ENVIDIA

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Desde nuestra infancia todos hemos escuchado frases tipo “Mejor ser envidiado que envidioso” o “Mejor envidiado que compadecido”.

La sabiduría popular refleja muy bien esta realidad, porque la envidia es el síntoma inequívoco de la baja autoestima, o como dijo Napoleón “La envidia es una declaración de inferioridad”.

Por eso,  el envidioso siempre será  uno de los seres más desafortunados del planeta, ya que se ha condenado a sí mismo a no ser feliz, a vivir en un verdadero infierno: la envidia es corrosiva, daña la capacidad de apreciar lo que uno posee y destruye lentamente el amor,  la ternura y la gratitud.

En el caso del acoso escolar, por ejemplo, las víctimas suelen pensar o sentir de forma diferente y despiertan en el agresor sentimientos  de inferioridad, pues le recuerda (sin ser consciente) sus propios fracasos, frustraciones y debilidades. Entonces, el agresor busca aliados y se las arregla para “matar” social o psicológicamente a la víctima por envidia.

Pero, ¿por qué sentimos envidia? Todos la llevamos en nuestro interior y puede aparecer en cualquier momento porque  es “el motor de comparación” con los demás. Algo que no podemos evitar por ser seres sociales. Pero si depende de nosotros gestionarla bien o mal.

En realidad vivimos sumergidos en una contradicción, que empieza a preocupar a todos los expertos: Por una parte la sociedad de consumo fomenta la envidia, ya que nos empuja a compararnos continuamente con los demás y a buscar el éxito a cualquier precio. Por otra, en el entorno familiar y laboral se hace imprescindible gestionarla bien, ya que es la mayor fuente de conflictos, “toxicidades”, rumores, calumnias y bajo rendimiento.

¿Cuáles son los síntomas que deben empezar a preocuparnos? 

Si nos sorprendemos sufriendo por no poseer lo que tienen otros, sentimos el impulso de quitárselo o de destruirlo, o nos alegramos del mal ajeno, ¡tienen que saltar todas nuestras alarmas! Algo o alguien está despertando nuestra envidia y la estamos gestionando mal. Cuanto más tardemos en detener el proceso, más difícil será controlarlo.

Entonces se impone la perseverancia. La mejor herramienta que podemos utilizar es centrarnos en nosotros mismos, gestionar bien la frustración, reafirmar nuestras fortalezas y  detectar cuales son las inseguridades y carencias que están aflorando.

Solamente trabajando la autoestima y la generosidad, podremos gestionar bien la envidia: conduciéndola hacia el respeto y la admiración.

Esa es la única puerta de salida de ese infierno y de entrada a la felicidad.



Montse Martínez. Formadora y Máster en Psicoterapia e Inteligencia Emocional.

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