​LOS PEIRONES DEL ALTO JALÓN

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Jose Manuel Lechado


La primera pregunta que surgirá, para el que no sea de la comarca, puede ser: ¿Pero qué es un peirón? Para saberlo podemos hacer lo que se hizo siempre, mirarlo en el diccionario. Así que un peirón es, según el diccionario de la Academia de Madrid (o sea, la RAE)… Pues nada, porque no viene. Ni tampoco su otra forma, «pairón». Bueno, pues lo definimos nosotros, que no necesitamos ni academia ni académicos para hablar en nuestro idioma.


Un peirón es un pilar, a veces columna, de ladrillo o piedra que se sitúa al margen de un camino. Indica el comienzo de éste, una bifurcación o un cruce. Y suelen ir adornados con imágenes de santos (en bulto o estampa, a menudo sobre azulejos pintados) y muy a menudo se rematan con una cruz, por lo que se les puede llamar también «cruces de término».


Es una forma de señalización tradicional que guarda parentesco con los miliarios romanos, los antiguos hitos kilométricos de las carreteras o incluso ciertas señales modernas. Pero no es ninguna de estas cosas: el peirón no marca distancias ni indica direcciones. Sólo atestigua la existencia del camino, de su bifurcación, cruce u otra circunstancia. Y procura traer suerte al viajero con la ayuda de la santa o el santo de turno que lo adorna.


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La mudez del peirón no quiere decir que no comunique. Lo hace, pero a la antigua usanza: «a lo humano». Hoy en día para ir de un sitio a otro miramos el GPS y santas pascuas. Si se va la cobertura, estamos perdidos. Pero hasta hace poco tiempo para ir de un lugar a otro el expediente era distinto: se preguntaba al lugareño. Y éste podía contestarte algo como: «Siga recto tanto y tanto y al llegar al peirón de santa Águeda tome el ramal de la derecha». Así, de esta forma, el camino hablaba y permitía hacer amigos.


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En nuestra comarca hay peirones para parar un tren. Y varios pueblos, como Bordalba, conservan más de uno. Los hay en Embid de Ariza, en Jaraba y en mil lugares más. La mayor parte, eso sí, en la vertiente aragonesa del valle, aunque el peironaje no es tampoco raro en Castilla. En tiempos antiguos había más, pero han ido cayendo víctimas de la desidia y del tiempo. De su abundancia pasada da fe la actual, a pesar de todo.


Muchos peirones son protagonistas de pequeñas leyendas locales, pero hoy quiero contar la historia real de dos peirones muy queridos para mí: los que hubo en Cetina, a la entrada del pueblo, en el lugar conocido como «el empalme». No era éste otra cosa que el cruce a nivel entre la carretera Madrid-Zaragoza y la comarcal que va desde Cetina a Embid de Ariza y más allá. Un cruce un tanto peligroso, por el tráfico, que se quiso señalar no un peirón solitario, sino con dos y además gemelos.


Tenían forma de torrecitas de ladrillo rojo, como si se hubieran escapado de un ajedrez gigante, y se adornaban con azulejos. Un peirón estaba dedicado a san Juan Lorenzo, patrón del pueblo; y otro a san Pascual Bailón. Entre los dos formaban un pórtico muy señorial, como advirtiendo al que pasaba por la carretera que ése que se divisaba a cierta distancia no era un pueblo cualquiera.


Construidos a principios de la década de 1950, sustituyeron con acierto al desolado cartel del yugo y las flechas que tan común se hizo, por desgracia, en toda España luego de terminada la Guerra Civil. Se cambiaba con ellos un símbolo fascista por otro tradicional, uno con verdadero arraigo en la tierra. Lo de poner dos, imagino, por señalar uno el camino y el otro el cruce. O por simetría.


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Antiguo peirón de san Juan Lorenzo en Cetina. Su gemelo, dedicado a san Pascual Bailón, se encontraba justo enfrente, al otro lado de la carretera de entrada al pueblo. Hoy no queda ni rastro de ninguno de los dos. La cartelería moderna que aparece en la imagen, útil sin duda, desvirtúa un poco el significado del peirón. Foto proporcionada por mi amigo Pedro Jesús Mancebo.


Sobrevivieron durante más de tres décadas y su final fue más bien triste. A uno se lo llevó por delante un camión y a nadie se le ocurrió restaurarlo. No mucho después las obras de la autovía se llevaron por delante al otro. Y a nadie se le ocurrió trasladarlo. Sólo queda de ellos, aparte el recuerdo, alguna foto. Ni una sola, que yo sepa, en la que se vean ambos a la vez.


En fecha reciente el Ayuntamiento de Cetina ha construido dos réplicas de aquellos peirones a la entrada misma del pueblo, casi a los pies del castillo. Lo ha hecho con bastante fidelidad y los ha dedicado a los mismos santos que entonces. Al estar situados en la proximidad de un cruce responden a su motivación tradicional, aunque desde mi punto de vista habría sido más correcto situarlos como los originales: uno a cada lado de la carretera.


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Los nuevos peirones de Cetina, enmarcando el castillo.


Así que a partir de ahora, cada vez que vea un peirón recuerde que se acerca a algún sitio interesante. Y si tiene dudas al respecto, apague el navegador y pregunte a alguien por dónde se va. Si no hay nadie, siga camino adelante y déjese sorprender por lo que encuentre.

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