EL POLVORÍN DE JUBERA Y LAS MINAS DE VELILLA

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Hay lugares con historia que desarrollan leyendas. El domingo pasado contamos cómo Zuleima, loca de dolor, hacía arder todo un pueblo y manchaba sus manos con la sangre de su propio hijo. El Castillo de Belimbre tiene historia, estamos seguros, pero la leyenda ha perdurado y la memoria se ha evadido.

Esta semana, como estaba prometido #MePongoLasBotas y también el gorro y la bufanda, para irnos río arriba. La nieve ha llegado a algunos puntos de la comarca y decidimos matar varios pájaros del mismo tiro. Vamos a pisar blanco virgen y explorar vestigios de poblaciones antiguas. A conocer polvorines y plantaciones de champiñones. A escuchar historias de la posguerra y de tiempos que otros llaman "mejores". Nos vamos camino de la estación de Jubera y de Velilla de Medinaceli.

Pasado el desvío de Río Blanco, por la antigua Nacional II dirección Medinaceli, desde Arcos de Jalón, está la salida a la carretera de Velilla de Medinaceli. Digna del Tour de Francia, curvas cerradas nos elevan rápidamente por la montaña nevada. Llegamos a un camino, por el que nuestro conductor sube con destreza gracias a la tracción a cuatro ruedas del todo terreno, que consigue meter a la primera. 

Tras algo de subida lenta por una senda de tierra nevada, llegamos a la cima, donde nos aguarda una masa de agua almacenada. Se trata de una presa que alimenta una pequeña central hidroeléctrica. Cualquiera imaginaría al lado de una central, un pueblo con vida y prosperidad, al menos con luz gratis. A cambio, a los pies del embalse, Río Blanco vaciado se presenta como una huella más en la nieve. La tierra tiene cicatrices de otras vidas. El río siempre ha querido tenernos a su lado, o nosotros a él lo más seguro. Horadadas en la piedra, decenas de tumbas alto-medievales lo atestiguan. En la antigüedad enterraban a los suyos con unas buenas vistas.

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Hablando de huellas en la tierra, bajando ya de nuevo por el camino nevado, a pocos metros están las minas de hierro abandonadas. Nos encontramos con Kike e Isa, que van con unos cuantos excursionistas más. Nos enseñan el interior de los túneles. Tiempos de prosperidad explotaron estas minas de hierro. El mineral sería transportado en tren desde la estación de Jubera, donde paraba el mercancías, hasta los altos hornos vascos con la empresa Riojano Vasca de Metalurgia. Ahora ya no queda nada más que la montaña horadada y el color cobrizo de todo. Nadie explota ya barrenas para extraer minerales y nadie explota esta tierra, salvo algún artesano de Velilla que hace joyas con propiedades gracias al aragonito.

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Cuando nos vamos, pensando que ya está todo visto, llegando casi a la altura del desvío a la antigua estación de Jubera, nos están esperando para enseñarnos los polvorines.-"Me han dicho que veníais por aquí, y no te puedes ir de aquí sin que te enseñe esto para que lo cuentes"-, me dice Luis linterna en mano. Me abre la puerta y nos introducimos. Mejor que escribirlo, dale al play y después remato...





Pues bien, lo que os digo, así una tarde de invierno, según se va oscureciendo, en soledad y en silencio... si el viento quiere tentarte cerrando la puerta de un golpe, del susto se te va el hipo para dos generaciones. Y muchos diréis que para qué era eso. Como su nombre indica es un polvorín y, aunque Kike pensase otra cosa, se usaba para guardar pólvora y elementos con los que fabricar munición tras la Guerra Civil. Fueron construidos por presos de guerra. Se hizo una explanada en la falda de la montaña, cerca de la vía, para tener acceso al tren. Allí, excavados en la tierra, tres hangares subterraneos conectados entre sí con una larguísima chimenea que sube hasta la cima de la montaña. 

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Durante los años posteriores a la guerra, testimonios de presos republicanos que pasaron temporadas de trabajos forzados en los polvorines, dejan constancia del carácter acogedor de la gente de la zona, del cultivo importante de remolacha azucarera, del gusto por comerla asada y de la importancia de Arcos de Jalón como nudo ferroviario y como sitio famoso, por ser lugar donde tomar unos vinos o anises y pasar un buen rato.  Durante la pos guerra y el franquismo, tuvieron uso militar e incluso algunos mozos de la época de la zona hicieron el servicio militar en ellos.

Tras subastarlos el ejército con la llegada de la democracia, se convirtieron en un criadero de champiñones y, antes de quedar en deshuso, sirvieron de almacén de botellines. El testimonio lo obtenemos, con uno de aquellos botellines  en una mesa en el Casino Arcobrigense. La excursión ha sido productiva, pero el ratito en el bar, aunque sea con mascarilla, también se agradece cuando el frío ya te hiela la coronilla.

Felipe Alonso no se llama emprendedor, pero él y su familia han tenido negocios de todo tipo. Desde una tintorería, pasando por un camión y terminando en distribución de bebidas. -"Somos muchos, había que hacer de todo, mi padre, mi hermano, yo, mi sobrino... todos"-, nos dice 'Felipín"no, como aquí todos le conocen, quitándose importancia. Nos cuenta que producían 20.000 kilos al año de champiñón y todas sus dificultades -"aquello había que mantenerlo a una temperatura, con una humedad... siempre en buenas condiciones y luego desinfectar... al final no salía a cuenta competir con las grandes producciones y lo tuvimos que dejar. De la última cosecha cobraron todos menos mi hermano y yo. Si hubieramos sido más, habríamos hecho una coperativa o algo, pero así...-". Ahora hay hasta un coche abandonado. 

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Nos hemos dado una nueva vuelta por nuestra comarca y nos seguimos enamorando de ella y sus gentes. Merece la pena que todo el mundo se acerque a verla y a descubrir nuestros rincones. En una tarde hemos visto tumbas, minas, una central eléctrica, unos polvorines de la guerra, pisado la nieve y nos hemos tomado un vino con un torrezno de la tierra. La semana que viene os invito a poneros las botas conmigo. No planificaremos ruta porque amenaza con nevar intenso, de modo que decidiremos sobre la marcha y el domingo que viene os lo cuento.


Un saludo comarca!

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