LA MUJER DEL PICADOR

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Marcos del jalón


Álex Company iba para figura del ciclismo. Tenía piernas, pulmones y talento, pero una inoportuna y delicada lesión de menisco le apartó el suficiente tiempo como para colgar la bicicleta y tomar afición por lo que hasta aquel momento había pasado, prácticamente, desapercibido en su vida.


Durante la complicada rehabilitación coincidió con el torero Rober París, Rubio de Jaén, un matador de segunda fila, pero que seguía gozando de tardes de albero y toro gracias a las buenas relaciones de su apoderado.


Se hicieron buenos amigos y el Rubio le metió la pasión del toro y el toreo en las entrañas. ¡A sus veintiún años no había visto un toro más que de lejos o en televisión!


- En cuanto nos pongamos en forma te vienes a la finca de un amigo y pasamos un buen fin de semana en el campo.


Y llegó el fin de semana, que duró prácticamente ya toda la vida. En dos días, Álex se quedó prendado del campo, del toro… y de los ojos azules mar sereno y la sonrisa provocadora de la pelirroja mujer del Rubio.


El sábado por la tarde, tras cuatro horas de tentadero, se ducharon juntos en el baño de la plaza portátil.


- Se lo diré a Rober, tranquilo.

- ¿Eh? ¿Estás loca? Me atravesará con su estoque como a un utrero.

- Es mi marido, y estoy enamorada de él y espero seguir así mucho tiempo.

- Pero él… ¿él acepta que te acuestes con otros?

- ¿Con otros? Hay muy poca gente que me interese, querido Álex.

- Y yo, ¿por qué te intereso?


Y no pudo hablar mucho más, la mujer de cabellos rojizos le besó apasionadamente y volvieron a follar, en esta ocasión sobre la camilla de la pequeña enfermería del edificio anexo a la plaza.

Cuando se encontró Alex con el maestro, bajó la cabeza, pero el torero le sonrió cariñosamente.


- Vamos a dar un paseo entre toros y olivos.


Del hombro, como buenos amigos que eran, pasearon y respiraron y se contaron las sensaciones.


- Mi mujer no es vulgar. Se ha enamorado de tu mirada y de tu cuerpo joven, Álex.


Tras un comestible silencio, Álex acertó a decir:


- Creo que quiero ser torero, como tú, Rubio.


Y no iba desacertada la afirmación del jovencito Álex Company. En apenas medio año tomó afición por la vara de picar, la puya, y con excelente manejo, esfuerzo en el gimnasio y técnica se convirtió en el picador de El Rubio de Jaén.


El día de la alternativa, en Baeza, con tres cuartos de entrada y corrida televisada en directo para España, Francia y media Sudamérica ya se presagiaba el alentador futuro de Álex.


Los dos toros fueron picados con maestría, como si llevara cuarenta años haciéndolo. Las ovaciones del público obligaron a saludar, sombrero en mano. En el saludo, hizo que el caballo y la puya bailaran como nunca jamás antes un picador había siquiera insinuado.


Tradicionalmente la figura del picador está reflejada en un hombre de gran envergadura, rechoncho y sobrio. Álex Company se había fortalecido, pero seguía sin pasar de los sesenta y cinco kilos. Su figura esbelta y rasgos agradables le hacían un varilarguero singular.


La prensa, televisión y las redes sociales le auparon al número uno en cuatro corridas, no solo de los picadores, sino del mundo del toro en general. El Rubio firmó una temporada espléndida y, por fin, en plena madurez, llegaron los contratos de las mejores ferias y plazas de España, México y Colombia.


La mujer pelirroja del torero continuaba realizando labores como asesora de imagen. Acompañaba a los dos toreros en sus giras y viajes y se encargaba de la comunicación e imagen en las redes sociales y prensa.


Apareció el amor en el corazón de Álex Company. En los de sus amigos continuó como hasta entonces.


Por extraños procesos vitales se sucedían los encuentros amatorios sin tener que hacer cuadrantes o ceder el paso al otro amablemente.


Álex disfrutaba de gran popularidad. Sin duda, se encontraba en la cresta de ola de la fama, pero no permitió que se le subiera a la cabeza el éxito que cosechaba en cada plaza, en cada programa televisivo al que asistía. Era mucho más famoso que El Rubio, más popular que el mejor maestro, pero no le inquietaba en absoluto.


La mujer se sentía feliz con el amor de toda su vida y con el del picador. Una felicidad enorme, indescriptible, que le llenaba totalmente. Era como haber encontrado dos hombres complementarios en su vida. Una felicidad que no estaba dispuesta a dejar escapar.


Medellín (Colombia). En el segundo toro del lote, Jijón de nombre, un toro cinqueño, haciendo honor a su pelaje rojo encendido, desmontó a Álex Company y le propinó una cornada que le partió el esternón y le quebró la arteria pulmonar instantáneamente. Al quite, rápidamente, acudió el maestro. El toro se revolvió y le prendió de la ingle segándole la fe moral en un segundo, volteándolo y dejándolo hecho un ovillo inerte en la arena.


Los dos toreros y amigos regaron con su sangre el ámbar ruedo de la plaza ante el estupor y rostros horrorizados de los veinte mil espectadores.


La mujer se desvaneció en su asiento entre las caras descompuestas del público. Nadie pareció percatarse.


Jijón fue pasado por el estoque del sobresaliente a los tres minutos, cuando los dos toreros yacían inermes en sendas camillas de la enfermería.


Jijón abrió los ojos azules mar intenso, erizó su pelaje rojizo como un frío atardecer y una sonrisa provocadora. Un mohín indescriptible. Un destello de inmenso placer recorrió un definitivo estertor de vida en aquella última tarde de amor y toros.

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