OÍR NOLAJ. CAP 7. EL EMILIO

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Foto tejar (1)


Cuando empezaban las vacaciones, comenzaban a llegar los veraneantes al pueblo.


- Ha llegado un chico nuevo, pero no sé quién es –dijo Pita.

- Yo lo he visto por la Calle Arriba, creo que se metía en el callejón del guarda.


El guarda era todo un personaje en el pueblo. Era el encargado de mantener a raya a la chiquillería. No podían entrar a las huertas a probar los deliciosos limoncillos, ni las fresas, ni subirse a los árboles a comer frutas sin pensar en él y sus serias amenazas. Dicen que, hace ya mucho tiempo, el guarda cayó en una trampa, un cepo para zorros, y se quedó cojo desde entonces. Pero corría muchísimo el guarda. Si no lograba alcanzarlos, al día siguiente se lo decía al alcalde y éste a sus padres, con lo que eso conllevaba de castigos y reprimendas.


El guarda vivía en un callejón con entrada, pero sin salida. Desde la Plaza, estuvieron observando el callejón del guarda para ver quién salía de allí. Por fin, un muchacho alto, casi tan alto como el Tío Lafarga, salió en dirección a la Plaza.


Cati le pegó un patadón al balón y lo envió Calle Arriba, hasta los pies del chico.


Éste lo cogió con las manos y lo echó a rodar hacia el grupo.

- ¿No te gusta jugar al fútbol? –preguntó Zaino.

- Pues no mucho… A mí lo que más me gusta es construir.

- ¿Y qué construyes? –le preguntaron todos a la vez.

- De todo, coches, escopetas, cabañas...

- ¿Cómo te llamas?

- Emilio pero aquí, en el pueblo, me podéis decir el Emilio. Y soy el sobrino del guarda… –dijo al tiempo que se reía.


Nadie dijo nada en unos instantes. Además de chulo, el Emilio, parecía ser muy mayor, pues llevaba un bocadillo de tortilla, que le servía de cena. Y eso de cenar fuera ya era un síntoma de mayoría de edad.


“El Cejas” se atrevió a decir:

- ¿Hasta cuándo estarás por aquí?

- Solo un fin de semana, luego me voy a la sierra. Si mis padres me obligan, tendré que volver para las fiestas, en septiembre. Bueno, si queréis, mañana por la tarde quedamos y os demuestro mis habilidades como constructor, paletillos...


Y se fue tan campante y ufano “el Emilio”.


- Menos mal que éste se va pronto, de lo contrario tendríamos que pensar algo para darle un escarmiento... Mira que llamarle sierra al monte, menudo gañán…


Al día siguiente, los de la panda estuvieron esperando en la Plaza al Emilio y cuando salió por el callejón, se dirigieron hasta el pinarcillo, cerca del castillo.


“El Emilio” les convenció para construir una casuta, que era como se llamaban las cabañas en aquel pueblo.


- Vosotros, encargaos de tenerme preparados todos los materiales necesarios, y en un par de días veréis construida la casuta más bonita. Se llamará Villa Emilio, en mi honor, y os dejaré que la uséis mientras yo no esté. Será como dejaros un recuerdo mío.

Los seis muchachos sudaron de lo lindo: acarreando arena en sacos, trayendo agua en latas viejas, recogiendo cartones, plásticos, clavos, piedras y todo tipo de palos.

Marchaba bien la cosa. “El Emilio” era, verdaderamente, buen constructor, aunque tenía buenos ayudantes.


Ya faltaba muy poco para que la casuta estuviese terminada.

- Bueno, Emilio, tenemos que marcharnos a recoger nuestra merienda.

- Vale, pequeñajos, yo como soy mayor no tengo que merendar. En cuanto vengáis, ya estará lista la mansión.


Se le veía muy motivado al Emilio, ansioso de demostrar todo lo que sabía.

- Éste se está pegando una paliza de miedo... –dijo Cati.

- Por lo menos tendremos una buena cabaña. Aunque cuando venga no habrá quien le aguante... –repuso Azu.

- No sé, no sé… ¡Oír Nólaj! ¡Oír Nólaj!–exclamó Zaino pensando que alguna sorpresa les traería “el buen Emilio”.


Quedaron de nuevo en la Plaza para ir todos juntos a los pinos. Cuando llegaban a la casuta, les extrañó no ver allí al constructor Emilio.

Y la casuta estaba terminada, bueno... casi terminada.

- ¿Estáis ahí, chavales? –gritó “el Emilio” desde dentro de la casuta.

- ¿Qué ha pasado Emilio? ¿Algún fallo técnico?

- ¡¡¡Por favor, ayudadme a salir!!! –seguía gritando.


“El Emilio” era un gran constructor, pero se había dejado llevar por su emoción y las prisas. Había construido una casuta sin puerta ni ventanas y ahora no podía salir. Se había quedado encerrado en su propia casuta.


Zaino susurró en voz baja:

- Ahora es el momento para conseguir algún favor de este engreído.

- Bueno, Emilio,... así que quieres ayuda, ¿no? Pues te sacaremos de ahí si nos das unas pequeñas pistas sobre un importante asunto –propuso Zaino.


A la mañana siguiente, toda la panda y “el Emilio” se fueron de excursión. Una excursión que consistió en un buen almuerzo. Primero, visitaron los cerezos de la cuestecilla; más tarde, le tocó el turno a las fresas del tío Salvador y acabaron la mañana en la huerta de la tía Maruja, degustando los mejores limoncillos del pueblo. Y todo esto sin tener que preocuparse del guarda. Los muchachos sabían muy bien la ruta del vigilante en ese día.


Por la tarde se despedían del Emilio.

- Te esperamos para las fiestas, Emilio –le dijo Tanis.

- Si puedo, vendré antes. Tengo que terminar la mejor cabaña del pueblo

  –contestó sonriendo.

- Ha sido un gusto conocerte, Emilio, aunque gracias a ti creo que voy a estar enfermo –dijo “el Cejas”, echándose la mano al estómago.


Se había hartado de cerezas y luego había bebido demasiada agua. Pero ésa ya fue otra historia....

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