OSTOKI 2018

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Como ya les adelanté en el primer artículo, mi intención era aprovechar este humilde hueco en el diario digital del Alto Jalón, para hablarles de vinos que me han gustado. Así pues, tras el homenaje a Soria y Calatayud, hoy voy a hablarles de una elaboración, que quizás sea la que más me ha emocionado en los últimos meses. Además, aprenderemos geografía, algo de euskera y también hay una fuga de una cárcel. ¿Curioso no? ¿Me acompañan?

Cuando uno pasea por un entorno desconocido o que ha frecuentado en pocas ocasiones, va contemplando la naturaleza que le rodea, influenciado, en cierta manera, por sus gustos y aficiones. Imagino a un ciclista descendiendo mentalmente por esa senda que atisba en el monte, el ornitólogo disfrutando del canto del pájaro autóctono y el agricultor, calculando los kilos por hectárea del trigo que tiene enfrente. El viticultor, enólogo o simple aficionado al vino, goza viendo viñas, especialmente de esas viejas, abigarradas, que luchan por hacerse hueco entre la vegetación de la ladera. Eso exactamente le pasó a nuestro protagonista, Luis Moya Tortosa (LMT Wines), mientras caminaba por las faldas del monte Ezkaba en Ansoain, a las afueras de Pamplona. ¿Es eso una viña? Guía de teléfonos y a preguntar si alguien sabía del propietario. Y lo encontró.

El monte Ezkaba, es una alineación montañosa de unos 900 m de altitud, en la zona norte de la ciudad de Pamplona, por lo que siempre ha estado muy ligado a la vida de los pamploneses, como zona de esparcimiento y contacto con la naturaleza. Al ser una zona elevada sobre la ciudad, siempre mantuvo una importancia estratégica, por lo que se utilizó con fines militares, aunque también se usó como lugar de peregrinación religiosa y como cantera. Es singular la anécdota que cuenta, como de una cárcel que allí se ubicó, se produjo una de las mayores fugas colectivas de presos, tantos como 900. El contexto de la historia y el final de los fugados, no es tan bonita, así que lo dejaremos aquí.

Luis Moya trabajó hasta 2012 como enólogo en distintas bodegas, momento en que decidió iniciar su propio proyecto. No tenía viña en propiedad, por lo que se dedicó a buscar joyas, arrendarlas y elaborar en bodegas de otros. Esto que puede parecer sorprendente, es práctica habitual, sobre todo en gente que trabaja diferentes viñedos, normalmente pequeños, en distintos sitios. Ostoki es uno de sus proyectos actuales. La palabra, que en euskera podría traducirse como zona de hojas, es el paraje que da nombre al vino, ya que, al tratarse de una zona boscosa, en otoño, el suelo quedaba tapizado de la alfombra rojiza típica. La viña tiene apenas 1.600 metros de extensión, mayoritariamente garnacha, aunque también hay cepas de mazuelo, tempranillo, moscatel, garnacha blanca y roya, y moravia. Entre 70 y 90 años de edad, imposible saber con exactitud. La filosofía de nuestro sabio protagonista de hoy, es la de la mínima intervención, sin herbicidas, orgánico y con el sulfuroso imprescindible (ya nos vamos familiarizando con estas prácticas ¿verdad?). Apenas 1000 kg de producción por hectárea. Un 10% de la uva utilizada no se despalilla, es decir se vierte con el raspón (la parte vegetal de un racimo). Fermenta en depósitos de acero inoxidable y apenas se interviene, excepto para controlar la temperatura y mantenerla sobre los 18-23 grados, lo que preservará los aromas de la fruta. Posteriormente, se criará en barricas de 300 litros de roble navarro, otra curiosidad, ya que a muchos les sonará más lo de roble francés y americano.

Hace años, la zona tenía dificultades de maduración, por lo que, en añadas no favorables climatológicamente, no se elaboraba vino tinto, sino un producto llamado txakolingorri, utilizado para el poteo y recordado por los mayores por su tremenda acidez. Actualmente, ríanse del cambio climático, esos problemas suenan lejanos y la uva alcanza un buen grado de madurez, como puede verse en los 15 grados de alcohol que tiene este 2018.

Ostoki es una delicia, proveniente de una viña que en condiciones normales ya no existiría. Es una sinfonía de frutas silvestres rojas y negras, de monte y de unas delicadas violetas. Un gran vino siempre evoluciona en la copa, y éste va mostrando su gama aromática lentamente, esquivo de desvelar sus secretos, como guardián de todos esos años de historia que le contemplan. La boca es magnífica, sin rastro del alcohol, rustica como le gusta a Luis. Hay poquísimas botellas, pero Ana, en su preciosa tienda del Retrogusto es Mío, todavía tiene. No busquen 2019 y 2020, ya que lo delicado de la viña provocó que no se pudiera elaborar. Crucemos los dedos en este 2021.


Oskoti



Ostoki 2018, 25€.

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