DE VISITAS PRINCIPESCAS, BALNEARIOS ANTES DE LOS BALNEARIOS Y ADULADORES DE OTROS TIEMPOS

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Si preguntásemos a cualquier persona que se nos ocurra cuál es la principal o más importante característica de Alhama, muy raro sería escuchar cualquier respuesta que no fuera «las aguas», «las aguas termales», «los balnearios» o algo similar.


            Las fuentes termales no solo siempre han estado allí, sino que también siempre han constituido el elemento más notable y distintivo de nuestro pueblo. Ya en el s. XVI el gran Jerónimo Zurita, Cronista Mayor del Reino de Aragón, decía al hablar de la conquista aragonesa del valle del Jalón sucedida cuatro siglos antes, las siguientes palabras: «ganóse también otro lugar que en el lenguaje morisco se dice Alhama por los baños que en él hay» (I, 45).


            Las aguas han estado allí sí, y no solo Zurita, sino cualquier autor –esencialmente viajeros– que haya escrito en siglos pasados sobre la geografía de la zona las destaca. Sin embargo, el boom de los balnearios no llega hasta bien entrado el s. XIX. Es a partir de ese momento, impulsado además por la llegada del ferrocarril, cuando Alhama vive un enorme desarrollo económico y demográfico a la vera del auge de los complejos termales al convertirse en un destino vacacional habitual para la nobleza y la alta burguesía madrileña. Sin embargo, ¿qué había exactamente antes?


En un pasaje que siempre «me ha hecho gracia» el erudito francés Alexandre Laborde, enviado de Napoleón en España, escribía en 1809 lo siguiente:

Se llega a Bubierca lugar miserable, y a media hora después a Alhama de los Baños, que todavía lo es más…. Este lugar no tiene más de particular hoy día que los baños termales, antiguamente más frecuentados que ahora, que están a un tiro de fusil de la población, y que son muy a propósito contra el reumatismo y dolores inveterados.


Si digo que me resulta muy curioso es porque justemente presenta una imagen que contrasta en exceso con el lujo y la opulencia de las Termas de Matheu, construidas apenas unas pocas décadas más tarde. Así, la Alhama que se ve aquí aparece empobrecida y sus aguas dejadas al abandono y al olvido. Cuando uno/a lee esto parece imposible aventurar el enorme desarrollo de los balnearios durante ese mismo siglo. Es una antítesis de lo que sucederá después.


            Sin embargo, el triste retrato que pintan las palabras de Laborde podría partir de una base engañosa. En primer lugar, hay que tener en cuenta que apenas menciona las aguas y que lo negativo de su comentario se dirige hacia la localidad. Además, se debe considerar igualmente que, para alguien como Laborde, acostumbrado a los ambientes cortesanos franceses, la imagen de la Alhama de la época, a pesar de contar con baños termales, sería muy pobre. A esto habría que sumar asimismo el hecho de que el tumultuoso contexto del momento, en plena guerra de la Independencia, implicaría que la llegada de visitantes a tomar las aguas disminuyera considerablemente o incluso desapareciese durante esos años.


No obstante, las noticias con las que contamos de siglos anteriores, especialmente del s. XVII presentan un panorama mucho más alentador, interesante y activo. Así pues, en el texto de hoy nos centraremos en esos «balnearios antes de los balnearios». Igualmente, dejaremos de lado épocas tan remotas como la romana y la islámica en favor de fijar la atención en la época inmediatamente anterior al decimonónico auge de los complejos termales y, en especial en una visita singular que sin duda alteró la tranquila vida de nuestro pequeño pueblo mientras duró.


            Es cierto que en un buen número de crónicas de viaje de ese periodo se mencionan las aguas de Alhama. Entre ellas destacan las de Hernando Colón –el hijo de Cristóbal Colón– de 1519, la de Gaspar Barreiro de 1561 o la considerablemente más moderna de Antonio Ponz, publicada entre 1772 y 1792. No obstante, ninguno de ellos entra en detalle sobre el uso que se daba a las mismas. Una idea interesante sería recopilar todas estas descripciones de Alhama y sus aguas a través del tiempo, pero por ahora dejaremos ese proyecto para otra ocasión.


            El s. XVII, sin embargo, es más pródigo en informaciones interesantes. Así, a principios del mismo, contamos con uno de los textos más relevante. Se trata del testimonio del cosmógrafo portugués Joâo Baptista Lavanha, quien el 16 de febrero de 1611 pasó por Alhama en empresa de realizar un mapa del Reino de Aragón. Entre otras cosas, Lavanha dice lo siguiente de nuestro pueblo:          

          En este paso estrecho, a una y otra parte, nacen al pie de las peñas numerosas y abundantes fuentes de baños medicinales para muchas clases de enfermedades. Las que nacen de la parte izquierda del río se aprovechan para regar la vega – que queda hacia levante llevándose por una acequia- y de las que nacen en la parte derecha se aprovechan para los baños y para ello hay una casa donde esta agua nace, y en ella dos baños y camas con aposentos necesarios para este menester, que todo es de un particular del lugar.


