ENTRE TÚNELES Y TRENES

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Las morcillas se embuten bien prietas en la tripa. Luego, yo subía el barreño a la cámara y las pinchaba con agujas. Y el sonido de la tripa repleta de arroz, sangre y cebolla al ser pinchada era característico. Mucho más inolvidable era su olor y el vaporcillo que impregnaba las ventanas en aquellos días invernales.


¿Y qué pasaba si una tripa se rompía? La morcilla debía esperar a la adecuada. Las tripas eran del tamaño adecuado al contenido a introducir.


La filosofía que nos enseñaron madres, padres y abuelos era simple: no gastar más de lo que tenías. Y no meter la cabeza jamás donde fuera posible que no la sacaras. Esto también lo vi en directo en los días previos a las fiestas del Santismo. Claudio metió la cabeza en una tinaja y hubo que romperla para que no la llevara toda la vida puesta.


También nos enseñaron que al viajar en tren por los tunelillos de la Garganta del Jalón por Jubera y Somaén, no debíamos hacer el modorro sacando excesivamente los brazos, y mucho menos las piernas (que también en tiempos adolescentes lo he visto). Era peligroso.


Quizás la escasez y las apreturas hacían medir todo a la perfección: los puñados de arroz, los huesos para las sopas, el pan, las nueces, el queso, el aceite, las uvas, las coderas y rodilleras que cubrían pantalones rasgados, el agua y la leche, el tocino y el café, más valía abrigo grande que pequeño, el rollo de San Blas duro, pero rico en Carnaval… Y las tripas de las morcillas y los túneles de los trenes con su justa medida.


Aquella filosofía rompe moldes actualmente. Moldes y túneles.


El próximo hermanamiento entre El Alto Jalón y Asturias y Cantabria será posible gracias a la ley de lo complementario. Tú, dame trenes y yo te doy túneles. “No pierdas tu tren”, se canta por el Alto Jalón; “dale merme a los vagones o agranda el túnel”, se recita por el norte.


Descuidos tontos del ser humano... A escote, nada es caro, que decía el Tronchamozas.

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