LLÁMAME SEPTIEMBRE
Amanezco sereno,
engalanado,
ofreciendo novenas,
encargando ilusiones,
y telas nuevas.
Cambio por unos días,
el silencio por música,
la casa por la calle,
el viento por la pólvora.
Y se desbordan sonrisas por el valle.
Y muecas de nostalgia
recuerdan que el ausente
me susurra al oído:
“baila septiembre, baila”.
BLUES DEL 18 DE SEPTIEMBRE
Ahora cada uno a encontrarse,
a buscar el tren que te acerque a la realidad,
a quemar el beso festivo en el olvido,
viendo pasar las estaciones hasta Madrid.
Driblar el miedo a convertirte en estatua
si aparece el castillo en tu retrovisor.
Y las luces de bienvenidos se apagan
dibujando adioses con olores de nostalgia.
Y cuando pones el despertador,
recuerdas que mañana el encierro tendrá jefe
y la Plaza de la Estación, autobuses
repletos de caras anónimas, sin charanga.
Vuelves al trabajo con un quemazo en el brazo
-trofeo patrocinado por La Pista-
y piensas que cuando la piel se regenere
este blues ya no sonará igual.
¡Arcos, qué demonios, Arcos…!
LA CHARANGA QUE NO CESA
Se reunían cada año a mediados de septiembre. No faltaba nadie: ni percusión, ni metal ni madera. Al amanecer, despertaban al pueblo o acompañaban a los que aún quedaban en pie, cuando el sol lucía en lo alto y destellaba en los vasos de vermú, al atardecer en las tardes de toros, en las bajadas por alguna calle estrecha… Se creyeron inmortales…Se detenían en los bares, bebían, cantaban y seguían sonando. ¡Hasta que el pellejo aguante! –decía el del bombo, el menos joven de los músicos.
Pasó el tiempo, y algunos instrumentos fueron silenciados definitivamente por la enfermedad, la edad… Ley de vida –aseguraba el más viejo.
Y los que quedaron, seguían reuniéndose, con menos brío, con más brillo en los ojos… levantando menos la voz, creyéndose, ahora sí, más cercanos a la malva tierra.
Los dormidos, los agotados, los ausentes… madera, metal y percusión se reunieron de nuevo en el rincón de la añoranza, irguieron sus arrugados cuellos, agudizaron sus tímpanos necrosados y escucharon el sonido de otra charanga, con nuevas voces, registros y cantos. Cerraron sus ojos y escucharon. Simplemente oyeron el susurro del viento, que se había encargado de renovar el tiempo, fundir en un necesario acorde el presente, futuro y pasado. La charanga seguirá sonando en los oídos de quienes un día la escucharon.
JALON
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