ARBUJUELO Y EL SOMBRERERO LOCO

Como augurando cenizas se erigen arriba Los Tolmos. La tierra se agrieta y se abre, dejando paso a viejos demonios. Emana el agua del suelo y empapa esponjas de musgo llenándolo todo de vida. Una vida tan quieta que te para el tiempo. Te embriaga cómo rompe el silencio, el sólo rumor de riachuelos que se esconden en zarzales y se pierden a lo lejos.

Me siento un caballero del Cid, de camino a Medinaceli, en busca de doña Jimena para llevarla a Valencia. El valle de Arbuxuelo me envuelve mientras desciendo, desde Layna, para darme un paseo por un pueblo de la comarca del que últimamente estoy oyendo hablar mucho. Es el tercer intento que hago de venir, y nunca puedo. Hoy sin embargo el olfato me ha empujado a hacerlo.

Ya solamente bajar desde los altos de Layna hasta aquí es un gozo. El camino del Cid era muy hermoso. Los soldados del medievo debían gozarlo al cabalgar sus caballos por estos caminos, de no ser por el estado en que tendrían las posaderas, tras kilómetros de trote, con esas cotas de mallas con las que imagino a un caballero. 

Cuando uno entra al pueblo se encuentra con el silencio que tan sólo el agua corta. Y lo destaco de nuevo porque es certero el golpe que te pega en los oídos. El silencio allí es tremendo, lo hace tan perceptible el rumor del agua corriendo. Es como cuando se te pasa el dolor de una migraña y entonces te das cuenta de lo placentero que es no sentir nada. Pero no hemos venido aquí por eso.

El objetivo del paseo es buscar la parada del autobús de Arbujuelo. No es eso, aquí no hay apeadero de la línea 325. Aquí hay un autobús de dos plantas que quizá vino de Londres conducido heroicamente desde tan lejos. Por soñar, imaginemos. "No hay mejor cosa que ser imaginario", como me dijo Jesús en un foro de sabios del pueblo . Y aquí en Arbujuelo, buscando el autobús en el pequeño pueblo, siento lo más cercano a ser imaginario sin estar abonando el campo santo.

El pueblo es carismático. Hay pocos con esta mezcla de historia, solemnidad y "bricomobiliario". Algún artista del pueblo se ha trabajado mucho el decorarlo. Tiene una identidad que no pasa desapercibida. Por regueras los molinos no han machacado grano ni movido turbinas. El agua brota de rocas haciendo estalactitas metálicas en la Fuente de la Toba. En la casa de Lucrianjo no entran malos sueños, eso seguro, pues tiene un atrapasueños mágico metálico que le protege de todo lo oscuro.

El pueblo es tan pequeñito y el autobús tan llamativo, que no hemos percibido la necesidad de preguntarlo. "¿Dónde estará el vehículo?". Es un misterio, nos perdemos y tropezamos con una pareja que nos mira impávida, quieta. Son dos patos cubiertos de tiempo en un estaque de agua cristalina recién nacida de la roca. Este pueblo es una sorpresa tras cada esquina, no tiene piscina pero sí un frontón en el que los quintos no pusieron el año. Seguramente no lo sabían, pues para ellos, como a mí, aquí también se les paró el tiempo aunque fuera por un momento. Esa sensación que tienes cuando te dan el primer beso, que no sabes si es robado, será fugaz o derivará en eterno.

Tenemos suerte y la cobertura aquí no escatima. "El autobús está al lado de la iglesia". No tiene pérdida, si lo dicen en el grupo de whatsapp es verdad absoluta. Pero, ¿dónde está la iglesia?. Al que venga que no busque torre ni campanario. Es de la altura de cualquier casa y tiene un patio, con unas cruces que dan la grima suficiente, como para pasar un rato mirando de frente al destino de todos algún año. Aquí ya hay alguno que es imaginario.

Por fin apareció el autobús rojo, al lado del Jardín de la Creatividad. Lo pongo en el grupo de whatsapp: "malditos, habérmelo dicho, lo habría puesto en Google Maps, que el Jardín de la Creatividad es un centro de arte muy caro, tiene una verja electrificada para que nadie les robe los cuadros". La verdad es que es preciosa la estampa. Ese rojo combina muy bien con todo lo que tiene al lado. Me muero por saber la historia de este pueblo casi deshabitado, que conserva la esencia de ayer y tiene toques modernos y es alocado. "Te quiero conocer, quiero saber quién hay a mi lado, en este pueblo", pienso mientras miro los ojos... no tiene ojos, es una boca en la pared, se me está yendo la cabeza con este lugar que me recuerda al cuento de Lewis Caroll y a sus mil maravillas. "¿Dónde estas Alicia?", miro mi reloj y me decido a intentarlo.

El caso es que me dispongo a preguntar a todos los vecinos que encuentre. Tengo que enterarme de la historia de esta gente. Pero no encuentro a nadie. De repente, el ruido de una radial me despierta de la borrachera que te provoca este pueblo, cobijado del relente por el valle de Arbujuelo. Les pregunto, pero son de Arcos y no conocen a la gente. Tendremos que volver en otro rato, así que cogeré mi caballo y me iré con Doña Jimena y su cabello dorado, en busca de una cerveza en La Mopal o en cualquier otro lado.