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El Residente


Después de muchos años, no hace mucho regrese al mar de mi infancia. supe que ese mar no me había olvidado. Lo vi como un espejo, que guardaba en su azogue mi evolución, siguiendo mi rastro a lo largo de la vida, así es el mar, una forma sustancial, siempre igual, siempre distinta, que se confunde con tu conciencia cuando lo contemplas sentado desde el muelle de la bahía o desde el muelle de la vida.


Te ves como ese niño que levanta una y otra vez los mismos castillos de arena y llora al verlos una y otra vez derribados, sin saber que esa es la primera lección que le está dando la vida.


Eres como ese chaval que bracea con furia contra todo el mar en una pelea dura y desigual, como si nadar fuera una forma de vivir y entender la vida.


Sientes la vanidad de estar todavía en esa playa con la insolencia de un cuerpo juvenil, notándote inmortal, mientras las olas chocan con tu cuerpo y llenan de espuma tus costados.


Los hombres libres siempre amaran el mar o las montañas, en los tiempos difíciles y de sometimiento, solo se encuentra la libertad en el mar lleno de vida y en los montes desiertos.


Viene a tu mente aquella mañana en la playa, en que sonaba la campana de la iglesia llamando a los feligreses a misa. Fue la vez en que decidiste que el mar , entonces tan limpio, tan azul, también era un dios verdadero, con aroma a salitre y, abrazarse a él bajo el sol de mediodía, era un acto más religioso que arrodillarse ante un confesor que te amenazaba con el infierno en medio de la gloria del verano.


Después de tantos años. por muchas vueltas que hayas dado por el mundo, ese mar, esos montes, siempre te tendrán en su memoria y pese a todas tus caídas nunca te van a condenar.


Según pase el tiempo acabaras por no poder evitar el reencuentro con el mar de tu niñez o con las laderas de tu madurez. Sentado en la playa veras un navío que se aleja. Y no necesitaras a nadie que te diga, que, como parte de su carga, lleva el recuerdo de aquellos breves momentos de felicidad y de todos los sueños que forjaste despierto y, que bien por no saber nadar o por temor a las alturas no terminaron de realizarse.


                                                                                   El Residente.

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