La voz de Mariano Sanjosé resonó el pasado jueves con emoción y gratitud en el programa especial de Pasajeros al Tren emitido desde la Residencia de Ariza. Fue un homenaje inesperado pero merecido a uno de esos vecinos que definen el alma de un pueblo. Con su voz templada y cargada de recuerdos, Mariano abrió una ventana a la historia reciente de Ariza, contada desde detrás de la barra de su bar, que durante décadas fue mucho más que un establecimiento: fue hogar, punto de encuentro, refugio de ferroviarios, cocineras, niños y forasteros.
Pocos bares han dejado una huella tan profunda en la memoria colectiva del Alto Jalón como el de Mariano Sanjosé. Y no sólo por sus célebres torreznos o su bacalao rebozado —que aún provoca suspiros entre quienes los probaron—, sino por la figura entrañable y generosa de su propietario. “Venían de 30 o 40 pueblos al bar, era raro el día que no bajaban los ferroviarios, incluso con el tren en marcha”, recordó entre risas. Su voz, aunque pausada, sigue transmitiendo esa cercanía y buen humor que hizo de su establecimiento un segundo hogar para muchos. Hoy, Mariano vive en la residencia Fundación El Molino de Ariza, pero su bar, 'Bar Mariano', sigue tan vivo en las conversaciones del pueblo como si aún se sirvieran tapas al ritmo de su voz amable tras la barra.
Durante la entrevista, Mariano evocó aquellos años en los que el queso de cabra frito atraía a los empleados del tren, que bajaban en marcha solo para probar sus tapas. Contó cómo abría cada mañana a las seis y cerraba bien entrada la noche, cómo el bullicio del bar fue durante tres décadas el latido del pueblo. Aunque los tiempos de abrir a las seis de la mañana y cerrar bien entrada la madrugada ya pasaron, su energía y entusiasmo siguen intactos. “Trabajé mucho, pero lo hice con gusto”, afirmó. Y lo sigue haciendo, pues ya con la persiana del bar bajada y en su nueva etapa viviendo en la Residencia, cuando faltan manos, él vuelve si es preciso a ponerse el delantal, como quien regresa al lugar que nunca dejó del todo.
Y es que Mariano ya no está tras la barra de su bar, pero no ha dejado de ser generoso. Su implicación con el fútbol local aún pervive en forma de patrocinio, y sus gestos de cariño hacia los vecinos —como llevar bombones al campo o preparar comida para cientos de mujeres en una reunión comarcal— son leyenda viva. “Yo no tuve hijos, pero tengo muchos. Todos los vecinos son como hijos para mí”, confesó. Y es que su carácter abierto y su amor por la gente lo han convertido en una figura casi paterna para varias generaciones de arizanos.
Pero no todo fueron risas. También hubo espacio para la emoción, para el recuerdo de su mujer, Esperanza, que convivió tres años con el Alzheimer en la misma residencia donde ahora él vive. Mariano no eludió la tristeza de aquellos días en los que ella ya no le reconocía, pero supo transformar esa ausencia en presencia. El jardín de la residencia lleva el nombre de su esposa: Jardín de la Esperanza, y fue financiado con un donativo suyo, símbolo de ese amor que ni la enfermedad pudo borrar.
Mariano confesó que no tuvo hijos, pero rápidamente Ana Rodríguez, directora del centro, lo corrigió: “Tiene un montón. Somos todos sus hijos”. Y así es. Porque quien regala tiempo, cuidado y generosidad a su comunidad, recoge afecto sincero, respeto y cariño profundo. La conversación fue un desfile de anécdotas, desde colajets premiados hasta tortillas para 300 mujeres de toda la comarca. Pero el poso fue otro: el de una vida entregada a los demás, vivida con sencillez, trabajo incansable y mucho corazón.
En un mundo que a veces olvida a quienes más han dado, Pasajeros al Tren ofreció a Mariano lo que él ha brindado durante décadas: un lugar en el centro, una mesa abierta, una conversación sin prisa y la certeza de que el pueblo no olvida. Porque Mariano no es solo un vecino entrañable. Es memoria viva, afecto compartido, y ejemplo de que la grandeza de un pueblo se mide también en la gratitud que muestra a los suyos. Y en Ariza, a Mariano se le quiere como a los buenos de toda la vida.
Su relato no fue sólo una colección de anécdotas, sino también un testimonio del valor del trabajo, la generosidad y la comunidad. Al despedirse, con la sonrisa que no pierde ni en los recuerdos más duros, envió un saludo especial “a los de Monteagudo” y proclamó su amor por la tierra que lo vio crecer: “¡Viva Ariza!”.
En tiempos donde la memoria colectiva se diluye con facilidad, Mariano es una excepción luminosa. Un hombre que, desde su nueva casa, sigue sirviendo lo mejor de sí mismo: cercanía, sabiduría y cariño. Mariano cerró la persiana de su bar, pero la de su corazón permanece siempre abierta.
Escucha aquí la entrevista completa.
JALON
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