LA MÁSCARA INVISIBLE

|

Se acercan los carnavales y seguro que algunos ya habéis decidido de qué os vais a disfrazar, o estáis pensando en ello, o simplemente no os gusta disfrazaros. Todo es válido y sano, si se decide libremente, sin condicionamientos sociales.


Que te apetezca o no disfrazarte depende del momento emocional en el que te encuentres, de comportamientos aprendidos y del significado cultural que le asocies al mero hecho de disfrazarte.


En general, asociamos los disfraces a un ambiente festivo y divertido, que rompe con la monotonía de nuestras vidas. Por eso hay personas que disfrutan disfrazándose, porque supone descansar un rato de la rutina, de uno mismo, “jugar a ser otro” sin límites y sin temor del enjuiciamiento de los demás.


Desde este punto de vista, disfrazarse puede resultar terapéutico, siempre y cuando no se convierta en una necesidad y dependencia, que haga que perdamos nuestra autenticidad, que huyamos de la realidad y que dejemos de afrontar nuestros problemas.


Por algo la máscara tiene un significado tan profundo en todas las culturas. Todos los expertos coinciden en que la máscara surgió en el momento en el que se produjo en el ser humano la “auto conciencia” o la conciencia de uno mismo. Y, de hecho, la palabra personalidad procede del vocablo latino “persona”, que originariamente se refería a la máscara que utilizaban los actores en el teatro clásico. Cada máscara se asociaba con un tipo de carácter, de esta forma el público sabía como era cada personaje, diferenciándose del carácter del actor que había detrás de la máscara.


Ante esta reflexión cabe preguntarse, ¿cuantas personas no llevan un disfraz cada día?, ¿cuantas personas no llevan una máscara invisible?


No hace falta que lleguen los carnavales para encontrarnos personas con máscara, con disfraces de víctimas, de buenas personas, de amigos y colegas, etc. La diferencia está en que estas máscaras son invisibles y no siempre nos resulta fácil saber quien va disfrazado y quien no.


Incluso dentro de una autenticidad razonable, todos de alguna forma o en ciertas ocasiones llevamos una máscara, sin necesidad de que sea Carnaval: en el trabajo, con nuestros amigos, con nuestra familia… En cierto modo, todos nos disfrazamos un poco, nos adaptamos para encajar en cualquier entorno de nuestra vida, porque ser auténtico e ir con la cara al descubierto no siempre es sencillo, sobre todo cuando no encajamos en los estereotipos que crea la sociedad o en “lo políticamente correcto”.


Y tú, ¿hasta que punto dependes de tu máscara?


Si tu respuesta es “mucho”, no lo normalices, porque tu vida se puede convertir en una farsa interminable y corres el mayor riesgo que puede correr el ser humano: perderse a sí mismo.






Montse Martínez. Formadora y Máster en Psicoterapia e Inteligencia Emocional.

Comentarios