LOS NIÑOS DEL AGUA-ALHAMA DE ARAGÓN 1866

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Luces y muchas sombras


Manuel, Bernarda y Cipriano Bailón tres hermanos, de siete, tres y dos años; Urbano Bailón, primo de los anteriores de cuatro años; los hermanos María, Alfonso y Josefa Cebolla, de cuatro meses, nueve meses, y dos años respectivamente; y Antonio Monreal, de siete años, y su hermana Marcelina, de dieciséis meses de edad. Estos eran los nombres de los nueve niños que habían contraído coqueluche en el otoño de 1866, una enfermedad respiratoria que afectaba a los mas jóvenes y con una alta tasa de mortalidad en la época. Acompañados de sus madres, todos acudían a los baños Matheu de Alhama de Aragón, procedentes de Bubierca, como última esperanza para su curación.


Manuel Matheu, el dueño de las termas del mismo nombre, había nacido en Sarriá, hoy un barrio de Barcelona, el día de Navidad de 1799. Sus padres, Rafael Matheu, natural de Reus, y Francisca Rodríguez de Tremp, llevaban una vida acomodada. Casado en 1824 con una joven de la burguesía catalana, tuvo 7 hijos. En 1829 se traslada a Madrid, donde los contactos de las altas esferas de la capital, así como un pelotazo urbanístico, lo convierten en millonario. Poco antes de 1860, viaja a Alhama para tomar las aguas y restaurar su quebrada salud. Los resultados son tan buenos que decide construir un centro termal de primer orden. El primer edificio que mandó construir fue el Hotel Termas, que según dicen tuvo el primer ascensor de España. El Lago, el mayor de Europa en su género, así como los Baños del Rey, además de los jardines, son obra suya. Matheu fue el gran impulsor de las aguas de Alhama, aunque no el primero.


Los buenos contactos de Matheu con la alta sociedad madrileña hicieron que por su balneario pasaran personajes como el mismo Rey consorte,  Francisco de Asís, así como la flor y nata de la sociedad española. Es curioso notar como la publicidad de las Termas Matheu incluía la coletilla, para el beneficio de “la humanidad doliente”. Y es que el balneario curaba a ricos y pobres.


Cuando los niños de Bubierca llegan a Alhama, Matheu ha perdido a su esposa en 1862 y a sus cinco hijos; Pelayo, de cinco años, en 1833; María,  de tres años, en 1836; y Rafael, en 1854, con diecisiete años; todos ellos en Barcelona. Por su parte, los otros dos hijos, Raimunda y Jaime, murieron el mismo día de 1852, en Granada y Madrid, con 23 y 22 años. La tristeza de perder a sus cinco hijos, y posteriormente a los dos que le quedaban, quizás fue la razón para volcarse con aquellos niños desvalidos y enfermos de Bubierca y hacer un esfuerzo extra para salvarles la vida.


Era lo mejor que podía hacer por aquellos chiquillos, ofrecerles aquellas benditas aguas entre curativas y milagrosas que habían convertido a aquel humilde pueblo de Alhama en un centro de primer orden. Pero, ¿podrían aquellas aguas realmente curar a los pequeños? Era sabido por aquel entonces, gracias a los estudios médicos realizados, que las aguas de Alhama eran muy buenas para un montón de patologías. El tratamiento llevaba el contundente nombre de “acción terapéutica de la Gran Cascada Termo -Mineral”.


El famoso médico Antonio Fernández Carril da cuenta de lo que pasó con aquellos niños en la revista "El Siglo Médico". Tres de los niños se curaron a los once días de tratamiento; cuatro más, a los diez días; y otros dos, a los ocho días de tratamiento. Durante los meses de octubre y noviembre de 1866, un total de diecisiete niños, incluyendo los citados, se curaron gracias al tratamiento en el balneario del sr. Matheu. Fernández Carril apunta esto en su escrito, resaltando la situación tan precaria en la que llegaron aquellas criaturas. Eran tiempos de hambre y poca o nula higiene, por lo que las epidemias tenían un efecto devastador.


Gracias a las aguas de Alhama y a la voluntad del Sr. Matheu, aquellas criaturas se curaron y volvieron a Bubierca. Rafael Lacal, una de las personas que más sabe de Bubierca, nos habla en su página Bubierca.org del almez (árbol que crece a orillas de ríos y arroyos) de la ermita de Santa Quitaría del mismo pueblo, que está catalogado como árbol singular. Pero el almez no está a la orilla de un río. Una fuente que mana del cerro y cuya agua se almacena en una balsa, parece ser la que da vida al almez. De nuevo el milagro del agua en el Alto Jalón, esa agua que cura en Alhama a las nueve criaturas y en Bubierca da vida al almez.


Aquel catalán hoy casi olvidado, Manuel Matheu, no quiso ser enterrado en su tierra, sino en aquel pueblo, junto a aquellas casi milagrosas aguas que tanto bien hicieron y hacen a la “humanidad doliente”.

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