos, iglesias, palacios, retablos, cuadros y tallas… Sin embargo, el patrimonio real va mucho más allá de las grandes obras de arte y arquitectura. De hecho, a menudo las piezas más interesantes son las que pasan más desapercibidas por ser cosa cotidiana. Están ahí, simplemente, y no las tenemos en cuenta.
Hasta que dejamos de verlas. Sí, porque estos elementos patrimoniales “menores”, pero fundamentales, a menudo acaban reducidos a escombros debido a que no se valoran lo suficiente. Existe, desde el Renacimiento, una falacia cultural que ha separado el “arte” de la “artesanía”. El arte es bueno, valioso, irremplazable. La artesanía es una cosa menor, prescindible. Esta creencia, como tantas otras, es tan falsa como estúpida.
Entre las riquezas patrimoniales menospreciadas quiero citar hoy una que, por desgracia, ha sido víctima reciente de este abandono: el viejo tejar de Cetina situado a orillas de la carretera de Jaraba y del que hoy no queda apenas rastro. En su lugar, a orillas del barranco de San Lázaro (pródigo en riadas), se levanta una casa que, en el momento de escribir estas líneas, se encuentra en obras, lo cual indica lo reciente que ha sido está pérdida.
A ver, el tejar en cuestión no era el acueducto de Segovia, pero representaba una forma de producción histórica de la que ya no quedan casi ejemplos. En realidad, y hasta donde yo sé, no se conserva ninguno del mismo estilo en toda nuestra comarca. Lo que sí hay es ruinas, desde luego. En la propia Cetina podemos encontrar restos de otros tejares en los Catones, en Cuatro Caminos o en San Julián (vecino de las ruinas de la ermita homónima). Este último, según cuentan los vecinos tenía más de cuatrocientos años de antigüedad. También se dice que con los restos de la ermita, y tal vez del propio tejar, se levantó la actual ermita de Santa Quiteria. A saber: los viejos edificios, monumentales o no, acaban a menudo convertidos en cantera.
El tejar del que hablamos hoy no es que fuera tremendamente antiguo en su aspecto material. Con toda probabilidad no era muy anterior a la Guerra Civil. Sin embargo, sí mostraba un aspecto singular: la larga arquería que funcionaba como secadero, un factor poco común que le otorgaba valor como pieza rara de la arquitectura popular. Fuera de esto, la apariencia y funcionamiento del tejar sí respondía a modelos muy antiguos, como mínimo procedentes del tiempo de los árabes, si es que no de los romanos. Veamos esto con más detalle.
La disposición de las edificaciones del tejar era muy similar a la de un taller de alfarería típico (como, por ejemplo, el que fue de Félix Vicente en Alhama de Aragón, y que tuve ocasión de conocer durante mi infancia). El tejar constaba de un edificio principal sobre zócalo de piedra rematado en adobe y ladrillo que era el alojamiento del horno. Esta parte es la única de la que aún queda algún vestigio, muy deteriorado. Junto al horno se levantaba un cobertizo abierto que servía como taller y para dar un primer secado a las piezas. Es muy probable que existiera en las inmediaciones un pozo para mezclar y batir la arcilla. Sin embargo, he sido incapaz de localizarlo. Con toda seguridad sigue ahí, lleno hasta arriba de enronas y cubierto por la vegetación silvestre, las riadas y el paso del tiempo.
Lo más notable de este tejar, no obstante, era el ya comentado secadero exterior, consistente en una larga arquería de tres pisos apoyada en pilares, construida en ladrillo y rematada con un tejadillo. Esta estructura tan llamativa, que corría durante unos veinte metros en paralelo a la carretera de Jaraba, ya había sido vandalizada en el pasado, pero aún conservaba muchos de sus arcos y, en los últimos tiempos, al menos una sección completa, con sus tres niveles de arquitos. Sobre esta construcción singular las tejas acababan de curarse al sol, antes de pasar al horno para su cocimiento final.
Los tejares artesanales, antaño muy comunes, aprovechaban un recurso local abundante y baratísimo: la tierra arcillosa que es tan característica de las riberas altas del Jalón. Por desgracia, la fabricación industrial de materiales de construcción acabó con esta forma de producción localizada (no del todo: en Cetina, y por cierto a orillas de la carretera de Jaraba, donde antaño se concentraron tantos tejares, aún existe una fábrica de ladrillo tradicional).
Los tejares abandonados no tardaron en entrar en ruina o fueron derribados para dar otro empleo al solar que ocupaban. De este tejar en concreto sólo queda el recuerdo y las fotos que acompañan a este artículo. Diré, para ir acabando, que los espacios urbanos no pueden congelarse en el tiempo, por supuesto, y también que a menudo las destrucciones se producen de manera inadvertida, como sin duda ha sido en este caso. Sin embargo, estas situaciones deben servirnos como aviso de que, a veces, conservamos pequeñas joyas delante de nuestras mismas narices y no nos damos cuenta.
(Nota final: quiero dar las gracias a mis amigos de Cetina, Nieves Alocén y Pedro Jesús Mancebo, que me han proporcionado gran cantidad de datos para este artículo. De paso, agradeceré también a los lectores que quieran aportar información sobre elementos patrimoniales de interés en sus pueblos. Antes o después les dedicaré un artículo.)
JALON
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