CONTINUACIÓN 'DE EUSKADI AL CIELO'

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Terminaron como en otros muchos lugares, con una exaltación de la cultura y la raza indígena. Una vez satisfechos los espíritus, nos llevaron con presteza, a llenar nuestros desatendidos estómagos.


         Sabrosísimo todo. Y cuando digo todo, es porque llego un momento en que pensé, pondrían encima de la mesa, todas las provisiones que tuvieran en sus despensas. Carne, pescado, legumbres, hortalizas, setas…..Plato tras plato, acabamos entonando un himno al acopio energético. Lo regamos con buenos vinos y licores, fumamos, y con una pesadez que amenazaba la vigilia de nuestros sentidos, nos dirigimos al vetusto pero glorioso estadio.


         Yo haría el saque de honor. Mi país, Argentina, me nombró embajador plenipotenciario, no solo por mis cualidades políticas si no por la gloria alcanzada con la camiseta albiceleste, en los años setenta.


       En este mundo en que vivimos, y en mi hipócrita profesión más, es tan importante la fama, como la capacidad. Contar entre sus diplomáticos, con un doble campeón del mundo, fue uno de los logros que más resaltaron del entonces presidente, el general Augusto Violeta.


        Una vez en el estadio, ocupé el centro del campo, entre los árbitros del partido. Las gradas repletas conferían al coliseo, un envidiable aspecto. El abigarrado colorido, con que se vestían las dos aficiones, las inteligibles pancartas, así como el ondear continuo de banderas y boinas (chapelas o txapelas según el léxico local) hacía presagiar un disputado duelo.


       Llamó mi atención, al ver saltar los equipos al campo, que éstos lo hicieran descalzos, sin los reglamentarios borceguíes. Y en el inusual tamaño y la extrema dureza del balón, que allí, entre ellos llamaban pelotón o “ pelotoa golpea”. Igualmente, me sorprendió que los equipos se compusieran con solo nueve jugadores. El árbitro principal, un extremeño traído expresamente para esta ocasión, me puso en antecedentes; la desnudez de los pies, así como la córnea composición del pelotón, daban un carácter más viril al competido juego. Además, no se necesitaban más de nueve hombres (a condición de que todos fueran aborígenes de aquellas tierras) para desarrollar con garantías de éxito, lo que, en otros países, menos dotados de material humano de primera calidad, había de hacerse con al menos once amanerados y calzados jugadores.


         No se echó la moneda al aire, pues al parecer los “hombres” de esta raza, son de una nobleza tal, que ceden siempre al oponente cualquier posibilidad de ventaja…. Así, que yo lo decidí.

        Realicé el saque ritual con la mayor solvencia posible. No la desplacé, pese al empeño que puse, más de un par de metros, pero compuse mi inconfundible gesto varias veces para los fotógrafos, y sinceramente me pareció advertir, al menos en el árbitro estoy seguro, signos de contenida admiración.


         Cumplida mi ornamental misión, abandoné rápidamente el campo, tratando de disimular la cojera que me producía mi dolorido pie y el malestar de mi ego, ante la indiferencia de los ruidosos aficionados.


         Bajé por unas hundidas escaleras a los abandonados vestuarios y disfruté con el olor a linimento y aceites. Pese al tiempo pasado, lo encontré familiar. Me pareció lo único real de toda la jornada.


        Contemplé las paredes repletas con los héroes de todos los tiempos del equipo anfitrión, y no me extrañó que la mitad de ellos posara con la cabeza vendada.


        Supuso que no le agradaría el espectáculo de sangre y sudor que se representaría sobre el mullido césped, y decidió no subir a ocupar su sitio en el palco presidencial. Salió por una solitaria puerta, buscando pasear por las desiertas calles. No reparó en un anciano portero que vigilaba la entrada al estadio. Una voz sorprendida preguntó:” Eh!, ¿no es usted el “gordo Moreno?”.


        Se le iluminaron los ojos, nadie se había dirigido a él desde que estaba allí, con el apelativo cariñoso con que fue conocido en todo el mundo.


       Sin duda le habría visto jugar en sus años mozos y recordaría la elegancia de su juego.


       Con rapidez sacó una foto de su bolsillo y se dispuso a hacer una entusiasta dedicatoria al viejo aficionado.


        Con displicencia, el vigilante rechazó el ofrecimiento y disculpó el atrevimiento del astro argentino, por la ignorancia que existía al otro lado del Atlántico con respecto a las severas leyes raciales, que prohibían el tráfico de símbolos y libros extranjeros.


        Se giró para disimular su hastió y se dispuso a marcharse, sin pronunciar más palabras, pero aún recibió una última pregunta, que más pareció un reproche: “¿No os quedáis a ver, el espectacular partido?”.


        La sorna bonaerense afloro con toda su fuerza, en su medida respuesta: “A oír ché, a oír el partido, ¿vos no sabés que los del barrio La Boca con afinar el oído sabemos desde esta distancia, qué hueso se ha roto y de qué equipo ha sido? “.

   DE EUSKADI AL CIELO

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