UNO DE LOS NUESTROS-SANTA MARIA DE HUERTA 1938

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Aquella tarde del diez de mayo de 1938, D. Víctor Montón, juez municipal de Santa María de Huerta y D. Pedro Algora en calidad de secretario del mismo pueblo procedían a inscribir la defunción de alguien muy querido y apreciado por los vecinos de la citada localidad. Se trataba de Benito Martínez Morón el que durante muchos años había sido el guardabarrera de Huerta.

La vida de Benito había sido una vida dura, nacido en Puebla de Eca en 1877, era hijo y nieto de cabresteros, originarios de Monteagudo y Valtueña. El oficio del padre, Nicomedes, lo llevó a Arcos donde se estableció la familia primero en la llamada Calle de Arriba y posteriormente en la calle de Barrionuevo.

Las hijas de Benito, Basilisa y Marcelina siempre mantuvieron que su padre era hijo único, los documentos decían otra cosa. Su madre Juana, murió en la epidemia de cólera de 1885, en Arcos. En esos años Benito perdió a sus tres hermanos Julia, Pantaleón y Felisa. Quedando solo con su padre Nicomedes, que moría al poco tiempo.

Así el pobre Benito se quedó solo con apenas 10 años de edad y fue su tío Pío quien se hizo cargo de él, viviendo en Sigüenza, hasta 1902, fecha en la que se casa con Marcelina, siendo por aquel entonces empleado de ferrocarril.

Hacia 1904, se traslada a Ariza donde nacerán sus dos primeros hijos Felisa, nacida en la calle de Oriente y Alejandro en la calle de la Sarga.

El arrollamiento de la guardabarrera titular de Santa María de Huerta será el detonante para su traslado a Huerta, donde pasará el resto de sus días. No acabaron aquí las desgracias del pobre Benito, que perdería a su hijo Juan en Ariza y a Ángel, ahogado en la acequia de Huerta. En Huerta tuvo Benito cinco hijos, algunos de los cuales llegaron a trabajar en las famosas fábricas de baldosines, de la localidad.

¿Qué historia más triste verdad?, pues desgraciadamente la alta mortalidad infantil de la época convertía en algo desgraciadamente corriente, tan trágicos sucesos.

El guardabarrera aparte de abrir y cerrar las barreras tenía que estar atento/a cualquier obstrucción de la vía, que debía señalizar utilizando un banderín o luz roja, e incluso el uso de petardos y fijarse en cualquier anomalía al paso del tren. No eran pocos los que morían arrollados.

La barrera nunca podía quedar desatendida, por ello las esposas, como Marcelina también desempeñaban las funciones de guardabarreras o guardesas, cobrando un anexo al sueldo del marido. De ahí que, junto al paso a nivel se construían las llamadas casillas o viviendas. Benito tenía la suya, hoy tristemente desaparecida.

Gustaba Benito de tomar café, con el párroco del pueblo, al que le unía una gran amistad. Su esposa Marcelina, que había servido en una casa bien en Sigüenza y posiblemente conoció al famoso general Muñoz Grandes, siendo niño, cantaba en un pequeño coro.

Con el tiempo los tiempos tristes dieron lugar a momentos felices, como cuando todo ufano, Benito, se dirige al ayuntamiento De Santa María de Huerta, para inscribir a su primer nieto Félix, nacido de la unión de su hijo Alejandro con Apolonia Montón, joven de Huerta. Sus hijas relataban que contento se ponía cuando tomaba el tren para ir a buscar a su nieta Basilisa, a Arcos, al volver a la casilla, se la sentaba en su regazo, para obsequiarla con un huevo frito, bien regado con vinagre, para escándalo de Marcelina que con voz enérgica le decía aquello de, “no le des eso a la chica”, ante la risa socarrona de Benito. Basilisa sobrevivió a los huevos con vinagre de su abuelo.

El pueblo se volcó en el último adiós a Benito. Un hombre que sufrió mucho, pero sufrió en silencio, solo el tiempo y los archivos nos descubrieron la verdadera dimensión de la tragedia personal de Benito. Por eso para las gentes de Huerta, Benito era uno de “los nuestros”, “uno de los suyos" de aquellos luchadores cuyas desgracias no les amilanaron. Su esposa Marcelina murió unos años más tarde.

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