UN OBSERVATORIO SOLAR NEOLÍTICO EN IRUECHA

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El viajero se acerca a localidad de Iruecha, que conoce por su representación de "La Soldadesca", sabe que el pueblo tiene además otros encantos: el sabinar que lo rodea, la laguna cercana, el órgano que atesora la iglesia, un maravilloso museo paleontológico e histórico, etc.

Hay además otro elemento que no ha visitado aún. Se trata de la humilde ermita de S. Roque, situada a las afueras del pueblo, pero perfectamente visible desde las eras donde se representa la referida Soldadesca. Aunque el edificio se encuentra en estado de ruina (carece de techumbre), afortunadamente los vecinos del pueblo han consolidado las paredes de esta, por lo que desde el exterior podemos apreciarla perfectamente en su conjunto.

Al cercarse a ella, el viajero contempla su sencillez: Una simple forma rectangular, de 8,5 m. de ancha y 22 de larga, rematada con una modesta espadaña neoclásica. Puede situar la construcción por tanto en el siglo XVIII, acaso en los momentos de pujanza del pueblo, cuando este era etapa importante del Camino Real de Aragón, y por él transitaban gran cantidad de caminantes y mercancías.

Aquí parece acabarse todo el interés, esta ermita es una como otras tantas que el viajero ha podido ver en otros lugares, y sin embargo….

Le llama la atención, en principio, la orientación de la ermita. No está orientada al Este, como la iglesia del pueblo, sino claramente hacia el Sureste

El viajero sabe que, hasta tiempos relativamente recientes, era preceptivo que todos los lugares de culto donde se dijera misa deberían estar orientados hacia el Este, hacia Jerusalén, pues todos los fieles, incluyendo el sacerdote, en la ceremonia de la misa oraban en esa dirección. ¿A qué se debería por tanto esta curiosa orientación? ¿Acaso los que edificaron la ermita no tenían muy claro por donde sale el sol? Todo esto parece carecer de sentido.

El viajero repara entonces un detalle situado apenas a tres metros hacia la derecha, y en línea misma con la fachada. Se trata de una piedra hincada en el suelo, totalmente aislada, de aproximadamente un metro de altura y unos 80 cm. de anchura. Esta piedra aparenta haber estado ahí desde siempre. No sirve de apoyo a ninguna pared ni se le aprecia misión alguna, reconoce entonces la piedra, es un menhir, indudablemente.

Si esto fuese así, querría decir que hace más de 5.000 años alguien hincó esta piedra aquí con algún propósito. Esto ya da algo de vértigo.

Aturdido aún por lo que eso representaría, al dar una vuelta alrededor de la ermita, el viajero ve algo más que le deja completamente pasmado: Justamente al final de la pared lateral derecha, y apenas 1 m. detrás del plano de la trasera, y también a una distancia de tres metros de la pared lateral, encuentra otra roca clavada, algo más baja que la que ha visto antes, de unos 80 cm. de altura. Se ve claramente que es otro menhir.


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Resulta entonces evidente la ubicación allí de la ermita: Los dos menhires marcan los límites de un espacio dedicado a un culto ancestral posiblemente durante miles de años, que en algún momento relativamente cercano en el tiempo (quizás en época visigoda) fue cristianizado. El viajero conoce decenas de casos parecidos por toda la geografía española, y por otro lado no le sorprende en realidad demasiado la presencia de personas hace miles de años por estos parajes. Antes de llegar aquí ha pasado por el asentamiento de Torremocha, de la Edad del Bronce tardío (s. VIII a.C.), apenas a 7 Km. hacia el Suroeste, sabe también que, a 18 kilómetros de allí, hacia el Este, hay unas pinturas rupestres neolíticas, y a 27 kilómetros en dirección contraria se encuentra la necrópolis, también neolítica, de Aguilar de Anguita, con el dolmen de la Virgen del Robusto. Otro recinto de culto ancestral sacralizado. Parece pues que estos lugares no estaban despoblados hace miles de años, pero ¿Por qué aquí precisamente estaría este sitio seguramente ceremonial? ¿Será casualidad que la orientación de los menhires obedezca únicamente a la propia del terreno donde se asientan? Después de todo, también los pajares que hay por las cercanías, e incluso la carretera cercana tienen la misma orientación. ¿Tendrá que ver algo la dirección que señalan los menhires con la del relativamente cercano dolmen del Robusto?


