'LA QUE SE AVECINA' EN LA CIUDAD, MIENTRAS 'AQUÍ NO HAY QUIEN VIVA' SIN VIVIENDA EN EL MUNDO RURAL

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Ayer fue un día de esos que hacen ruido. Pero no porque España haya ganado una Eurocopa, ni porque Shakira le dedique otra canción a Piqué. Ni siquiera porque Montoya encuentra quien le rasque la... cornamenta en la Isla de las Tentaciones;  tampoco el clamor fue por Broncano, su berrea, y la estrategia de Sánchez para hundir con dinero público a un comunicador y libre pensador como Pablo Motos -este Pedro es un bolchevique, siempre molestando al empresario-. Ayer rugió el país porque decenas de miles de personas salieron a la calle a gritar lo que muchos llevan años susurrando entre paredes prestadas y apretadas: que vivir dignamente se ha convertido en un privilegio al alcance de muy pocas personas, la mayoría con ventajas heredadas. Y no solo en Madrid o Barcelona hubo protesta. También en el Alto Jalón, en un pequeño pueblo que bien merecería una serie de televisión para enseñar el mundo rural moderno desde un prisma de realidad, y no como nos pintan siempre para sostener estereotipos viejos: Torrijo de la Cañada es de esta realidad que vivimos un gran ejemplo.


Porque el derecho a la vivienda no entiende de aceras ni de código postal, aunque las pancartas se concentren en las ciudades. El relato dominante ha hecho del problema un asunto urbano, como si los pueblos fuesen terreno libre de especulación, de alquileres imposibles o de exclusión habitacional. Y no. En el medio rural el drama es más viejo, más callado y, por desgracia, más ignorado.


Aquí, en lugares como Torrijo de la Cañada, no es que la vivienda sea cara: es que no existe. O existe en forma de casas ruinosas, cerradas a cal y canto por propietarios que ni alquilan, ni venden, ni rehabilitan. Inmuebles que se desmoronan mientras la vida también se deshilacha, porque sin casas no hay vecinos, y sin vecinos no hay escuelas, ni consultorios, ni comercio, ni futuro, ni nada. La España mal llamada vaciada no solo se queda sin trenes, cobertura o médicos, también se queda sin llaves para abrir sus casas a los que huyen de ciudades-infierno.


Y es que cada vez son más quienes miran al mundo rural buscando una alternativa a la asfixia de la ciudad. Pero cuando llegan, se topan con un callejón sin salida. No hay vivienda pública ni planes efectivos de acceso. No hay incentivos ni tampoco voluntad privada para liberar el parque de viviendas cerradas. No hay ayudas para rehabilitar lo que ya está construido. Lo que sí hay, y mucho, es olvido.


Mientras en las urbes se señala a los fondos buitre, aquí se lidia con otros depredadores: con la indiferencia, con la burocracia, con las promesas que siempre llegan tarde —cuando llegan— y con esa absurda paradoja de pueblos llenos de casas vacías y jóvenes sin sitio donde quedarse. Porque aquí no hace falta una app para encontrar piso: basta con abrir los ojos y contar persianas bajadas y tejados hundidos.


Ayer, 39 ciudades y en algunos pueblos —también Torrijo de la Cañada— alzaron la voz al unísono,  como llevamos muchos haciendo ya tanto tiempo. Aquí no hay zulos a 900 euros, pero tampoco hay ventanas abiertas sea cual sea el precio.


Viendo las decenas de miles de personas que ayer salieron a la calle en toda España; viendo las proclamas que se enarbolan y que ganan fuerza a raudales, como una huelga masiva de inquilinos dejando sin pagar el mes a sus caseros; notando que no hay una voluntad política de poner por encima a la mayoría de las personas frente a los ricos que mercadean con principios fundamentales constitucionales - parece que el único delito a la Constitución que se castigue sea el de ser rapero y meterse con un señor que se ha llevado a Qatar nuestro dinero -. Con todo eso, la que se avecina en las ciudades.


Todos lo vemos con ese clima y esa vulneración impune y flagrante de derechos por parte de quienes decidieron un día que el mayor negocio no es vendernos artículos comerciales, sino hacernos exclavos del trabajo para poder pagar nuestras necesidades vitales. Por un lado, te sostengo dándote empleo para seguirme enriqueciendo, y por otro te saqueo con alquileres sangrantes. Y son los mismos, empleadores y dueños. Hijos todos de un sistema en el que la igualdad de oportunidades solo existe para quienes nacen en buen seno. "¡Qué pechotes tenía mi padre!", estará diciendo Amador, de primer apellido González. Aunque pensándolo bien, esa frase es más de Recio pescadero que de millonario a base de comisiones - como poco reprobables -, aprovechando crisis sanitarias mundiales y lazos con gobernantes 'poco sensibles' a los males de la

gente de otras clases sociales. Ahora, eso sí, ambos son mayoristas y ninguno limpia pescado, que eso es de pobres, de gente sin padres ricos. "Qué bien, qué bien, hoy comemos con Isabel", pero en mi casa, a diferencia de en la de estos avariciosos irresponsables, el atún era de marca blanca y el pescado lo limpiaba mi madre.


La que se avecina en la ciudad... mientras en el mundo rural el problema no es que haya "merengue merengue" en la comunidad, sino que por no haber, no tenemos ni gente con la que juntarnos a protestar. No hay casas disponibles, no hay médicos, no hay servicios... no hay salida salvo que seas un cabezón empedernido... Y eso que en el pueblo, se está mejor que en ningún sitio, pero la realidad es que Aquí no hay quien viva.


"Un poquito de por favor”, algo parecido pidieron ayer en Torrijo. No para que bajen el volumen, sino para que suban la mirada. Un poquito de por favor para que se escuche a quienes viven, o quieren vivir, en los pueblos de la que (mal) llaman, no sin falta de intención, España vaciada.


Y ojo, porque hasta la ficción lo ha visto venir. En la famosa serie de 'La que se avecina', después de años de líos, el señor Recio, Enrique Pastor, Coque, Amador Rivas y compañía acababan marchándose a un pueblo de Soria. ¿Por qué? Porque allí, al menos, había casas vacías. Quizá por eso nos llaman España vaciada, porque tenemos todas las casas cerradas y deshabitadas. Pero también hay tranquilidad y una vida mucho más cómoda de llevar, alejada del ruido y del consumismo de la ciudad.


Así que sí, tal vez el camino no esté solo en frenar a los buitres de la ciudad, sino en abrir las ventanas de las casas del mundo rural. Porque si la vivienda es un derecho, ha de serlo también para los pueblos. Porque si queremos un país sostenible y justo, necesitamos un mundo rural habitable y dando frutos. ¿De dónde van a importar su talento las ciudades, si en los pueblos no nace nadie? Porque si seguimos mirando solo a las urbes, lo rural dejará de existir y con ello, lo poco que nos queda ya de humanidad. Será el fin y lo celebrará sin aranceles Donald Trump.


Entonces ya no será un problema de vivienda, será un problema de la humanidad. Así que, como diría Emilio, el portero, y ayer en Torrijo se ocuparon de recordar… 'un poquito de por favor, hombre ya'


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