EL MURÓN: EL VALLE DEL JALÓN A VISTA DE PÁJARO

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“La cantidad de zonas estupendas que hay en nuestra comarca y lo poco que las conocemos” Así me convence Miguel de que hagamos esto cada sábado y el domingo os lo enseñemos. La mayoría de nosotros, a pesar de vivir aquí, desconocemos rincones preciosos y perfectos para pasar mañanas, tardes, días, fines de semana… Nos han dejado creernos que lo nuestro es más feo o menos interesante que otras cosas por las que se apuesta en promoción y turismo. Y no es cierto. Empeñado en demostrarlo, cada semana recorreremos con Miguel (y quien quiera acompañarnos), algunos de esos parajes desconocidos para que, al menos nosotros, sepamos lo que tenemos.

En esta ocasión nuestro destino está en la Sierra de La Mata, en el término municipal de Almaluez. Situada en un lugar estratégico y debido a su elevación, en este punto vamos a poder divisar todo el Alto Jalón, desde su nacimiento hasta más allá de los límites de la comarca, llegando incluso, en los días claros, a poderse ver Calatayud. Normal es que los árabes utilizasen este punto para situar vigías que defendiesen sus intereses en Medinaceli o Almazán. Curiosidad, respecto a Almazán, que he de contar no por novedosa, sino por delatora de mi ignorancia. Esta mañana he aprendido que Almazán era el almacén de la zona para los musulmanes, y de ahí su nombre. Cosas que sabe Miguel, quien va a ser mi guía por estos lugares.





La Mata es un páramo a algo más de 1000m de altitud que se erige sobre el valle del Jalón en su vertiente norte. Allí, en la parte oriental de la sierra, desde donde se puede tener vista de 360º del valle, se encuentra el alto de El Murón (1171m de altitud). Para llegar atravesamos caminos de piedra, el pueblo abandonado de Valladares y subimos por las pistas que la empresa de los molinos de viento ha creado, que tienen "quitamiedos" verdes y todo. Precisamente son los molinos lo primero que nos llama la atención. Los molinos y el viento. Ese ruido constante de esa navaja gigante que corta el aire a navajazos fuertes y tajantes.


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Dejando atrás el último molino, alejándonos de su zumbido seco y exacto, llegamos al punto más alto, desde donde Miguel nos cuenta que “aquí hacían el humo por el día y el fuego por la noche si había que avisar de algo”. Y es cierto, desde allí, se ve el mundo. Vemos la Colegiata de Medinaceli a un lado, y al otro, mi vista me alcanza a ver Ariza. “Es porque está nublado”, nos dice Miguel con algo de rabia porque no veamos Calatayud como nos había fanfarroneado.

Volvemos bajo nuestros pasos y empieza de nuevo el zumbido. Me quedo hipnotizado con los molinos…Debajo de ellos, uno se siente pequeño. Entra hasta vértigo ver la velocidad a la que corren sus aspas. Pero seguimos camino, no hemos venido a esto. 




Miguel nos baja por una pequeña ladera de gravilla, de las que resbala, menos mal que me he puesto las botas. Descendemos hasta un plano de roca de tamaño de tejado de una pequeña casa. En él, un agujero. “Baja, baja”, me anima. Y yo me atrevo. Dentro… no podía creerlo. Hay habitaciones, ventanas, un pasillo y, lo más llamativo, sistema de ventilación en todas las estancia que provoca aire renovado en todo momento. "Estos árabes eran la leche, cómo harían las canalizaciones", exclama Jesús, nuestro conductor y fotógrafo.


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Horadada en la montaña se encuentra esta casa de vigilancia, donde debieron pasar días y semanas grupos de varios soldados divisando, a través de sus ventanales, desde Medinaceli hasta Arcos. "Y hay otra al otro lado de la montaña, desde cada lado lo tenían todo controlado", nos explica Miguel orgulloso de por fin mostrarlo. Tiene verdadero interés en que eso se mantenga y se conozca. 


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Me ha parecido increíble que esos puestos estén allí y yo no lo supiera. “Y lo peor es que se está cayendo, lo vamos a perder y nadie hace nada. ¿Esto de quién es? ¿Quién tendría que arreglarlo? Es historia jo***”, espeta Miguel cada vez que digo algo. La verdad es que no lo sé, pero merecería la pena mirarlo. Ver si tiene real interés mantenerlo, que a mí me lo ha parecido, salvo por algo. Cuando nos estábamos yendo… ¿sí dígame? Un teléfono en la pared, con su cable bien clavado y taladrado en la pared. Está ahí empotrado, impoluto, como si estuviera esperando a que alguien lo descolgase. Como esperando oír algo al otro lado, a pesar de estar conectado a barro, lo cogemos y hablamos. Nada, silencio, como el que nosotros dejamos al marcharnos de este lugar estupendo.


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Antes de irnos, Jesús quiere coger unas setas. Damos una vueltecita, pero Miguel no nos enseña el rincón bueno. Pone de excusa que "está helando ya y no va a haber nada", y nos mete al coche corriendo bajo la promesa de un caldo caliente. Mañana perfecta conociendo el Alto Jalón. La semana que viene nos iremos río abajo, hacia la zona de Santa María de Huerta. ¿Alguien quiere acompañarnos? Os seguiremos contando.

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