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El viajero, afortunadamente, dispone de tecnología actual en su teléfono móvil que le permite comprobarlo, y lo que ve en la pantalla le deja estupefacto: resulta que estos menhires, marcan con exactitud la dirección del sol cuando amanece en el solsticio de invierno, pero hay más, también en dirección contraria señalan el lugar de la puesta del sol en el solsticio de verano, formaría por tanto todo el conjunto un observatorio solar, donde sin duda se señalarían los días más importantes del ciclo agrícola, las fechas del año en que la duración de la luz solar empieza a alargarse o a acortarse, y quién sabe si algún acontecimiento más. Sin duda, las personas que se ocuparan de hacer estas observaciones, el viajero se las imagina como unos sacerdotes (o sacerdotisas) que de algún modo serían las que fijarían el calendario para las gentes de estos contornos.

Observando los alrededores con más detalle, el viajero, al que ya casi nada puede sorprenderle, ve que hacía Poniente, a 29 metros y perfectamente alineado con los dos que ha visto, hay lo que parece otro menhir de mayores dimensiones, de unos 2,5 m. de longitud, y algo más de 1 m. de anchura, que si le pasó desapercibido en un primer momento fue porque está caído, debido a que su base fue socavada cuando se hizo una era, que está 1 m. por debajo del nivel del terreno en esta parte. ¿Qué explicaría este mayor tamaño? ¿Qué papel desempeñarían estos tres menhires, si tenemos en cuenta que para marcar una dirección basta con dos?  ¿Y por qué precisamente aquí y no en algún lugar más llano? Ya solo cabe la especulación: Posiblemente al encontrar un lugar que de forma natural estaba orientado en la dirección de los solsticios, y cercana a la ancestral vía de comunicación de estas zonas altas con el valle del río Mesa (por donde aún hoy discurre la carretera, apenas a unas decenas de metros de donde el viajero se encuentra) entendieron que precisamente allí, y no en otro lugar, era donde deberían levantarse las piedras que marcaran la dirección de los días límites del año, y seguramente el menhir grande, visto desde el más cercano se recortara contra el horizonte, indicando precisamente el punto donde el sol se oculta el día más largo del año.

Al viajero, además algo le resulta curioso: Comprueba que la anchura del menhir grande es la altura del menhir central, y la anchura de este se corresponde con la altura del más alejado. ¿Estas proporciones significarán algo? ¿Tendrá algo que ver la distancia entre los menhires con sus alturas respectivas?

El viajero echa las cuentas: Al dividir la distancia que separa los menhires pequeños (23,5 m.) entre la altura del menor (80 cm.) nos da el mismo resultado que si dividimos la distancia entre el menhir grande y el central (29 m.) entre la altura de este (1m.) Es decir, las dos distancias están relacionadas con las respectivas alturas, lo que quiere decir que los tres menhires desempeñaban una función determinada. (Evidentemente las cifras no salen "redondas" pero hay que tener en cuenta que hace 5.000 años los instrumentos de medida y de cálculo no eran los de hoy) ¿Sera casualidad? ¿Tendrá algo que ver con la sombra que arrojaban en algún día, o algún momento determinado del año? ¿Habría algo más en el espacio ocupado por la ermita? ¡Cualquiera sabe!

En una civilización que estaba evolucionando desde una sociedad de cazadores-recolectores a otra en la que la agricultura empezaba a tener una importancia capital, evidentemente se necesitaba poder medir con precisión los ciclos solares que marcaban las estaciones, el crecimiento y maduración de las plantas, las migraciones de los animales, etc. El hombre, en definitiva, estaba empezando a comprender y a intentar dominar el mundo que le rodeaba.

El viajero, finalmente se sienta junto a uno de los menhires, tratando de asimilar todo lo que ha visto. En poco tiempo lo que parecía una ermita sin nada de particular, se ha convertido en todo un observatorio solar neolítico. En su aturdimiento, imagina que seguramente aquél conjunto, los menhires y lo ya desaparecido que hubiera en el lugar que ocupa la ermita, hace miles de años formara un centro ceremonial, tal vez muy importante, quizá desde aquí partieran mensajeros en todas direcciones con la noticia de que algún día notable del año había llegado, incluso pudiera ser un destino de peregrinación anual, ¡Quién sabe!, percibe claramente que este es un lugar mágico, y hoy, que casualmente es 21 de Junio, ve como poco a poco, el sol se oculta, exactamente por el punto del horizonte que, desde los albores de la civilización, han venido señalando aquellas piedras milenarias.

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