Este 22 de mayo, los micrófonos del programa Pasajeros al tren se colaron entre las paredes soleadas de la residencia Fundación El Molino de Ariza para emitir en directo un especial entrañable. Uno de los protagonistas, fue Julián Soler, histórico alcalde de Cabolafuente durante nada menos que 36 años y hoy vecino de la residencia, situada a apenas unos minutos de su querido pueblo. Un hombre que lleva el municipio en las venas y el sentido común en la boca.
Sentado con humor afilado y la memoria viva, Julián repasó décadas de vida pública con la mezcla justa de ironía, claridad política y cariño de pueblo. “Me dijeron que era alcalde por carta, y fui al Gobernador sin permiso, sin cita… directo a Zaragoza. Me querían obligar, y al final fui alcalde porque era eso o marcharme”, recordaba entre risas. Era 1960 y todavía bajo el régimen franquista, algo que no impidió a este socialista convencido hacerse cargo del municipio por puro compromiso vecinal.
Durante su gestión, Julián no prometía, cumplía: “Nunca he prometido nada, nunca he cobrado ni un duro. Ni dietas, ni viajes, ni historias. A mí me mandaban cartas desde Madrid diciendo que era alcalde, y lo que hice fue levantar las calles con la gente del pueblo, que se apuntaban al paro para poder trabajar en mejorar lo nuestro”. Con orgullo, recuerda cómo en solo seis meses puso en marcha la pavimentación de Cabolafuente con trabajadores locales. “Yo también cogía el pico”, dice sin aspavientos.
En su conversación, no faltaron reflexiones políticas cargadas de verdad. Sin pelos en la lengua, valoró a los presidentes del Gobierno (“Suárez fue una bella persona, aunque fuera de otro partido”) y criticó el estado actual de la política con la serenidad de quien lo ha visto casi todo: “Los de ahora hablan mucho y hacen poco, y cuando hacen, es más por dinero que por vocación”. También tuvo palabras de reconocimiento para el actual presidente de la Diputación de Zaragoza, José Antonio Sánchez Quero, a quien calificó como “el que mejor reparte”.
Soler no dejó títere con cabeza, ni tampoco faltó a su sentido del humor. “Quisieron meterme de nuevo en política hace poco en la lista electoral, ¡me querían de segundo! Dije que me buscaban la ruina”, bromeó. Su relación con la residencia es igual de familiar: los fines de semana y las vacaciones se las pasa en Cabolafuente, y cuando está en El Molino no falta a las tertulias, a las bromas ni a su cerveza cero cero (“que está la jefa”).
Pero entre anécdotas, recuerdos de las morcillas de Cabolafuente, críticas a la desigualdad global y reflexiones sobre Gaza, queda claro que Julián Soler es más que un exalcalde: es memoria viva de un tiempo, de una forma de gobernar y de vivir el servicio público desde lo más cercano y lo más honesto. Un referente que demuestra que la política de verdad no tiene por qué estar reñida con la humildad, el humor y el compromiso.
Y en El Molino, aunque ahora no mande decretos, aún ejerce su particular “alcaldía” entre risas, abrazos y mucha, mucha sabiduría popular.
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JALON
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