El testimonio de Lavanha constituye, o al menos así me consta a mí, la primera mención específica de un balneario en Alhama que, además, incluye una breve descripción del mismo. Gracias a sus palabras se intuye fácilmente que ya a principios del s. XVII los baños de Alhama recibían visitantes que acudían movidos por los efectos sanadores de sus aguas.


Por otra parte, si Lavanha escribía a principios del s. XVII, justo a finales de esa centuria encontramos la obra de Alfonso Limón Montero, catedrático en medicina en la Complutense, escrita en 1697 y titulada ni más ni menos Espejo cristalino de las aguas de España: hermoseado y guarnecido con el marco de variedad de fuentes y baños cuyas virtudes, excelencias y propiedades se examinan, disputan y acomodan à la salud, provecho, y conveniencias de la vida humana.


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Sí, el nombre completo de su trabajo es así de largo. Cosas de la época. Lo interesante es que Limón Montero, con la ayuda del entonces médico de Bubierca, un tal Ioseph Ruiz de Fumes, expone una serie de dolencias para cuyo tratamiento resultan idóneas las aguas de Alhama. Tal circunstancia apunta ya a la existencia de una cierta especialización o incluso «profesionalización» del balneario. Igualmente señala que:

Son tan innumerables los enfermos que acuden a dicho baño de todas enfermedades, y en especial del mal de piedra y riñones, que se pudiera hacer un libro muy grande solo con los enfermos que han sanado todas enfermedades, y vienen de muchas leguas por agua para muchos enfermos que no pueden venir, y a todos aprovecha.


Tales palabras no hacen sino corroborar, la fama e intensa actividad de este «protobalneario» y, a modo de chascarrillo, permite atestiguar también que lo de encontrar forasteros llenando bidones en la fuente de «El Chorrillo» viene de lejos.


Pero vayamos ya a lo que constituye el grueso de este artículo. Se trata de un hecho que muestra que la celebridad de las aguas de Alhama, al menos en este s. XVIII, no es solo un asunto de unos pocos eruditos o algo que solo tiene trascendencia a nivel regional. Y es que en 1675 vino a tomar las aguas de Alhama una de las personalidades más importantes de la España del momento: Don Juan de Austria.


            Resumir la vida de este personaje –generalmente llamado Juan José de Austria para no crear confusión con el vencedor de Lepanto– es un asunto imposible, más si cabe en un breve artículo como este. Sus vivencias no es que den para una novela, es que dan directamente para una saga literaria completa.


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            Don Juan era hijo bastardo de Felipe IV y de la popular actriz María Inés Calderón, más conocida como «la Calderona», y nació el 7 de abril de 1629 en Madrid. Su vida cambió radicalmente cuando, a la edad de 14 años, en 1643, y a diferencia de lo que sucedía con la gran mayoría de bastardos regios, el rey decidió reconocerle como hijo suyo y lo integró en la estructura de la familia real con el tratamiento de «Serenidad».


            A partir de ahí su carrera política y militar fue meteórica. A sus habilidades, Don Juan sumaba un cierto carisma y la aureola que le confería ser hijo del rey, un bastardo sí, pero hijo del rey, al fin y al cabo. Así, consiguió poner fin a una revuelta en Nápoles, tras lo cual fue nombrado virrey de Sicilia. Más adelante abandonó tal isla por requerimiento de su padre, el rey, quien en 1651 le ordenaba acudir a la guerra en Cataluña. Una vez allí, logró recuperar Barcelona y fue nombrado virrey de ese territorio hasta 1656, llevando a cabo una efectiva pacificación del principado catalán. Después fue gobernador en Flandes entre 1656 y 1659. Tras su estancia en los Países Bajos, y visto su éxito en la reintegración de Cataluña en la monarquía hispánica, se le encomendó hacer lo propio con Portugal. Sin embargo, aquí no obtuvo los mismos resultados, a pesar de encabezar tes campañas consecutivas 1662, 1663 y 1664–, lo que en la práctica supuso el fin de su carrera militar hasta ese momento espectacular y victoriosa.


            A grandes rasgos, y con un sinfín de anécdotas y acontecimientos omitidos ahora y en los que participó nuestro protagonista, esta había sido la progresión de Don Juan de Austria cuando murió Felipe IV en 1665.


