RESPONSABILIDAD Y RESPONSABLES

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Si llegara el caso, no eludiría su responsabilidad. Durante años había acudido a su especial trabajo, con la única idea de mantenerlo todo a punto y con la esperanza de que aquello que se escondía entre claves y cables, no fuera más que una invisible pero eficaz amenaza para los que, de alguna manera, trataran de quebrantar las normas establecidas.


       ¿Cuántos simulacros en los últimos veinte años, cuántos cambios, cuántas novedades? Todo quedaba reducido a la redacción de unos detallados y minuciosos informes y a las formales cartas de felicitación de sus superiores.


         La mayoría del tiempo no ocurría nada. Se sentía un ser afortunado, le gustaba acudir temprano a su trabajo para desayunar en la exclusiva cafetería del centro, mientras comentaba los incidentes de la prensa diaria con alguno de sus compañeros, después, si no era un día especial, hacía las oportunas comprobaciones y podía dedicarse a sus investigaciones informáticas, a sus algoritmos matemáticos o a sus originales diseños virtuales.


         Todo, lo que era su ocio o tenía un especial interés para él, lo podía disfrutar en su jornada laboral. Por eso le costaba tanto volver a casa. Año a año había ido retrasando su retorno diario al plácido y acogedor hogar. Su mujer no prestó demasiada importancia al hecho y fue criando a sus cuatro hijos, con cada vez más soltura y menos ayuda. Estaba convencida de la relevancia del trabajo de su marido y la importancia añadida que tenia el hacerlo para el gobierno. No sabía en qué consistía, pero tampoco la importaba. Se sentía como la mujer del César, poco atendida, pero reconocida y respetada por toda la pequeña comunidad en la que vivían. Nunca necesitó agobios sentimentales y casi agradecía que las apariciones cotidianas de su esposo por el domicilio conyugal, se fueran reduciendo a los momentos relacionados, con la alimentación y el descanso. Sus hijos estaban en prestigiosos colegios y ella podía dedicarse a las labores sociales que tanto la entretenían y gratificaban.


       Bill Vidakovic no solía pensar en el alcance de su trabajo, en su finalidad, en lo concreto de su puesto y, cuando alguna noche de insomnio, le asaltaba la descabellada y brutal idea, apretaba los ojos tratando de esconder en lo más profundo de sí, sus inconfesables miedos.


      Aquella mañana las noticias de la prensa internacional, eran parecidas a las de la semana anterior, descorazonadoras. La tensión en el ámbito internacional aumentaba y la crispación y las veladas amenazas, se reflejaban en todas y cada una de las manifestaciones de los lideres enfrentados.


       Trabajaba para el país más importante y poderoso del mundo. La razón, como habían explicado detalladamente todas las cadenas de televisión y diarios, estaba de su parte. La mayoría de países de la tierra refrendaba su actuación, nadie cuestionaba la legitimidad de sus limpias pretensiones.


       Como asaltado por una extraña premonición decidió no pasar por la cafetería, pidió su llave a los de seguridad y le entregaron a la vez, un sobre con advertencias externas de prioridad. Subió a su despacho, conectó su ordenador, abrió el sobre y siguió las concretas instrucciones, en la confianza de que fuera un ejercicio más.


       Tras las pertinentes grabaciones en su pantalla apareció el nombre de una ciudad europea y unas coordenadas. Sus manos se llenaron de sudor y en su rostro se reflejaba una mezcla de espanto e incredulidad. En el monitor acababa de concretarse una inquietante y parpadeante palabra: “Dispare”.


        Con movimientos precisos y nerviosos, pidió confirmación de la orden y ésta se repitió con cibernética naturalidad: “ Dispare”


        Sus dedos se crisparon alrededor del enorme botón y su mente dibujó la ciudad cuyo nombre apareció en la pantalla. Recordó cómo, en sus tiempos de estudiante, la visitó y le pareció cercana y entrañable.


       La orden incuestionable permanecía en el monitor. No tenía nada que temer, él estaba a miles de kilómetros del objetivo, con su impecable traje de civil sentado en su cómodo sillón, nunca nadie podría imaginarse de dónde procedió el disparo del proyectil.


       Siempre había cumplido con su cómodo deber. En todos los test de personalidad y responsabilidad que le habían hecho durante todos estos años, obtuvo resultados óptimos, los mejores guarismos avalaban su cabeza.


       Su mano aferró el disparador, trató de pensar en la patria, la bandera, los himnos, pero a sus ojos afloraron imágenes concretas de su juventud. Los interminables y hermosos paseos por la ribera del caudaloso río, los intercambios de ideas y ropa con sus habitantes, el frío que parecía nacer de sus calles y el ardor que se adivinaba en sus semblantes, aquellos besos ….aquella muchacha….¿ Cómo se llamaba? Su mano se aflojó, tiró de un cajón del escritorio y asomo una insinuante culata. Al momento, sonó un disparo al que acompasó un sordo y seco golpe.


       Frente a la pantalla ya no había nadie, pero ésta seguía repitiendo su destellante y sombría orden: “Dispare”……” Dispare”…..”Dispare”.




                                                                                              El Residente.

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