GIGANTES, CABEZUDOS Y ALGUNAS LUCES

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Aviso al lector: los retalos que a continuación van a leer encadenan una serie de sucesos que nada tienen que ver entre ellos, sin un fundamento estrictamente documental, sin embargo, el lector es libre y atrevido de enlazarlos de tal forma que pudiera darle un sentido que no pretende el autor, yo les dejo las historias y ustedes las componen en su cabeza. Dicho este preámbulo comencemos con la historia de una persona que por grande tomó el sobrenombre del Gigante Sansón.



Pablo Arana era hijo de Santiago y Manuela Enguita, había nacido el último de junio del año 1840 en Embid de Ariza, en la primera casa de la calle Camarona, tenía tres años menos que su hermana María. Era un mozo grande, superior a los dos metros de altura, un gigante, por su complexión, enorme fuerza y gran desarrollo de su musculatura, constituía un caso asombroso, pocas veces visto. Éste acudía frecuentemente a las fiestas de los pueblos de la comarca, y en cierta ocasión le incitaron a que hiciese una magna demostración de su fortaleza.



Alguien le dijo, -¿A que no te cargas a la espalda ese mulo que está atado a ese carro de la entrada de la plaza?, y Sansón, apodado así por su estatura, picado en su amor propio se fue hacia el animal, se lo echó a los hombros, atravesó la plaza Mayor cuajada de gente en fiestas, penetró en el patio del Ayuntamiento, subió las escaleras y con el mulo a cuestas se asomó al balcón principal de la Casa de la Villa. No contento con esto, volvió a la plaza y entre las aclamaciones y aplausos del admirado vecindario, dejó el macho en su sitio, espetando a los retadores: - Y ahura, si os apostáis algo güeno, me cargo a toas las bestias del lugar, incluyendo a vusotros”. Excuso decir que nadie se dio por aludido ante semejante indirecta que les lanzaba el gigantón.1



Pablo

Retrato de Pablo Arana



Pablo Arana fue Capitán cajero de los cuerpos del ejército Carlista, llevaba un rosario en la cintura y lo rezaba todos los días. Sin ser profesional, cantaba muy bien la Jota, voz que heredó su hijo Romualdo Arana que sí se dedicó profesionalmente al canto, sin embargo no tenía la estatura tan notable de su padre. Éste nació el 7 de febrero de 1871, en Calatayud, y en 1877 pasarían al vecindario de Zuera definitivamente. El pequeño Sansón causaba la admiración de las gentes por las coplicas que cantaba. Después de haber obtenido premios sucesivos en los certámenes oficiales pasó a formar parte del cuadro de Miguel Asso. Romualdo se casó con Emilia Huertas y tuvo tres hijos, Emilio, que también tenía buenas dotes como cantante aunque falleció a la edad de 18 años, Juan que tocaba la bandurria y Concepción que también tenía una bellísima voz.


Romualdo

Retrato de Romualdo Arana




Romualdo tenía espíritu aventurero, le encantaba viajar y llevar la Jota a todas partes. A los 33 años de edad decidió “pasar el charco” y visitar varios países americanos. En el año 1910 se encontraba en México donde conoció a Luz Gutiérrez que era amiga del artista Francisco García de Madrid y el pintor Joaquín Moreno de Barcelona con quien compartía piso. Romualdo tuvo una hija con Luz a la que llamarían Pilar Fernanda, en recuerdo a la Virgen del Pilar. Al poco tiempo su propia esposa viajaría a México con su hija Concha de 5 años para traer de vuelta a Romualdo a España y abandonaría su relación con madre e hija mexicanas. Pilar casaría en 1934 con Luciano García Mendía, reconocido psiquiatra proveniente de una gran familia de médicos. Romualdo fallece en Zuera el 2 de julio de 1935 a los 63 años de edad.



Se podrían escribir tomos enteros contando únicamente la historia de cada familia, no me cabe duda, al menos de esta sabemos que en Embid nació un gigante llamado Sansón. Ahora nos iremos hasta la puerta de Nuestra Señora de la Asunción donde nos detendremos un instante antes de entrar para observar al cabezudo de la iglesia.


Capiteles

Capiteles de estilo románico




Los fieles lectores de Memorias de Embid de Ariza recordarán sin lugar a dudas el capítulo especial sobre el románico de Embid. Presente en el pórtico de esta iglesia existe una portada abocinada con tres parejas de capiteles con sus correspondientes columnas y basas. Su estilo decorativo, cisterciense, tardía, dispone de motivos vegetales muy sencillos, árboles, hojas de palmeras o racimos de uvas. Uno de estos capiteles posee una tosca figura antropomorfa con una cabeza tremendamente desproporcionada junto al emparrado vegetal. Y a esta figura nos referimos, de proporciones exageradas, de una persona con brazos y piernas y una cabezón gigante. Podríamos pensar que tal vez el artista quiso acentuar el personaje que de gran tamaño portaba su cabeza, o simplemente el genio no reparó en ese detalle, y se le daban mal los retratos, en cualquiera de los casos este capítulo nos sirve para conocer el suceso que ocurrió en el suelo de la Iglesia a mediados de los años ochenta del pasado siglo XX.



