LA HORA AZUL DE LOS LOBOS DE ALMADEQUE

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Castillo almadeque

Foto.- Javier Tejedor


La hora azul me ha tocado en el hombro,

me ha invitado al baile de los lobos.
Del castillo de Almadeque surge la voz:
deja tu corazón colgado en la chaparra,
la sangre que riegue el cereal,
a la salida recoges lo que quede.

Y me adentré, sin otra cámara que mis ojos,
sin otros ojos que los del alma.


Me recibieron los aullidos de los lobos,
y el azul de la noche se tiñó en miel de brezo,
los locos del desfiladero me aguardaban prestos,
agasajaron todos mis egos,
despejaron todas mis dudas:
bebí vino con el chupacabras,
que era azul y no verde,
y amamantaba ciervos recién paridos.


Me presentaron al caracuero,
esperando ver su motosierra,
desenfundó una guitarra
y las seis cuerdas me besaron la nuca.

Bailé sin tiempo con el hombre lobo,
hasta que la luna pudo con la noche.


Un interior sin viento,
un castillo sin cuadros,
una vida sin pretensiones,
un vacío dulce como la soledad,
los amigos muertos que regresan
y renacen en cada lágrima,
los lobos saciados de mí

decidieron amanecer.


La voz se hizo presente: recoge lo que quede.
Corazón y sangre repuestos,
el desfiladero de los lobos
y la sombra del sueño.


Me uno a los miles de locos que andan sueltos,
un rebaño azul,
bebiendo del riachuelo,
mutando mil vidas por el castillo de Almadeque.

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