LA BIBLIOTECA DEL RÍO 3

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De nuevo el río bajaba cargado de agua. Amenazó desbordarse sin llegar a hacerlo. Lamía los bordes sin rebasarlos. Preñado de barro. Agua opaca, como madera tornasolada por la corriente. Qué había en el fondo. Lo sabíamos por toda la transparencia acumulada en la memoria pero no por lo que veíamos. De pronto pensé que la causa del torrente no era el deshielo ni las lluvias sino el peso de todos los libros que quería leer y no había leído, y que poblaban el fondo. Libros que seguirán yaciendo en el fondo después de que yo me haya marchado y que no habré conseguido sacar de los más recónditos meandros.

     Volví a casa después del paseo. La luna llena brincaba en los saltos de agua. Barnizaba las yemas de los fresnos que están a punto de bostezar. Y, como los papeles de las lámparas japonesas, resplandecieron las flores de los almendros, en la noche, descansando del libar de las abejas.

     Miré las estanterías. Todos los libros que había leído en este mes era antiguos salvo dos. De los antiguos no puedo hablar sin desvelar los secretos de los libros en los que estoy trabajando. Pero sí puedo contar que releí muy despacio el Diván del Tamarit, de Federico García Lorca, quizá uno de los libros de poemas más hermosos que se han escrito en nuestra lengua, en una música ambigua y herida, poblada de resonancias populares y surrealistas y también arábigo-andalusíes. Tengo que contárselo a mi amigo Yunes, me dije, el frutero que sabe tanto de los frutos de la tierra como de la historia de la tierra misma que cruza el río Jalón. Estoy leyendo de nuevo este libro porque estoy haciendo un experimento con él: reescribirlo, un poco al modo en que el personaje de Borges, Pierre Menard, hizo con el Quijote. Con la diferencia de que yo estoy invirtiendo todos los poemas, como si se reflejaran en un espejo cóncavo.

     Por qué hago esto, me pregunto. Por la misma razón por la que miro, una y otra vez, el río, me contesto. Qué pasaría si consiguiera que el río corriera al revés, desde el Ebro hasta el vientre de la tierra de Medinaceli donde nace. Toda la historia cambiaría. Los pueblos de la ribera querrían mirar hacia al Sur en lugar de hacia el Norte. Por eso lo hago, para entender la música del río.

     A propósito de música, también he leído una novela trepidante, magnética, Opus 77, de Alexis Ragougneau, publicada en ADN, Alianza de Novelas, editorial que libro a libro confirma su apuesta por la mejor narrativa contemporánea internacional. Narrada en la voz de una pianista, que interpreta en el funeral de su padre la obra homónima de Shostakovich, esta novela se adentra en los secretos de una familia singular, dedicada por entero a la música, y, paradójicamente, a la desarmonía de sus respectivas almas, desesperadas por entenderse e incapaces de lograrlo hasta que sus vidas se arrinconan entre el amor y la muerte.

     Y, a propósito de familia, mi hermano José María acaba de publicar su novela más ambiciosa, El sordo, en una estupenda editorial granadina, Valparaíso. Veinte años llevaba trabajando en ella, a saltos entre otras narraciones y novelas, tan inquietantes y absorbente como ésta. Quizá la diferencia es que en El sordo es donde hay una mayor concentración del peculiar mundo narrativo de José María Pérez Zúñiga: la delgada membrana entre la locura y la lucidez, la realidad y la fantasía, el cuestionamiento de la identidad en relación a los otros, amados e inevitables: la familia, los amigos, las instituciones; el buceo en la autenticidad del ser que se enfrenta, con humor y pensamiento, a los muros establecidos. Se trata de una novela de novelas, que alberga un relato de aventuras juveniles, un diario kafkiano, una novela satírica y una novela de intriga sobre los nazis en España, trenzando décadas y estilos, y cuajando un retrato de los últimos 30 años de España -sociedad, política, valores- desde la mirada de un adolescente. Ahora que lo pienso. También en este retrato hay un espejo cóncavo. El mundo se pone patas arriba y, por eso, somos capaces de verlo como si fuera por primera vez. Igual que cuando damos la vuelta al mapa mundi.

     Vemos por primera vez el norte como si fuese el sur. Y viceversa.

     Después de todo, gracias a la literatura, los ríos son capaces de fluir corriente arriba. 

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