CONOCIMIENTO E ILUSTRACIÓN

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En las tertulias de antaño siempre había un erudito que lo sabía todo. Recordaba nombres fechas y datos con absoluta precisión gracias a su privilegiada memoria alimentada por múltiples, diversas y a veces, inútiles lecturas. Ante cualquier discusión se recurría a él en última estancia para que ejerciera de tribunal de casación.



Hoy, el prestigio de esta clase de sabios, ganado a pulso después de quemarse las pestañas leyendo montones de libros, ha desaparecido. La erudición ya no sirve de nada.


Ahora en cualquier debate en que las partes se obstinan por tener razón, mientras la disputa se alarga y adquiere una elevada temperatura, tal vez el más tonto del grupo que ha permanecido callado, picotea discretamente en el iPhone y, cuando la discusión alcanza un encono sin salida, exhibe el veredicto inapelable que dicta la pantalla del móvil como si fuera un ojo de halcón. 


Según como y que se pregunta, el aparatito puede aportar diferentes respuestas, diferentes verdades, que naturalmente cada contendiente arrima convenientemente a su sardina. Algunos, demasiados quizás, creen que el conocimiento y el saber consiste en repetir lo que otros ponen en los programas del telefonito.


He aquí la verdad sacada con la punta de los dedos del barro digital. El prestigio está en manos de cualquier garrulo que sepa manejar mejor y más rápidamente las cinco yemas para extraer el conocimiento de Google.


El inicio de la Edad Moderna lo marcó el invento de la imprenta. La edición masiva de libros terminó con el argumento de autoridad, que entonces estaba en manos de clérigos, leguleyos y sanadores, como la fuente de poder frente a la ignorancia de la gente. Una revolución semejante se produce ahora en medio del bosque digital, donde el alumno puede enmendar al profesor, el paciente al médico, el analfabeto al filólogo y el idiota al científico.


La cultura hoy es una enloquecida barra de bar que circunda el planeta y la información y política mundial está dirigida y presidida por venados en continua berrea, chocando sus enormes cornamentas de testosterona, Caligulas, que gobiernan sus imperios con los dedos, movidos mayoritariamente por el sectarismo, la ignorancia y la estupidez.

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