Cuando se vio la necesidad de arreglar el tejado de la Iglesia, pues ya las goteras comenzaban a dejar de perder su nombre, se levantó todo el suelo que era de madera para poder instalar el andamiaje de la obra. Al quitar los listones de madera que formaban la tarima del suelo aparecieron las tumbas del campo santo. Toda la superficie de la Iglesia se trataba de un cementerio. Esta práctica de enterramiento era habitual en todas las Iglesias con cierta edad, los que podían eran enterrados en el interior de la Iglesia, en lugares concretos, bajo distintas capillas a las que pertenecían. Encontramos en los libros de defunciones enterramientos bajo el altar de San Pascual Bailón y también del altar de la virgen de la Soledad. Bajo el coro, en el cuerpo de la iglesia o incluso en el carnerario*. Por supuesto, los menos pudientes se les hacía sitio fuera del tempo, en el patio de la iglesia, el pretil o el cementerio, que hoy presenta la plaza y fuente de la villa. Todavía hoy en día, para oír misa las familias, se sientan en los bancos que antiguamente ocuparían sus antepasados, orientados probablemente por la situación de los enterramientos.


Lapida

Lápida funeraria de Domingo Ortega




Este proyecto de obra y restauración del edificio que fue proyectado y ejecutado entre 1984 y 1986, obligó a tener la presencia de un equipo de arqueólogos de Zaragoza para tratar el asunto con cierta profesionalidad. No piensen en tesoros, alhajas o artilugios pues tan sólo huesos aparecieron, restos de prendas de vestir, botones y hebillas. En la parte central se encontraba la sepultura con una gran losa de piedra de Domingo de Ortega y su mujer Ana de Peñafiel, sepultados en 1659, que hoy pueden encontrar en la fachada de la Iglesia, bajo ella, tampoco apareció nada relevante. Todos los huesos fueron al osario del cementerio moderno, y la tierra acabaría en manos de algún agricultor de Embid, no vean que fantástico humus se forma después de varios siglos de reposo, una tierra mezclada con falanges y pequeños huesos casi como cerrando un ciclo de vida perfecto. Pues bien, y aquí viene el fenómeno extraño, pues entre los esqueletos que pudieron estudiar los arqueólogos encontraron con unos huesos larguísimos, fémures, tibias, húmeros y radios excesivamente largos, larguísimos, para sorpresa de estos, pues escapaba de las medidas habituales. Quién sabe si en Embid vivió otra familia de gigantes, me pregunto si pagarían doble.



De las profundidades de la iglesia salimos a las afueras de Embid, nos adentramos en los caminos que tantas veces cruzaron nuestros abuelos, para ir a Ariza, a Alhama o a Villalengua, caminos de cascajos, tierra o simplemente pavimentados, tampoco es que hayan cambiado mucho, y llegados a este punto, rodeados por la inmensidad del vacío, miramos al cielo.



Sería por el año 1975 al final del verano, cuando el abuelo Félix caminando de madrugada a la estación de Cetina, a la altura de Carracetina, en la parte alta y donde ya no hay curvas comenzó a escuchar ladridos provenientes de algunos perros de los corrales del lado de Ariza. Era noche cerrada, oscura y de pronto, extrañado, vio cómo una luz bajaba hacia estos corrales, inesperadamente se hizo de día, sintió miedo y apretó el paso. La luz llenaba el cielo, no recordaba haber visto antes algo similar. Al intentar devolver la mirada a la luz le dolían los ojos, le escocían. Y entonces, al igual que vino la luz, se marchó y volvió la noche.


Luz

Atardecer en Embid de Ariza




Cinco años después, sobre 1980, el tío José María estaba de madrugada por este entresijo de caminos y le apareció una luz enorme que le deslumbró. Al principio pensó que se trataba de un tractor temprano que marchaba a hacer alguna labor, ya que venía del otro lado del Barranco, después al ver que no hacía ruido y que la luz le quemaba empezó a sentir miedo. Se acercaba directamente hacia donde él estaba por lo que pensó en esconderse tras un arbusto con miedo y desasosiego. Lo siguiente que recordaba era que caminaba perdido hacia la carretera, consciente que había tenido que pasar tiempo y en desde luego en otro lugar diferente. Allí se encontró a otro cazador al que no contó nada por miedo a la burla y ser el hazmerreir de los próximos meses, por menos te cuelgan el Sambenito. Durante dos horas perdió la noción del tiempo, borrado, y la luz también había desaparecido.



Fémures extrañamente largos, familias con cuerpos extraordinariamente grandes, un personaje con la cabeza enorme esculpido entre los siglos XII y XIII en la Iglesia románica original, quien sabe de donde provendrían, en cualquier caso, cada pueblo esconde historias inéditas, extrañas al igual que curiosas y Embid no podría ser menos.




Carnerario: lugar de enterramiento dentro de las iglesias, sepultura, cripta.


1. Heraldo de Aragón, 22/10/1961, Demetrio Galán Bergua

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