            Tras el fallecimiento del monarca, Don Juan quedó relegado de los puestos de poder por la facción encabezada por la regente Mariana de Austria y el clérigo austriaco Nithard. Así, pasó los años siguientes buscando una oportunidad de volver a cobrar protagonismo en la política del reino. Una oportunidad que llegaría en 1669 cuando el desgaste de la gestión de Nithard, sumado a un hábil empleo de la propaganda a través de panfletos en Madrid y a la falta de apoyo de la alta nobleza al gobierno, hicieron que Don Juan se viese con fuerzas de reclutar un ejército personal que, partiendo desde Barcelona, fue sumando apoyos en Cataluña y Aragón hasta llegar a la capital.


            Este movimiento, que algunos no dudan en calificar como el primer pronunciamiento en la Historia de España o al menos un precedente de este fenómeno tan común en el s. XIX, supuso la salida de Nithard y que Don Juan fuese recompensado con un cargo inédito hasta entonces, de Virrey y Vicario General de todos los reinos de la Corona de Aragón.


            Por lo tanto, Don Juan de Austria se trasladó a Zaragoza y Zaragoza –y Aragón– cayó rendida a sus pies. Cualquier apoyo que tuviese allí la reina y regente Mariana se diluyó rápidamente. En los años siguiente este «príncipe bastardo» administró Aragón más casi como un rey que como un simple gobernador. Aun así, tras la mayoría de edad de su hermanastro Carlos II, repitió su acción y con un ejército aragonés, que levantó sin ningún problema y de manera muy rápida, marchó sobre Madrid en 1677. La situación no era muy distinta a la sucedida años antes. De esta forma, se hizo con el poder, aprovechando su popularidad entre el vulgo madrileño y el apoyo que reunió de la alta nobleza, cansada del nuevo valido de la reina, un advenedizo de humildes orígenes llamado Fernando de Valenzuela que estaba acumulando demasiado poder y honores.


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            Por fin Don Juan se hizo con el mando de la monarquía hispánica. Al ser el rey ya mayor de edad, Don Juan se ocupó y preocupó de ganarse su favor. Por su parte, Valenzuela fue desterrado al lugar más remoto del Imperio, las Filipinas, mientras que a la reina Mariana se la recluyó en Toledo.


            Y entonces, cuando al fin se había hecho con las riendas de la Corona y la monarquía hispánica parecía contar con un gobernante experimentado, carismático y capaz, Don Juan de Austria …se murió.


Así es. Falleció a los 50 años de edad, el 17 de septiembre de 1679. Cierto es que en los apenas dos años que gobernó intentó emprender un ambicioso programa de reformas que no tuvo demasiado éxito. Quizá había demasiadas cosas que cambiar y demasiado profundas, quizá no tuvo tiempo, quizá el aura que le rodeaba hacía que hubiese quien pensase que podía solucionar todos los problemas de la nación por arte de magia. El caso es que aquella España deprimida, derrotada y prácticamente a merced de la nueva potencia europea –la Francia de Luis XIV– era muy difícil de gobernar, necesitaba un cambio general y Don Juan de Austria no pudo dárselo. Siempre nos quedaremos con la duda de saber qué hubiera podido hacer de contar con más tiempo y con una situación menos desfavorable y de cómo hubiesen discurrido los últimos años de los Austrias en España en esa hipotética situación –aunque creo que es difícil que hubiesen ido peor de lo que fueron–.


Quizá me haya excedido un poco –o enrollado bastante– en la biografía de este insigne personaje y alejado de la Historia local. Pero con ello he pretendido mostrar que, aunque actualmente haya caído prácticamente en el olvido, fue una de las personas más prominentes de la España de la segunda mitad del s .XVII. Así, además, se pone de relieve la figura de alguien tan ilustre que efectivamente vino hasta Alhama a tomar las aguas. Lo hizo en 1675, cuando era virrey de Aragón. Tal vez la suya sea la visita más importante en la Historia de nuestro pueblo.


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El relato de su pequeño y terapéutico viaje nos es bien conocido, ya que está perfectamente detallado por un erudito de la época, Juan de las Hebas. Este autor, sin embargo, no se preocupa por describir nuestro pueblo o su balneario, sino que centra su interés en el impacto que su llegada generó en la vecina ciudad de Calatayud. No obstante, su breve tratado es realmente, no ya nuestra principal, sino nuestra única fuente de información sobre tal acontecimiento.


Asimismo, existe también un artículo escrito por Marina Perruca y titulado La entrada en Calatayud del virrey Juan José de Austria y su viaje al balneario de Alhama de Aragón publicado en 2020 en las Actas del X encuentro de estudios bilbilitanos. Sin embargo, al igual que ocurría con el texto de Juan de las Hebas, su atención se fija principalmente en la repercusión que la visita de este miembro de la familia real tuvo en Calatayud.


