DOS RAYANOS EN CUMBREVIEJA

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Somos dos sorianos, que por unos motivos u otros, hemos acabado residiendo en mayor o menor medida en la isla de Tenerife, aunque siempre que nos es posible, volvemos a nuestros orígenes en Monteagudo de las Vicarías y Serón de Nágima para recargar nuestras pilas sorianas.

La erupción del volcán de Cumbre Vieja fue, desde el principio, un fenómeno que generó en nosotros sentimientos de asombro por su singularidad, y de tristeza por su capacidad destructora.

Esta semana hemos tenido la posibilidad de viajar a nuestra isla vecina de La Palma con el objetivo de permanecer 24 horas observando un volcán en plena actividad.

Llegamos a las 5 de la tarde al puerto de Santa Cruz de la Palma, todo estaba normal, a excepción de las cenizas que se amontonaban a los lados de las calles. Condujimos unos 40 km dirección sur hasta Fuencaliente a través de zonas poco afectadas por la actividad volcánica, pero muy afectadas por la actividad sísmica. Visitamos en el extremo sur de la Isla los últimos conos volcánicos del San Antonio y del Teneguía, generados en el siglo pasado y después viramos al Norte en dirección al volcán, por la carretera hacia Las Manchas hasta encontrarnos la primera zona de exclusión al sur del Volcán. Bajamos del coche en las proximidades de Jedey y nos estremeció escuchar por primera vez el ruido de aquel volcán, no podíamos verlo y además nuestra imaginación no era capaz de sospechar qué tipo de artefacto podría generara ese ruido tan brutal.


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Deshicimos el camino hasta la capital y cruzamos el túnel de El Paso hasta la vertiente oeste de la isla, donde se encuentra el Cumbre Vieja. Al salir del túnel estaba atardeciendo, la luz del ocaso era inusual, estaba alterada por una capa de gases y ceniza que cubría toda la zona. Al avanzar ladera abajo hubo un momento en el que aquella montaña negra, humeante y que vomitaba fuego por su cumbre quedó visible a nuestra izquierda a poco más de 4 km, solo pudimos repetir al unísono el mismo juramento seguido de un silencio sepulcral mientras observábamos esa barbaridad de la naturaleza. Paramos el coche en el primer camino que encontramos y cuando apagamos el motor volvimos a escuchar aquellos sonidos que ya habíamos percibido desde el sur de la isla, lo que pudo parecer un dragón ahora pudimos observar en silencio que el origen de aquel rugido era una montaña arrogante, negra y humeante que escupía fuego y piedras incandescentes, que solo parecían poder proceder del mismo infierno.

El ruido que se escuchaba de manera casi incesante era como el que genera un cohete espacial gigante en el momento de iniciar el ascenso, y de vez en cuando le acompañan explosiones con un sonido similar al de un camión volquete gigante cuando descarga el basculante y golpea la tapa metálica trasera al cerrarse de golpe.


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Durante la noche, recorrimos varios miradores repletos de personas oteando impasibles aquel paisaje infernal, acompañamos a equipos de periodistas gráficos por zonas limítrofes a las de exclusión, anduvimos por desiertos barrios desalojadas, pudimos observar rayos volcánicos, roturas del cráter, nacimientos de nuevas coladas descontroladas, momentos durmientes y despertares explosivos del volcán, lluvia de cenizas y la sensación tan extraña del hipnotismo que genera a las personas la simple observación del volcán como le pasó a Plinio el Viejo, llegando a morir observando otro volcán similar a éste.

A la mañana siguiente paseamos por zonas agrícolas del barrio de La Laguna, muy próximos a la colada norte y, la tristeza de las casas desalojadas, el mudo trabajo de los agricultores recogiendo las últimas piñas de plátanos que podrían salvar antes de ser engullidas por la lava, el silencio roto por sirenas de Guardia Civil acompañando a personas a través de las zonas de exclusión para atender a sus animales… y en todo momento, el sonido arrogante y amenazador de aquel infausto volcán.

A media tarde ponemos rumbo al puerto de Santa Cruz, accediendo al túnel que conecta el lado tranquilo con el lado, ahora infernal, de la Isla Bonita.


¡Fuerza La Palma!

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