Desde antes del advenimiento de la civilización, donde quiera que ésta empezara, la sal ha sido objeto de interés para el ser humano. No sólo es un nutriente fundamental del organismo, sino que constituye un artículo útil para las más diversas actividades: conservación de alimentos, limpieza y desinfección de superficies o el control de los procesos de fermentación, entre otras posibilidades. Su importancia era tal que en tiempos antiguos se pagaban los sueldos en sal y de ahí nuestra palabra «salario».
Bueno, esto no es verdad del todo: sólo los romanos, que se sepa, entregaban a sus legionarios una parte de la paga en sal. Pero eso, sólo una parte. Y quedaban tan contentos, porque la sal era un artículo verdaderamente valioso. ¿Y por qué valía tanto algo que hoy en día nos parece tan común? Pues, entre otras razones, porque en la antigüedad era un recurso de extracción complicada y además no se encontraba en todas partes ni salía barato transportarlo.
Donde lo hubiera, fuera en minas subterráneas o en depósitos superficiales más o menos accesibles, ya podían decir los vecinos que habían tenido suerte, porque esos montones de cloruro de sodio representaban una fortuna. No es exagerado decir que la sal común ha sido una de los grandes protagonistas del comercio internacional desde hace miles de años.
En nuestra comarca altojalonera tenemos un buen ejemplo de esto en el entorno de Medinaceli, a orillas del mismísimo Jalón, donde se encuentran las salinas de… Salinas de Medinaceli. Vaya, en este caso no se puede decir que la etimología del nombre engañe. ¿Y qué nos espera cuando vayamos a visitarlas, casi a las mismas puertas del pueblo?
Este tipo de salinas por secado consisten en una agrupación de cubetas, balsas o «piscinas» de poco fondo donde se deja entrar el agua cargada de sal. El líquido queda embalsado y, por acción del sol, se va evaporando poco a poco. Al cabo de cierto tiempo sólo queda una costra de sal cristalizada en el fondo de cada cubeta, mineral no del todo puro que es preciso extraer, limpiar y refinar antes de poder destinarlo al consumo humano.
Pero ojo, no nos equivoquemos: la sal no se extrae del agua del río, como se podría pensar al ver las salinas tan cercanas al lecho del Jalón. Si fuera así, ese cloruro sódico sería más escaso y caro que los diamantes. El procedimiento funciona de otra manera: el agua salada que desemboca en las balsas procede de manantiales que recorren el terreno circundante disolviendo a su paso las capas de sal incrustadas en el subsuelo. Esas sales se acumularon en el valle a lo largo de las eras geológicas y casi seguro son el remanente de un antiquísimo mar que alguna vez cubrió estas tierras, mucho antes de que existieran seres humanos en el planeta.
Explotadas desde tiempos de Roma, las salinas del Alto Jalón constituyen otro patrimonio histórico importante. Fueron propiedad de la Iglesia y, más tarde, de la corona de Castilla, aunque con las desamortizaciones del siglo XIX acabaron en manos de particulares. Se sabe que fueron muy productivas y rentables hasta que, al final de la Guerra Civil de 1936, comenzaron a perder importancia. En la década de 1980, con las obras de la autovía, parte de las cubetas desaparecieron bajo el asfalto. En 1994, debido a la falta de rentabilidad se suspendió la producción de sal común.
En la actualidad las salinas de Salinas constituyen un espacio histórico visitable, escenario de las interesantes Jornadas de la Sal. Además no han dejado de tener aprovechamiento económico: el sector norte de las balsas es hoy una piscifactoría. Y del resto de las instalaciones todavía se extrae salmuera que se emplea para impedir la formación de hielo en la susodicha autovía.
Las salinas que podemos contemplar hoy no son romanas, ni siquiera medievales, y ocupan un terreno mucho menor del que debieron de cubrir en su momento de esplendor. Sin embargo, esto no les quita interés. Ahora que están de moda las sales exóticas, como las que vienen del lejano Himalaya, quizá podríamos apostar por la baza del exotismo y devolver la pelota exportando sal con denominación de origen «Alto Jalón». Lo mismo a los tibetanos les parece la cosa más chic del mundo. Mientras se emprende o no tan dudoso negocio, no dude en visitar Salinas y tome sal, pero no demasiada, que en exceso eleva la tensión arterial.
JALON
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