CAPÍTULO III. LUZ EN EL CIELO

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III  LUZ EN EL CIELO


Tom Benet se dirigió hacia la herrería de Fredi, su amigo de la infancia.

- Sigues dándole fuerte al martillo, ¿eh, fortachón?

- ¡Demonios! ¡Tom Benet! No me digas que has venido a ver la inauguración de las luces de la calle Principal.

- A sacarte del fuego, amigo Fredi. Vamos, cámbiate de ropa y tomemos unas cervezas frescas por ahí.

- Eso está hecho, amigo. Así te pondré al día de los asuntos de Arcobriville.

- No me seas chismoso, ya tengo suficiente con las elucubraciones del viejo cascarrabias con el que comparto rancho.

- No irá muy desencaminado Jeremy si se refiere a las maquinaciones de Lex Baxter y su grupo de petroleros –dijo el herrero con cierto pesar.

- Algo me ha contado. Vengo de conocer al jefe de esos petroleros, un tipo más parecido a un gunman que a un trabajador. Y a uno de sus inseparables, un tal  Cabrera, un mexicano de lo más simpático.

- Sanguinario se hace llamar la escoria. Créeme que esos no son trigo limpio. Y Baxter ya ha ofrecido dinero por algunos de tus ranchos vecinos. Pronto te tocará a ti, Tom.

- Mi casa está abierta a los hombres de buena voluntad –respondió el ranchero.

- Ya decía tu madre que deberías haber sido pastor de almas y no vaquero. En cualquier caso, lleva mucho cuidado, amigo. Ahora mismo me cambio de ropa y vamos a echar un trago. Además del encendido hay concursos de tiro, lanzamiento de barra, fuegos artificiales… y en dos días, la gran carrera de caballos, deberías participar, Tom, siempre te ha gustado montar.

- Ya veremos... Tú, sin embargo, hierras como nadie y jamás te he visto montado a caballo ni meterte en un lío. ¿Has matado siquiera a los mosquitos de la fragua?

Fredi se rio al tiempo que se explicaba:

- Sabes que no es mi temperamento, aunque mi aspecto sea el de un gigante, ya te he confesado algunas veces que jamás he sido capaz de pegar un puñetazo a nadie.

- Bastante seso atesoras, Fredi, por eso aún te aprecio más.

***

El pueblo rebosaba animación al anochecer. Gran cantidad de forasteros habían acudido al poblado para ver el evento de la iluminación de la calle Principal. Tom y Fredi se sentían sumamente a gusto juntos, entre la degustación de cervezas y algún tequila, rememorando los viejos tiempos de la infancia.

- Recuerdo que eras el más rápido leyendo –comentó Fredi, rodeando por los hombros con un brazo a su amigo–. Con las armas te habrá tocado defenderte más de una vez cuando estuviste fuera del pueblo.

- Me gustaba leer cuando todos lo detestaban. En casa aún conservo los libros que mi madre adquirió a uno de esos vendedores que acudían al mercado. Y los sigo leyendo, pero no se lo digas a nadie, se reirían de mí. Respecto a las armas… me ha tocado realizar muchas labores lejos de aquí: conductor de ganado, esquilador de ovejas, domador de caballos salvajes, dinamitero… También he debido recurrir en ocasiones al revólver para salvar el pellejo, te lo aseguro.

- Quizá seas tan rápido como con la lectura…

- Mejor leer que empuñar un colt, ¿no te parece?

- Arcobriville siempre ha sido un pueblo pacífico y alejado del ruido de la pólvora que dicen que se ha apoderado de muchas ciudades y pueblos. Ahora los tiempos andan revueltos, intuyo que no es cosa pasajera, Tom,

- Siempre hemos presumido de ser uno de los pueblos más longevos de la zona.

- Sí, han sido muchos a los que hemos visto morir de viejos, y eso es lo natural. Pobre Gus… y su yegua, es casi milagroso que el equino haya sobrevivido a las heridas que sufrió.

- Desde luego, he de confesarte algo que no sabe ni el mismo Jeremy.

- Vamos, dispara, Tom.

- Curé a Mikado como si fuera mi propio hermano, varias veces al día… descubrí que su mal no procedía de las lesiones de la mala caída como todos afirmaron, sino de un pedazo de posta incrustado muy cerca del hocico. Un plomo que pudo costarle la vida si no se lo extraigo a tiempo. Las heridas de sus cuartos traseros fueron de menor importancia, solo afectaron al tejido superficial.

- ¿Cómo? ¿Una posta? ¿En su hocico? ¿No crees que pudo habérsela clavado en la caída o fuera producto del viento que desprendió el tren al rozar al animal?

- Puede ser…

- Pero no lo crees…

- Lo cierto es que Mikado podrá morir de vieja, como muchos otros por aquí.

- Los caballos, tu pasión junto a la lectura.

- Y tú, ¿cuántos habrás herrado?

- Seguro que más que tú libros hayas leído.

- Vamos, Fredi, apura esa cerveza –indicó Tom–. El encendido va a comenzar enseguida. Ha llegado la hora del petróleo.

Los dos amigos rieron de buena gana y chocaron sus jarras brindando nuevamente por el reencuentro.

La calle Principal vertebraba el pueblo en dos, perpendicular a las vías del tren. La calle se hallaba engalanada con flores y serpentinas de colores colgaban de los aleros de tejados de comercios y casas vecinas de la calle. El griterío era ensordecedor. Cientos de almas se agolpaban a ambos lados de la calle para ver en directo un hecho histórico.

El sheriff disparó tres veces al aire pidiendo silencio. Al momento, Lex Baxter, el director del banco, Leiton, y el mismo sheriff Turner cortaban una cinta con los colores de la bandera confederada y se escuchaban las palabras: viva el progreso, hágase la luz en Arcobriville.

Cada veinte metros, a ambos lados, se encontraba un poste de madera con un recogido habitáculo en el que se hallaba la lámpara de petróleo.

- Otros tres disparos del sheriff anunciaron el anhelado momento.

Un silencio atronador recorrió las caras de todos los asistentes hasta que a los pocos momentos, la docena de lámparas iluminaron la noche. El resplandor casi cegó a la multitud y muchos desenfundaron sus revólveres y rifles para dar paso a un festivo baño de pólvora. Dos fotógrafos, situados uno en cada extremo de la calle, se escondían tras sus modernos aparatos para inmortalizar tan singular acontecimiento.

Lex Baxter descorchó varias botellas de champán llegado de Francia y llenó las copas de los vecinos más influyentes de Arcobriville y las personalidades del condado de Jalons Valley

La noche prometía ser muy larga. Los excesos de bebida, a menudo, conducían a altercados que acababan con derramamiento de sangre. Tom y Fredi volvieron al local de Belinda a tomar un trago y disfrutar del ambiente. Antes de entrar, Tom reparó en la bella Penny Leiton, a quien saludó a distancia levantando cordialmente la mano.

- ¡Cómo ha crecido la chiquilla de Leiton! Ya habrá cumplido los veinte. ¿Te gustaría leerle alguno de esos libros? –adujo Fredi con cierta sorna, mirando a su amigo.

Ante la pregunta inquisidora y maliciosa del herrero, Tom sonrió y respondió con tono jocoso.

- En ocasiones, es más sencillo quitarle una posta a una yegua o herrar un caballo que ser escuchado por una mujer.

- Pero Penny, no deja de mirar hacia aquí… y a mí me ve casi todos los días cuando va a trabajar al Drugstore de su padre. No te quita ojo, Tom.

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