Como territorio fronterizo y zona de paso no resulta extraño que la comarca del Alto Jalón se encuentre repleta de construcciones defensivas de todo tipo. Los castillos constituyen los ejemplos más espectaculares por su tamaño y situación, pero también encontramos villas amuralladas y multitud de oteros, torres de vigilancia que cubren este país que un día formó parte de la llamada Frontera Media.
De las estructuras militares en el entorno del Alto Jalón sólo una reúne elementos de estas tres categorías: castillo, muralla y otero. Me refiero, por supuesto, a la espectacular fortaleza de Embid de Ariza, que se yergue, en ruinas pero aún desafiante, sobre un espolón rocoso que domina el valle del río Argadir (conocido también como Deza o Henar, según el tramo).
Se conservan muy pocas noticias históricas sobre este castillete fuera de que ya existía a finales del siglo XII. También se sabe de su papel destacado en la Guerra de los Dos Pedros (siglo XIV), cuando Aragón y Castilla se enfrentaron a muerte durante casi tres lustros para ver quién gobernaba más villorrios. La verdad es que, a pesar de sus reducidas dimensiones, esta fortaleza impone ya desde la distancia.
El conjunto en sí, al menos lo que se conserva, puede parecer poca cosa al visitante mal advertido: un pequeño recinto cuadrado de mampostería rematado por una torre cilíndrica maciza; bajo esto, otra estructura de tapial y mampostería que corta el paso entre ciertos huecos de la roca natural; y por último un largo lienzo de muralla, todo él de tapial, que se considera el muro más empinado entre los castillos españoles. Este lienzo, por cierto, es lo que se denomina «coracha», un tramo de muralla habitualmente perpendicular al resto de la construcción y que sirve tanto para dificultar las maniobras de los atacantes como para acceder a una fuente de agua, en este caso el dicho Argadir. En España se conservan varios ejemplos destacados de coracha, como la del castillo de Ponferrada o la del recinto amurallado de Buitrago de Lozoya.
Aparte de esto no se conserva nada más y en principio podría considerarse que un fortín tan mínimo poca fuerza podría hacerle a un ejército invasor. En cierto modo, más que un castillo parece un puesto avanzado para vigilar el paso de Castilla al valle del Jalón. Sin embargo, ciertas características desmienten este primer análisis.
Para empezar la torre es sorprendentemente fuerte e inaccesible y está muy bien construida. Además los ángulos de la base presentan formas redondeadas, más eficaces para desviar impactos de proyectiles. Por otra parte, bajo la torre se conservan restos de estructuras (pendientes de un análisis concienzudo) cuya función original podría haber sido la de albergar una guarnición de mayor enjundia que la correspondiente a un otero. Considerando estos detalles da la impresión de que la fortaleza fue pensada no sólo para funciones de centinela, sino para soportar ataques directos.
Sin embargo, el elemento fundamental es la coracha, la cual resulta un complemento extraño para un simple puesto de vigilancia. Añadamos a esto que el castillo de Embid no sólo está situado en lo alto de un cerro que le proporciona una visual extraordinaria de los alrededores, sino que se eleva sobre uno de los puntos más estrechos del valle del Argadir. Dado que no se conservan de la coracha más restos que su tramo alto lo que voy a decir ahora es mera especulación a falta de un estudio arqueológico del terreno.
Especulación, pero basada en la lógica guerrera: si vas a levantar una estructura defensiva en este sector con el objetivo de dificultar el paso, es de cajón trazar un muro que vaya más allá de proporcionar acceso al río a los defensores de la torre. Desde este punto de vista lo más probable es que la coracha de Embid no fuera tal, sino una auténtica muralla que cerraba el valle por completo, de un lado al otro. Con una puerta, eso sí, para obstaculizar cualquier avance de un ejército enemigo y, a la vez, servir como punto de cobro de portazgo a los comerciantes que en tiempos de paz viajaran entre Castilla y Aragón.
Esta función fronteriza tiene más calado de lo que se pueda pensar, pues señala la intención de mantener una frontera fija en este punto privilegiado y de fácil defensa. De paso cabe recordar que aparte del camino principal entre Cetina y Deza (y más allá, hasta Soria), el castillo de Embid de Ariza también protege una ruta secundaria que, atravesando los montes, lleva al río Monegrillo y desde ahí a Alhama de Aragón.
Según el historiador Cristobal Guitart Aparicio, el de Embid «es el castillo más diminuto y de posición más genuinamente roquera de todo Aragón». Pequeño es, sin duda, pero además de chiquito debió de ser bastante matón. Hoy conservamos sus restos en medio de un paisaje extraordinario que merece la pena contemplar. El ayuntamiento de Embid habilitó la subida mediante una vía ferrata hace algunos años (por cierto, habría que darle un repaso a algunos tramos), lo que convierte este monumento en un lugar grato de visitar, aunque la ruta requiere cierto esfuerzo físico. Muy poco en realidad, y menos si lo comparamos con el pasado: la primera vez que subí a este castillo, en el ya lejano siglo XX, tuve que hacerlo trepando por las rocas como una cabra.
Así pues, animo a cualquier viajero que pase por el Alto Jalón a acercarse por Embid de Ariza. Y, ya de paso, animo también a las autoridades responsables del patrimonio a realizar ese estudio arquitectónico, arqueológico e histórico que nos proporcione las claves de cómo fue este castillo en el pasado. A mi entender, mucho más de lo que pueda parecer hoy día. Y parece mucho.
JALON
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