EL EMBALSE DE MONTEAGUDO DE LAS VICARÍAS

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La semana pasada conocimos una leyenda preciosa, re-adaptada con el perdón y la gracia de todos los judeños que siguen este diario. Me parecía plausible la historia habiendo amor de por medio. Siempre con ese componente parece posible todo. Como viable fue llegar hasta la Laguna de Judes gracias a la intrepidez de mis dos guías, Raúl y Miguel, que nos metieron por los caminos abriendo senda casi a ciegas entre sabinas y más de medio metro de nevada.

Los Toros de Santa Teresa vienen de antaño, como de lejos viene también la historia que hoy vamos a relatar. Este fin de semana #MePongoLasBotas para recorrer el Embalse de Monteagudo de las Vicarías. Construido en 1878, su historia relata el paso del tiempo por la España rural hasta convertirse en la España vaciada. La idea inicial era ir hacia Aragón, el Sendero del Sacristán era la primera opción y Arcóbriga la sustituta por si no se pudiera hacer por las inclemencias del tiempo. Al final ninguna de las dos, Filomena primero y Gaetán después, nos han impedido hacerlo. De modo que nos volvemos con las botas embarradas a nuestro coche, por dos veces, y nos vamos a la aventura gracias a Antonio Ruiz, a quien mañana entrevistaremos y que nos ha contado la historia de este lugar. Menos mal que pudimos ir a verlo con la nevada, días atrás. En los dos intentos anteriores se nos ha ido el tiempo, así que utilizaremos aquellas fotos, lo que sentimos al ir a verlo, y lo que nos cuenta Antonio que se lo sabe todo sobre esto.

Un camino de tierra sale de la carretera que une Monteagudo de las Vicarías con Fuentelmonge. Dejamos el coche aparcado a la entrada y llegamos con nuestras botas, bordeando el sendero reblandecido por el deshielo, a un muelle de madera como el de las películas americanas. Uno se imagina en verano, cuando las aguas no estén congeladas, nadando hasta el otro lado. Es lo que tiene la imaginación. En la realidad su extensión, de 100 hectáreas, es demasiado grande para mis brazadas. Un poco más allá del embarcadero se encuentra la pequeña presa y la zona de avistamiento de aves. Este embalse fue declarado Zona Húmeda de Interés Especial y Zona de Especial Protección para Aves y pertenece a la Red Ecológica Europea Natura 2000. 

El pantano, que fue lo que comenzó siendo debido a la escasa modificación del entorno que se tuvo que hacer para su construcción, tiene su razón de ser en la necesidad de almacenar agua para el regadío de los campos. Un clima con escasa precipitación y muy irregular obligaba a ello. Por esto en 1878, el cirujano médico de Monteagudo de las Vicarías, Manuel Alonso Maza, junto con el sacerdote del pueblo, se embarcaron en la aventura. Convencieron a varios vecinos del pueblo y a otros socios capitalistas y montaron una empresa. Solicitaron los permisos y se los concedieron. Entonces contrataron a un arquitecto y comenzaron las obras. Cuando las acabaron, la mala suerte se cebó con ellos. Una epidemia de cólera asoló al país entero y afectó a Monteagudo de forma terrible, mermando su población en un tercio. Y no se quedó ahí eso, sino que el médico tuvo que marcharse del pueblo. Según cuentan, al Fernando Simón del pueblo le acusaron de no actuar bien durante la pandemia y Manuel Alonso se marchó a Almaluez, de donde era él, dejando el proyecto a su suerte.

Tras dar la compañía quiebra, pues la pobreza post pandémica era intensa y no había quien pudiera pagar las aguas del embalsamiento, el entonces alcalde, Silvestre Pequeño, compró el pantano para el pueblo. Corrían los años 20 y la laguna se alimentaba del arroyo de Reajo, que viene del puerto de Alentisque, en la zona de Valtueña. Un pequeño arroyo no daba para mantener lleno de agua aquello y menos en temporada de sequía como la que se estaba viviendo. Un loco en aquel entonces, que como un visionario ahora vemos, ideó derivar las aguas del Nágima hacia el pantano con un encauzamiento. En el pueblo, del que recordemos habían prácticamente echado al médico, aquel hombre llamado Telésforo López fue denostado y los vecinos instalaron un sistema de motores para bombear el agua. Método que resultó no ser rentable.

Y llegó la guerra, la post guerra y la vuelta al campo tras todo ello. En 1957 España necesitaba azúcar y todo el Alto Jalón se puso a ello. Se sembró remolacha azucarera por doquier y el tren la transportaba hasta la fábrica de Terrer. Hemos traspasado siempre la frontera para hacer negocios entre nosotros, he aquí otra prueba de ello. El regadío se antojaba clave y se comenzó el proyecto para canalizar el agua, como 30 años antes Telésforo propuso hacerlo. El agua se canalizó desde Valdeabejar, allí donde los monges del Monasterio de Santa María de Huerta tuvieron su primer asentamiento. Este punto es más alto que el embalse y el agua puede bajar por su propio peso.

Con las aguas regando la remolacha, trenes enteros eran cargados a horca por mozos del pueblo como Jesús Ruiz o Gerardo Utrilla, quien aún puede dar testimonio de aquello al que le pregunte, a razón de 5.000 kilos por jornada. Tanto trabajo también fue dinero. El agua no sólo sirvió para la remolacha. Los campos frutales, en especial las manzanas, hicieron buen uso de ella. Conocidas en toda España fueron las reinetas de Monteagudo, de las que pocas ya quedan, pero en aquel tiempo dieron para pagar los estudios a los hijos del pueblo, que se marcharon fuera. El éxodo a la ciudad de los años 60 puso en un brete a los agricultores, que viéndose sin mano de obra y con la revolución de la maquinaria agrícola permitiéndolo, se pasaron al secano arrancando todos los árboles.

En 1978 el pantano pasa a titularidad del Estado y es cuando se reforman los encauzamientos y los diques. Desde este momento el pantano es un embalse y se le da más capacidad y modernidad en las acequias de riego. Tras esto y con el cultivo de secano, el ya no llamado pantano se ha convertido en lugar de recreo. Ahora aquí nos bañamos en verano, pescamos, avistamos aves y paseamos en un entorno que en verano es fabuloso para el 'domingueo' y en invierno se congela y puedes caminar hasta el medio. Además mi amigo Dani de Arcos, 'el Javi' y 'el Beto' de Huerta, incluso algún portugués despistado que se ha quedado aquí viviendo, disfrutan aquí pescando carpa y black bass. Un paraíso singular, un embalse que no bebe de un río sino de la lluvia y de un canal, y un lugar para venirte a enamorar de los colores del cielo y del 'Sunset buolevard' de Monteagudo y  la película de su embalse, que te deja, como el cine de antes, mudo. Sobre todo se queda uno mudo al pensar que tanta agua no sirva para regar un campo de lechugas o brócoli, un cultivo bajo plástico o lo que se quiera y se pueda plantar. Quizá eso diera más trabajo y atrajera mano de obra al lugar. Seguiremos pensando mientras el sol se nos quiere escapar dejando una estampa para ponerle marco.

La semana que viene volveremos a intentar el viaje a Ariza al Sendero del Sacristán. A ver si Sergio nos lo quiere enseñar y el barro nos deja pasearlo. Os lo queremos contar, ¿os apetece escucharlo?

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