DIGERIDO (CARITA DE TORREZNO)

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Marcos del jalón


Todo comenzó durante los veinte minutos de los que disponía para tomar el almuerzo. El ruido de la cadena de montaje era algo ya tan frecuente y cadencioso que pasaba desapercibido. Tan ensimismado estaba que apenas me di cuenta que me había comido un trozo de papel de periódico del envoltorio del bocadillo de torreznos. 


Ya me lo había tragado. Al sonar la sirena de fin del almuerzo me llamó la jefa de personal. Llevaba enamorado de ella, sin remedio, desde el primer día de trabajo cuando me llamó carita de torrezno y yo pensé que le gustaba. Pero he sido invisible para sus ojos desde aquel momento. Ahora, no tenían más remedio que reducir mi jornada laboral. No tenían más remedio que reducirme considerablemente el sueldo. Miré la bola de papel de periódico. No dispondría de dinero ni para el bocadillo de torreznos del almuerzo. 


Al día siguiente, a la misma hora y con el mismo ruido, decidí realizar un cambio en mi dieta y un reajuste en mi penosa economía, como hizo una famosa aerolínea reduciendo una sola aceituna de sus menús diarios y lucrándose a costa de tan diminuto detalle. El mismo pan, pero menos contenido de torrezno. El mismo envoltorio, una hoja de papel del diario gratuito de la mañana que recogía en el metro. 


Otro día más. Otros veinte minutos de descanso. Comí el bocata y sin mirar también me tragaba la mitad del papel del envoltorio. 


Y no pasaba nada. Un día y otro, y otro más, y cada día aumentaba la ingesta de papel y reducía el contenido del bocata de torreznos. 


Poco tiempo después me volvió a llamar la jefa. Yo seguía enamorado, sin remedio. Y ella no tenía más remedio que prescindir de mí. Estaba despedido. 


Y yo pensé que podría vivir sin aquella fábrica que me había consumido las dos terceras partes de mi vida. Y que tendría que vivir sin la jefa de personal, ¡qué remedio! 


Por la noche evalué mi estado económico mientras me comía un bocadillo relleno con una hoja doble de periódico. Durante los días siguientes comprobé que mi estómago no solo podía digerir papel de periódico. 


Cualquier material similar, bien cortado o laminado, era apetecible, incluso lo saboreaba de forma diferente. Aquellos días devoré varios tomos de una vieja enciclopedia. 


El cartón de las portadas me costaba masticarlo algo más, pero bien picado también me servía. En poco tiempo acabé con las libretas, las facturas viejas y nóminas y los pocos libros que quedaban en la estantería. Luego llegó el descubrimiento de comer plásticos, madera… Y, por fin, la arena. Arena, un delicioso manjar. No necesitaba más. Mis funciones digestivas no se habían alterado lo más mínimo y me sentía sano y con la misma vitalidad. Pensé que sin tener que comprar comida era mucho más sencilla la vida. ¿Qué hago aquí en esta ciudad a la que solo vine a trabajar? No hay nada que me ate. Ni siquiera el sentirme en el mismo lugar que la jefa de personal. Seguía enamorado. Y me fui a la casa destartalada de la playa, la única herencia de mis padres. Una pequeña finca de pescadores a pocos metros de un tranquilo delta. Pasear, pescar, tal vez intercalar algún pescado al horno con papeles de prensa gratuita. Y, sobre todo, la dorada y suculenta arena de la playa solitaria. 


Una tarde de finales de octubre apareció la mujer en la playa. Sentada sobre la arena adiviné que no estaba de paso. Ni en la playa ni en mi vida. La noche repleta de pasión dio paso al hambre. Me comí un par de hojas de un poemario, pero noté que no podía casi ni tragarlas y, mucho menos, digerirlas. 


Salí unos metros hasta la playa y probé con la arena, que se había convertido en mi alimento preferido, pero tampoco pude comerla. Vomité durante una hora. La mujer despertó y siguió amándome como si nada. Fui al mercado y compré torreznos, arroz, frutas y pescado… Ella no quería comer, solo quería poseerme salvajemente. Mi organismo era incapaz siquiera de tragar cualquier alimento. Aquella mujer, insaciable de amor, continuó amándome hasta mi último aliento. La jefa de personal me devoró y acabó, irremediablemente, con mi vida.

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