La luz nos guía, sea de noche o de día. Una luz en una casa, en una calle, en el barrio, el pueblo… o centelleando en el universo.
Hay luces naturales que las desprenden personas y nos invitan a entrar a su casa y descubrir un interior fascinante.
Las Chatas, como todos los edificios frecuentados por albergar comercio, aunque fuera hace muchas décadas, forman parte del latido de un pueblo. El latido de los antepasados transitando el espacio y aprendiendo (o desaprendiendo) un paisaje renovado, pero con la misma alma. Ese latido, apenas imperceptible, fue el que Prado fue capaz de descubrir al poseer una extraordinaria sensibilidad, como un sanitario detecta una necesidad en un paciente, un sismólogo anticipa un movimiento interno o un zahorí intuye el flujo del agua. Probablemente, la obligada desmemoria la obligó y condujo a honrar la memoria de tantos latidos.
Un colorido viento nuevo hace respirar ilusión; un reflejo del pasado que brilla con nuevos materiales y compromiso de futuro. Cualquier expresión artística conduce a la reflexión, a la contemplación, a la activación de la mente, que ya es más que suficiente motivo para elogiar la sombra de esa luz. Cuánto más si te introduces en el espacio y color de la artista y su nueva casa y estudio. Este refugio pretende ser compartido, como la luz se escapa por cualquier rendija, alumbrar a quienes paseen por la calle Mayor de Arcos de Jalón y, además de oler a buena repostería, se detengan ante ese nuevo haz de luz, haz de Prado, Pradoluz, una artista iceberg que emerge en el irregular cauce cultural del Jalón.
Nuestras madres nos mandaban a comprar a Las Chatas sin saber que, casi cincuenta años después, los escaparates se convertirían en escaparARTE gracias a Prado Vielsa.
JALON
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