En general, puede decirse que la narración de los hechos que rodean estancia en nuestra tierra de Don Juan de Austria es una colección de muestras de afecto y agasajo que su Serenidad el virrey de Aragón disfrutó, agradeció y devolvió.


Ya antes de llegar, la ciudad de Calatayud le envió una comitiva para que le acompañase desde El Frasno hasta su propio casco urbano. Así, cuando entró allí le recibieron no solo todos los magistrados del lugar, sino también todos los vecinos. Mientras que, al salir de la ciudad, le esperaban representantes de la Comunidad de Aldeas (institución a la que pertenecía Alhama en esa época), de cuya compañía gozará Don Juan hasta llegar a nuestro pueblo.


Tras pasar por Ateca y Bubierca, donde también se dieron las esperables muestras de júbilo y devoción, el pequeño séquito de Don Juan al fin llegó a Alhama. Dice de las Hebas que «increíble fue el gozo de sus vecinos» y que, para demostrárselo, le organizaron una soldadesca que gustó mucho al ilustre invitado y que llenó de orgullo a quienes participaron en ella por «ser objetos de la atención de un Real pecho». Asimismo, mientras permaneció en el pueblo, sus gentes «cada día procuraban divertir sus males», es decir, buscaban diferentes formas de distraer al virrey.


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Resulta muy interesante que se especifique que uno de los entretenimientos que se prepararon en Alhama para Don Juan de Austria fuese una soldadesca. No es ningún sinsentido pensar que puede tratarse del antiguo dance de Alhama, que hace años se perdió, pero del que aún conservamos su letra, o al menos de parte de él. De hecho, no sería de extrañar que así fuera, ya que la segunda mitad del viejo dance representa una lucha de moros y cristianos. Además, el propio término utilizado, «soldadesca», indica algún tipo de representación militar, y aún conservamos en estas tierras del Alto Jalón, una fiesta denominada así en Iruecha, que consiste precisamente en una lucha entre moros y cristianos.


Señala asimismo de las Hebas que, mientras duró su estancia en Alhama, las gentes del lugar procuraron buscarle entretenimientos sin que se especifique en el texto de qué actividades concretas se trataba. En cualquier caso, poco podría aburrirse Don Juan dado lo acompañado que estuvo y las visitas que recibió. En los días que pasó en Alhama estuvo acompañado por síndicos –es decir, lo que ahora llamaríamos delegados o representantes– tanto de la Comunidad de Aldeas como de la ciudad de Calatayud permanentemente atentos a la salud y recuperación del regio bastardo. Asimismo, acudieron a verle, y de paso a llevarle regalos –como si de los Reyes Magos se trataran–miembros de la Orden de Caballería de Aragón, el conde de Contamina, y el caballero Don Juan Ciria.


Nada más se detalla de la estancia de Don Juan de Austria en Alhama. Pero todo lo bueno se acaba y, finalmente, tras mitigar sus males, explica de las Hebas, el virrey decidió volver a Zaragoza. Sin embargo, tras partir de Alhama se detuvo en Calatayud, donde se le prepararon dos días de festejos, que incluyeron festejos taurinos, juegos de armas por «los más bizarros mancebos», tras los cuales, de nuevo, una comitiva de esta ciudad le acompañó hasta El Frasno.


            Así pues, esto es lo que sabemos de la estancia en nuestro pueblo de tan especial «bañista». No obstante, poca duda puede haber de que «revolucionó» la vida del pueblo mientras estuvo aquí.


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Concluyendo ya, y por volver al tema con el que se abría este artículo, una visita de una persona de la talla de Don Juan de Austria –con el impacto que causó no solo en el municipio sino, como acaba de verse, en la comarca–, unida a los testimonios recogidos antes de Lavanha y Limón Montero, hacen pensar que la actividad termal en Alhama era más intensa e importante de lo que suele pensarse, al menos en aquel s. XVII. Sin embargo, aspectos como la visión de Laborde, que tuvo lugar, no lo olvidemos, en un contexto bélico y que podría llevar a engaño por lo negativo de la misma, o el impresionante auge de los balnearios durante el s.XIX, provocan que se tienda a pensar en un panorama antes de ese siglo más pobre del que realmente había.


Por lo tanto y, como mencionaba al principio, el olvidado tema del uso de las aguas termales de Alhama, «los balnearios antes de los balnearios» como a título personal me gusta decir a mí, podría resultar una línea de investigación histórica que arrojase unos datos muy positivos e interesantes.

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