EL PLANETA PIDE UN CAMBIO DE MODELO QUE MIRE AL MUNDO RURAL

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Se me deben estar escapando un montón de variables en esta ecuación, pero de verdad que cuando yo lo pienso, uno más uno, siempre me salen dos. En el problema de la despoblación, como en general en todos los problemas que afectan a la vida de las personas en el planeta, llevamos medio siglo intentando despejar una ecuación en la que la equis es tramposa. Nos la mueven de sitio cada dos por tres, cambiando variables constantemente para no conseguir nada más que marearnos con palabras que tan solo intentan darnos esperanza en los momentos en los que quieren comprar nuestros votos.


Vemos el problema de la España vaciada, como también el resto de problemas, desde términos meramente económicos. La rentabilidad manda en esta era de locos, en la que el dinero está por encima del bienestar de las personas, y todos seguimos jugando a un juego en el que unos caemos siempre en las casillas trampa, mientras otros van saltando libremente de oca en oca y tiro porque me toca. Entre tanto, el planeta nos demanda urgentemente un retorno a los pueblos, a una vida más sostenible agrupados en pequeñas comunidades en la que los alimentos no tengan que viajar miles de kilómetros hasta llegar al supermercado, dejando una huella ecológica que nadie paga, y cargando la cuenta en nuestro futuro ya de por sí rehipotecado. Nos demanda la Tierra una sostenibilidad por la que nadie trabaja a pesar de las buenas intenciones de la Agenda 2030 o del Reto Territorial, documentos que se escribieron ya sobre papel mojado.


¿Por qué no se legisla en favor de un mundo sostenible? ¿Quizá sería posible promover medidas que hagan más interesante trasladar la producción a los sitios donde luego se va a consumir, en lugar de que salga más barato un viaje de 9.000 kilómetros desde China en barco, contaminando el mar y la atmósfera? ¿De verdad es eso más rentable? En una primera estancia, la económica, sí. Gracias a eso compramos camisetas a tres euros en Primark que nadie necesitamos... Pero, ¿alguien se da cuenta del coste para nuestro futuro que silenciosamente pagamos? Más allá de llevarnos el trabajo y el dinero a China, que ya es suficiente descalabro, además nos hemos cargado nuestro ecosistema. Ahora pandemias, escasez de recursos, cambio climático... Nos acechan las consecuencias.


La realidad, además, nos demuestra que solo con guerras y desastres se sostiene un sistema económico planteado para hacer millonarios a unos pocos y cada vez más pobres al resto, que nos peleamos por sobrevivir con las migajas de ellos. Esta manía de producir barato a costa de destrozar el planeta... esta cultura del pelotazo... este afán por hacernos millonarios sin provocar un beneficio para la sociedad, sino más bien lo contrario... ¿No sería interesante gravar el derroche con impuestos destinados a encarecer cosas que no necesitamos como el séptimo coche, la décima vivienda vacía, o el viaje en jet privado el fin de semana a una isla perdida? En lugar de eso, en medio de una crisis tremenda, nos piden que bajemos tres grados la calefacción de casa y que comamos menos carne y pescado (aunque no nos lo pidieran, ya lo hacemos por el precio al que están las cosas en el mercado), mientras nos cobran la luz y el gas igual de caros a los que gastamos nada más que lo necesario, que a los que despilfarran lo que otros "ahorramos".


La realidad también nos dice que cuanto más pequeña es nuestra comunidad, menor es el consumo que hacemos en artículos innecesarios con los que nos venden un anestésico a una vida de trabajo y atascos. Tenemos más fácil salir al campo que al Alcampo el fin de semana, gastando nuestro tiempo en conectar con la Naturaleza, en lugar de en usar el contactless de nuestra tarjeta. Invertimos más en ser que en tener, en experimentar que en comprar artículos con los que nos pretendemos diferenciar. El retorno al mundo rural provocaría, sin duda, una mejoría de la salud del planeta, y también de las personas. 


En definitivas cuentas, todo invita a que pensemos en un cambio de modelo y miremos hacia la repoblación de los pueblos como una solución a un problema planetario. ¿Por qué no lo cambiamos? Se puede legislar para que sea más cómodo y fácil vivir, emprender y trabajar en un pueblo que en una ciudad. Se puede invertir en generar en las zonas rurales viviendas y servicios de calidad. Se puede promover el consumo de proximidad y acabar con una globalización que lo único que ha generalizado es que todos vivimos peor, salvo, de nuevo, unos cuantos que hacen un negocio redondo gracias a que no les cobramos que están destrozando el lugar donde vivimos a un ritmo de locos. Todo invita, e incluso obliga, a cambiar. De modo que ¿lo hacemos, o todavía estamos demasiado cómodos? Algo me dice que estamos rebosando y vamos a seguir soplando y soplando el globo hasta estallarlo en mil pedazos. 


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