Salinas de Medinaceli se prepara para acoger este sábado 26 de julio una de las citas más singulares y arraigadas de su calendario cultural: las XIV Jornadas de la Sal, un evento que pone en valor el patrimonio etnográfico y el trabajo tradicional vinculado a las antiguas salinas de la localidad.
Lo que comenzó como una iniciativa casi anecdótica se ha consolidado con el tiempo como uno de los días grandes del pueblo, gracias al empeño de la Asociación Cultural local y al compromiso de los vecinos. Tal como explicó Michel Casado, uno de los impulsores del evento, "la cita se ha convertido en un motivo de orgullo colectivo y en un símbolo de identidad para Salinas".
A primera hora de la mañana, el pueblo se llenará del sonido de los gaiteros en un pasacalles tradicional que dará inicio a una jornada en la que no faltarán ni el sabor de las migas populares, ni la esperada paella colectiva, ni la participación de decenas de personas que, con botas de agua y rastrillos, revivirán el duro pero entrañable trabajo de extraer sal de manera artesanal.
El proceso sigue prácticamente igual que antaño: tras la limpieza de las albercas en primavera, se introduce el agua salada procedente del pozo mediante una bomba eléctrica —antiguamente movida por mulas— y se deja evaporar con el calor del verano. La sal, una vez cristalizada en una capa dura, se cava a mano y se arrastra hasta las calzadas donde el sol termina de blanquearla.
“Aún sale con un tono salmón que muchos confunden con impurezas, pero es simplemente el color natural de nuestra sal”, explica Casado.
Más allá de lo técnico, las Jornadas de la Sal son un acto de memoria viva. “Ya no quedan muchas personas que trabajaran en las salinas de forma habitual, pero hijos y nietos de aquellos salineros participan cada año, algunos desde otras ciudades, para mantener viva esta tradición”, señala Casado. De hecho, cada verano se observa un creciente entusiasmo entre los más jóvenes, lo que garantiza una cierta continuidad para el futuro.
El evento también se ha convertido en foco de atracción para visitantes y curiosos de dentro y fuera de la comarca, que aprovechan para descubrir cómo era la vida y el trabajo en un entorno rural con historia. La afluencia ha crecido año tras año, tanto por el interés cultural como por la hospitalidad de un pueblo que sabe acoger. “Todo el mundo que venga será bienvenido”, asegura Michel, visiblemente orgulloso del trabajo colectivo.
En un contexto de despoblación rural y pérdida de tradiciones, Salinas de Medinaceli demuestra que con voluntad, colaboración y amor por lo propio, aún es posible hacer comunidad y celebrar la identidad de un lugar único.
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JALON
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