AMORES DE VERANO

|

      Llevaba varias horas tumbado en su cama, con la mirada fija en el blanco techo, intentando buscar la inspiración. Recordaba con nitidez sus viejos escarceos amorosos. No era ningún don Juan, pero no podía quejarse y con todas, todo había sido sencillo. Un comienzo ilusionante hasta la explosión, seguido de un lento pero continuo enfriamiento hasta el desenlace, sin escándalos, sin frustraciones. Pocas palabras y mucho sexo como a él le gustaba.

       En los últimos tiempos, las cosas le estaban resultando más complicadas, debía emplear más dinero en atenciones y escuchar continuas quejas sobre su sensibilidad y conversación.

        En el caso de su última conquista, Idoia María, el asunto estaba serio. Llevaba casi un mes intentando meterla en la cama, sin grandes avances y, para colmo, el día anterior se había descolgado con la peregrina idea de conocernos mejor a través de nuestros versos y componer un soneto en conmemoración del centenario de “la generación de los 98” (supongo que esperaran ser pronto cien, el centenario de los cien sin duda hubiera quedado más redondo).

        Comprendí enseguida que se trataba de una prueba y, aunque me pareció una estupidez celebrar nada relacionado con un centenar de desconocidos, la forma de hacerlo no me resultaba onerosa y eso es algo que actualmente mi bolsillo agradece. No corren tiempos de inútiles dispendios, así que me animé a intentarlo. Como decía continuamente mi abuelo: “lo que hace un hombre, con seguridad puede repetirlo otro”.

         El tiempo transcurría y aquello era condenadamente difícil. No conocía a casi ninguno de esos casi cien calienta- gaitas, y aunque había decidido seguir mis propias tendencias literarias, no se me acababa de ocurrir nada definitivo o, al menos, eso me parecía a mí. Pude comprobar que resulta bastante complicado ejercer de juglar y crítico a la vez.

         Comencé con unos agradables pareados, buscando más la sencillez y profundidad, que la rebuscada complejidad de composiciones más pretenciosas.

                                                “Cuando veo tus ojos me sonrojo

                                            Y tirito emocionado cuan palomo cojo”

        Al principio me llenó, por la inflexibilidad y rotundidad de su rima. Ya, una vez examinado más detenidamente el texto, llegué al convencimiento de que era una solemne tontería pues, además de no recordar haberme sonrojado nunca y menos por unos ojos, tenía serias dudas sobre si los palomos, cojos o no, tiritaban en alguna ocasión.

      Continué con el verso libre, evitando someterme a cualquier regla que pudiera maniatar mi creciente inspiración:

                                           “Volverán las oscuras golondrinas

                                                 a posarse en tus rodillas

                                                    y yo desde mi silla

                                                   acariciare tus mejillas”

        Ésta, me sigue gustando, pero también la deseché, porque sin ser la poesía una de mis lecturas favoritas, creí reconocer una de esas famosas composiciones que repiten los cursis en cuanto tienen ocasión, y no quería arriesgarme a que pensara, la hubiese copiado con el único fin de conquistarla sin ningún esfuerzo. Aunque, no debe resultar extraño que en el trascurrir de los tiempos, a hombres distintos de distintas épocas, se les ocurran poemas parecidos.

        A la postre, estas son armas de seducción y en ellas han de decirse cosas bonitas y lisonjeras, pero yo pienso, que además han de estar fundamentadas en la lógica. Y a nadie se le ocurriría que la negra golondrina, una vez decide volver, se fuera a posar en la barbilla de la señorita en cuestión, en lugar de en sus rodillas, aún siendo como son, ambas rimas ajustadas a norma.

        Acabé pensando en palabras fuertes, en tacos. En los tiempos que corren, para poner inconveniencias en un papel ya no es necesario como antes, ser premio nobel o académico, o ambas cosas a la vez. Vale con acentuar correctamente los injuriosos vocablos y escandalizar, sin ofender, al ingenuo lector.

         Tras varios intentos, “coño” sólo me rimaba con “moño” y “cabrón” con “melón”, con lo cual me salió algo más próximo a la critica social que a la lírica pastoril.

                                             “Estoy hasta el mismo moño

                                               de que ese tunante cabrón

                                               se coma siempre mi melón

                                               sin antes acariciarme el coño”

       La métrica es perfecta, pero hiere la sensibilidad hasta en Villaconejos (municipio madrileño, famoso como su nombre no indica, por los jugosos y apepinados frutos del suelo).

       Seguramente, alguno de ese casi centenar sería capaz de hacerlo mejor que yo, pero mientras tanto, y porque me voy calentando a la vez que corre mi pluma (y una vez tomada la decisión de no volver a ver a Idoia María) como dijo Onán, conocido individualista y hombre solitario poco amigo de formar pandillitas:

                                         “Más vale el pájaro de uno en la mano

                                                    que los de casi cien, volando”.

Comentarios